Les
démons
De
alguna manera, los demonios internos y externos propuestos por el canadiense
Philippe Lesage funcionan como el reverso de la edulcorada, simplificada e
idealizada infancia que hace muy poco nos mostraba la pixeriana Del
revés. La ingrata etapa prepúber, esa en la que coletean la
inseguridad, el miedo y la desorientación de tu yo niño mezclados con la
inquietante consciencia (y responsabilidad) de los peligros reales del mundo
adulto, aparece magníficamente retratada en el film. Félix, su protagonista, un
chaval de 10 años sensible, neurótico e imaginativo, percibe el mundo como una
abrumadora amenaza constante (el potencial divorcio de sus padres, contraer una
peligrosa enfermedad o ser víctima de algún psicópata pederasta, son algunos de
sus miedos). Ya ha descubierto esa escalofriante certeza-mazazo universal: por
muy sólidos, protectores y estables que parezcan los cimientos y muros de tu
guarida, nunca estás realmente a salvo. Y en tratar de asimilar esa lección sin
ser devorado por sus miedos, en asumir su responsabilidad y entender el mundo
que le rodea, transcurre buena parte del (familiar) viaje que nos propone este
denso y pausado thriller psicológico que es Les démons.
Sin
embargo, los terrores no transitan, únicamente, por la imaginación de Félix.
Sin ser plenamente consciente de ello y en un giro argumental, comprobamos que
está continuamente expuesto a un peligro muy real. Y es que esa es otra de las
hirientes piruetas-ironías de la vida: el azar como inoportuno y cruel
arquitecto de destinos. Tal vez a estos demonios le falten un final más
definido y unos cierres menos difuminados en todas sus líneas argumentales.
Pero, lamentablemente, la vida también es así: un eterno y obstinado juego de
malabarismo en el que, para bien o para mal, todas las pelotas permanecen en el
aire.
Black
Mass
Al
igual que con la argentina El Clan, pesa sobre Black
Mass (Perlas) la inevitable y odiosa comparación con las grandes obras
gansteriles made by Scorsese, De Palma o Coppola (además de estar igualmente
basada en hechos reales). Pero, ¿tiene el film de Scott Copper algo nuevo que
ofrecer? La respuesta radicaría en el nudo de su trama: la ayuda que al mafioso
James “Withey” Bulger (un recuperado Johnny Depp a pesar de su caracterización
algo chanante) le brindó el FBI para erigirse como rey de las calles bostonianas
a cambio de su colaboración con chivatazos clave sobre otras bandas rivales.
Este novedoso aspecto, sin embargo, resulta tristemente desaprovechado en un
film demasiado disperso y que no quiere renunciar a ninguna de las tramas
clásicas del género (coralidad, familia, honor, corrupción, traición, extensión
temporal, etc), pero que no resulta lo bastante minucioso, profundo y
satisfactorio en ninguna. Sus personajes están tan poco definidos que acaban
resultando meros refritos olvidables de otros tantos vistos en películas del
mismo género. Lamentablemente, por mucho que nos esforcemos, Black
Mass se queda, simplemente, en una película mafiosil correcta.
Mia
madre
Una
sabia y veterana actriz estadounidense asegura que no importa cuándo o en qué
circunstancias se pierda a un/a padre/madre, porque siempre es demasiado
pronto. Y demasiado pronto y demasiado desestabilizador, este inmisericorde e
inevitable proceso de duelo es explorado por Nanni Moretti a través de un alter
ego (la fantástica actriz italiana Margherita Buy), con una contención lejos
del desgarro y dramatismo de La stanza del figlio. En este caso,
el director italiano ha escogido un difícil tono tragicómico, que puede
resultar perfecto para algun@s y demasiado “no
man’s land” para otr@s. Y es que en lugar de la brutal “inundación
emocional” que supuso el duelo de un hijo en el film del 2001, Moretti nos
propone olas que nos van envolviendo en su ritmo intermitente, mientras la
comedia, representada por un John Turturro inmenso (atención a su hilarante
italiano macarrónico) hacen de sana “tabla de salvación”. Y si, resulta
convencional (no hay nada en el film que no hayamos visto antes), pero Moretti
consigue que su film fluya a través de un tono agridulce perfecto (que se da
por hecho y que se infravalora en demasiados casos), y que resulta
desarmantemente divertido en unas ocasiones y abrumadoramente triste en otras;
además sabe transmitir con convicción esa dolorosa regresión a la infancia (o
desestabilizador torrente emocional) que supone perder alla tua mamma, y todo sin necesidad de salir destrozado de la
sala. Perla recomendabile, bella e sensibile.
London
Road
Aceptamos
(y celebramos) que nos propongan un musical alternativo (recitado, n lugar de
cantado) basado en una obra de teatro homónima que el propio director, Rufus
Norris, dirigió y que tiene como trama principal el asesinato de cinco
prostitutas en la England profunda una década ha. Aceptamos que nos lo vendan
como Los
paraguas de Cherburgo del siglo XXI; e incluso aceptamos que nos
adviertan que los testimonios de testigos y ciudadanos componen la totalidad
del libreto. Lo que no podemos aceptar es una sucesión de “canciones” sin
inspiración y sin garra alargadas, para dolor de nuestros oídos, hasta la
extenuación; unas reiterativas letras que sólo los desprogramadores de sectas
podrán borrar de nuestra memoria; un conjunto de personajes sosos e indefinidos
que no nos transmiten absolutamente nada, y salvo un momento muy puntual, una
total y absoluta falta de gracia. Y ni Tom Hardy haciendo de taxista (mira que
le gusta conducir últimamente a este hombre), ni una esforzada Olivia Colman
consiguen dotar, aunque se brevemente, de cierto interés o brillo a la
soserrima trama. Finaliza con un necesario y amargo apunte de denuncia, es lo
único positivo que podemos rescatar de los interminables 91 minutos de un
fallido London Road que cierra, aunque fuera de concurso, la sección
oficial (¡y el zinemaldia!).
*
La anécdota festivalera:
Emily
Watson, nuestra flamante premio Donosti de este año, ha confesado en la rueda
de prensa, entre otras perlas, que aprendió lo que era la actuación gracias a Rompiendo
las olas, y que ella, en temas reivindicativos-feministas, a diferencia
de otras compañeras de profesión, no se pronuncia. Pues vaya…
*
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