29 December 2016

Nocturnal Animals: El arte como exorcizador de fantasmas



"Si quieres olvidar a una mujer, conviértela en literatura” escribía Henry Miller. Cualquier artista sabe hasta qué punto es cierta (y necesaria) tan rotunda afirmación aplicada a cualquier forma de arte, por eso no es extraño que el envidiablemente versátil Tom Ford se identificara con la novela Tres Noches de Austin Wright y decidiera llevarla al cine.




En Nocturnal Animals encontramos a Susan Morrow, una sofisticada  y exitosa galerista que parece serlo y tenerlo todo “de cara a la galería” (nunca mejor dicho), pero que vive inmersa en una continua insatisfacción/depresión cuyo síntoma más grave y preocupante es un insomnio crónico provocado por su sentimiento de culpa (y es que la culpa, como dicen los psicólogos, siempre busca castigo). Un día recibe el manuscrito de la novela de su ex marido Edward, escritor inédito, dedicado a ella junto a una nota. Una vez que se sumerge en su turbia y magnética trama, se verá obligada a replantearse su vida.




A lo largo de varias noches de lectura, realidad y ficción se entrelazan para la protagonista con especial intensidad en esa No Man’s land mental que surge del insomnio (y que algun@s, entre los que tristemente me encuentro, conocemos tan bien), en la que los fantasmas campan dolorosamente a sus anchas. Y en ese obligado ejercicio de introspección, en el que Ford acierta al presentarnos ambos planos, el de la realidad y el de la ficción, a pesar de su distancia, como casi paralelos, descubre algunas verdades sobre sí misma.




Aparentemente, Susan, que en el libro es una muy poco glamourosa ama de casa, es el alter ego de Ford, pero eso sería quedarse en la superficie de tan jugoso material. El famoso diseñador, como bien comentaban los propios protagonistas, es Susan, pero también su ex, al mismo tiempo, y Nocturnal Animals fascina y engancha en la medida en que el/la espectador/a se identifica con ambos personajes (cualquiera al que hayan partido el corazón, se sienta perdid@ y tenga inquietudes artísticas, puede hacerlo con mayor o menor intensidad). Al director texano podemos achacarle cierta asepsia emocional en los momentos más dramáticos de la película por culpa de un marcado esteticismo visual marca de la casa que tiñen de cierta impostura el conjunto (ese hallazgo clave sobre un impecable sofá rojo, al más puro estilo anuncio de perfumes), pero que, por otra parte (también hay que recalcarlo), no le arrebatan del todo su contundencia.




El film no funcionaría sin sus impecablemente escogidos actores a l@s que nos creemos, incluso, con 20 años de diferencia. Amy Adams, una vez más, está fantástica y Laura Linney tiene un pequeño pero decisivo papel, sin embargo, los roles “más agradecidos” en esa ocasión, son los masculinos. Gyllenhaal convence en su doble personaje y Michael Shannon y Aaron Taylor-Johnson están sencillamente soberbios (Taylor-Johnson resulta sexy incluso haciendo de redneck psicópata con un sentido de la higiene cuestionable. Tiene mérito).




La dictadura de la (auto)imagen, la culpa, la venganza, el vacío social, la cobardía artística y vital, la toxicidad suicida de la zona de confort, los roles sexuales y la masculinidad, el uso del arte como terapia y exorcizador de fantasmas… de todo esto y algo más habla la segunda película de Tom Ford. Como animal nocturno y contadora de historias, no puedo evitar rendirme ante este ejercicio de “arte que habla del arte” de una forma tan perversa como dolorosa. Nocturnal Animals es un film que me araña el alma y me recuerda, entre muchas cosas, aquella famosa cita de Woody Allen en Manhattan “El talento es suerte. Creo que lo importante en la vida es el coraje”. ¿Tú quién decides ser: Susan o Edward?





Spoiler Zone

Susan abandona a Edward, en parte porque no se corresponde con el macho alfa exitoso y proveedor que le garantizará el tipo de vida cómoda y lujosa a la que está acostumbrada, y en parte por cobardía filofóbica y artística (el amor y el arte requieren coraje). Estar con un hombre creativo y poco convencional la obliga a ser creativa y no convencional o a sentirse culpable y desleal por no serlo.




Y a esa masculinidad no hegemónica que encarna Edward, plena de dudas e inseguridades, pero valiente y tenaz en cuanto a ser consecuente y fiel consigo mismo, le falta esa inyección de egolatría y egoísmo que todo creador necesita para llevar a cabo su obra. Aunque él cree haberlo perdido todo, irónicamente, el abandono de Susan le dota del material y la motivación necesarias (plus la crueldad) para convertirse en aquello que siempre había querido ser (y que Susan le insinuaba que no era). El precio de su vocación, la llave a su talento, ha sido su corazón roto.

¿Podrá surgir la creatividad, en su mejor y más deslumbrante forma, únicamente de la felicidad y la satisfacción personal? ¿se puede crear de forma brillante sin fantasmas?





El comentario

"Creo que muchas cosas de mi vida, de alguna manera, se abrieron espacio en el guión de la película. Uno de los temas que particularmente me tocó fue esa exploración de la masculinidad en nuestra cultura. Nuestro héroe aquí no posee los rasgos característicos que definen nuestra idea de masculinidad. Yo fui un chico que creció en Texas y no era considerado masculino, de la forma clásica, y sufrí mucho por eso".

Tom Ford







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The Neon Demon: “La belleza produce monstruos”




Aunque Nicolas Winding Refn, probablemente, ni lo conozca, ni haya oído hablar de su autor, una de las asociaciones pavlovianas que acudieron a mi cabeza mientras asimilaba y rumiaba su polémica (¿y cuando no?) The Neon Demon, fue el famoso grabado de Goya ‘El sueño de la razón produce monstruos’. Y es que la fantasía abandonada de la razón, como la de la belleza, produce monstruos imposibles y eso es precisamente lo que Winding Refn, que es muy hijo de su tiempo (tarde o temprano alguien tenía que dirigir un film tan contradictorio y visualmente subyugante como este), pretendía plasmar en su último film con su personalísimo estilo.




Y en este psicodélico y epidérmico diablo de neón siento que, una vez más, hay dos películas que de alguna manera muestran las dos facetas más características del director danés. Por una parte tenemos un arranque prometedor, perturbador y fascinante (su casi primera hora), que nos propone una corrosiva reflexión sobre el vacuo y frívolo mundo de la moda y la idolatría de la eterna juventud y la belleza imposibles, y por otra tenemos una segunda mitad que parece más empeñada en noquear emocionalmente al espectador y convertirse en un ejercicio de estilo que en desarrollar su prometedora historia o dotarla de profundidad.




Nadie puede negarle a Refn su deslumbrante capacidad de crear atmósferas hipnóticas y llenas de una gran carga simbólica y onírica (en The Neon Demon su magnetismo visual es de 10) pero, al mismo tiempo, también está presente su torpe habilidad como storyteller sin caer en lo grueso y lo gratuito. Tanto es así que, al llegar el desenlace, parece que todo es una mera excusa para que Refn vuelva a regodearse en magnéticas y, al mismo tiempo, repulsivas imágenes que explotan la violencia sin sentido, el morbo y las parafilias.




Afortunadamente, contamos con Elle Fanning, cuyo talento, junto con su serena y luminosa belleza casi renacentista (si Botticelli hubiera vivido en el siglo XXI, sus Venus, posiblemente, se parecerían a ella), dotan de convicción y fuerza a su difícil Jesse. La acompañan 3 vampiresas de la belleza y eterna juventud que representan, según mi punto de vista, las 3 bestias o proyecciones negativas de la belleza: la envidia, el deseo enfermizo y la crueldad (A Jena Malone, una vez más, le ha tocado “bailar con el más feo”). SPOILER ALERT: Refn nos muestra la deslumbrante belleza física como una fiera salvaje, pero no indómita, cuyo destino sólo puede limitarse a ser “despellejada”, “canibalizada” y fácilmente olvidada y reemplazada (durante una escena un gran felino se cuela en la habitación de Jesse, mientras que en su tramo final, cuando la vida de su protagonista se ve amenazada, se nos muestra otro gran felino disecado. La escena de la piscina que la sucede y que confirma todo lo anterior, es demasiado terrorífica y horripilante para ser analizada). END OF SPOILER.




Nicolas Winding Refn resulta cool haga lo que haga y confieso que siento una extraña ambivalencia hacia The Neon Demon. Por una parte, no puedo calificar de fallida o de castaña pretenciosa una cinta tan poderosa, subyugante y absorbente a nivel visual y sonoro que es capaz de abarcar todo una paleta emocional en el espectador (aunque algunos “colores” resulten extremadamente desagradables, cuando no directamente traumáticos), pero por otra, con el paso de los días, descubro que no me ha quedado ningún poso del supuesto espíritu crítico que debería sostener al film. Resulta un oxímoron muy discutible el estilo narrativo que Refn utiliza para criticar la obsesión por la belleza imposible y la futilidad del mundo de la moda, donde solo cuenta la juventud inmaculada y la cara a la galería, cuando solo es capaz de quedarse en la epidermis de ambas. La belleza produce monstruos, sí, pero podrían ser más sutiles y contundentes que los de esta “casquería de neón”.




Punto en contra: Atención a la firma en mayúsculas final de Refn junto al título del film. La megalomanía, mal que nos pese, parece una condición indispensable para ser un gran contador de historias, pero, ¿es necesario alardear de ella?

Punto a favor: ¿Quién iba a decirnos a l@s “hij@s de Matrix” que Keanu Reeves podría dar tanto miedo?

Punto en contra: El (inútil) sello de la American Humane Association al final de los títulos de crédito confirma que el gran felino que aparece en el film, desgraciadamente, no ha sido creado por ordenador. No quiero ni imaginarme la vida y el “entrenamiento” al que se ha visto y se ve sometido un gran gato salvaje. Imperdonable, Refn.





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13 December 2016

Genius (El editor de libros): "Soso Man"




  
¿Detrás de un/a gran escritor/a siempre hay un/a gran editor/a? Poc@s afortunad@s podrían contestar a esta pregunta, aunque posiblemente también sean poc@s l@s que sepan que detrás de algunos de los novelistas más brillantes y carismáticos del siglo pasado (como F. Scott Fitzgerald, Hemingway y, especialmente, Thomas Wolfe), se encontraba Max Perkins, un hombre, en apariencia, más mesurado, conciso e introvertido que un reloj suizo, pero capaz de apasionarse y pulir sin descanso la creatividad de otros, con una entrega más emocional que profesional, hasta conseguir la mejor y más sobresaliente versión de cada uno de ellos.




Su relación con Wolfe, con el que llegó a crear un potentísimo vínculo paterno-filial, es la base y el corazón del film (Perkins fue el único editor en toda la gran manzana que se atrevió a publicar su primera novela ‘El ángel que nos mira’). La megalomanía, petulancia, egocentrismo y obsesión enfermiza por la escritura de Wolfe (podía escribir 5000 palabras por día) chocaban, como un rompeolas, contra la racional y juiciosa serenidad de Perkins. Tal vez lo mejor y más interesante del film, sea ver el apasionado e intenso editing process al que uno somete al otro. Pocas veces vemos en la gran pantalla como se pulieron las grandes obras y para cualquiera que ame la literatura, bien sea como lector/a, escritor@ o amb@s, resulta fascinante. Descripciones excesivamente minuciosas, líneas argumentales innecesarias o personajes secundarios tediosamente magnificados, resultan eliminados de forma quirúrgica, para frustración y dolor casi físico del muy prolífico autor.




Sin embargo, desgraciadamente, ahí y en descubrir a la figura del no demasiado conocido Wolfe, acaba el interés de un biopic que, como bien mencionaba una inspirada crítica, parece cortado por el mismo gris, hipercorrecto y desapasionado corsé del academicismo que ya modelara obras como El discurso del rey, La chica danesa o The imitation game. La historia de amistad/amor (¿pero es que no es lo mismo?) resulta fascinante, más que por lo que se nos muestra, por lo que intuimos tras los muy interesantes hechos reales en los que está basada. Sin embargo, en ningún momento, ni siquiera en el emotivo final, llega a emocionar y conmover como debería.




Tras una puesta en escena exquisita, el drama se muestra frío y asépticamente expuesto, desaprovechando su enorme potencialidad y el carisma de sus personajes (y sus actorazos y actrizazas), tristemente arquetípic@s y sin matices, tanto en su retrato, como en sus relaciones interpersonales (a Fitzgerald nos los muestran como a un “escritor emo” siempre con un pie en la depresión; Zelda Fitzgerald es, simplemente, una estatua catatónica; el personaje de Kidman resulta sencillamente odioso, y Wolfe es ese chico outsider, megalómano y excesivo, que no quiere jugar a las mismas reglas que los demás y que acaba siendo castigado por ello).




En resumen: el multifacético y debutante Michael Grandage no le ha regalado a Max Perkins el film que merecía. Y es que por mucho que un@ llegue a admirar al flemático y entregado editor (no se quitaba el sombrero ni en casa para comer), pulidor de diamantes y corazón del film, nunca llega a empatizar con él o a considerarlo más que un secundario de lujo codeándose con gigantes y tocando, vicariamente, el cielo con las yemas de los dedos. 

Soso, soso man…





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03 December 2016

Animales fantásticos y dónde encontrarlos: Frank de la city




60 páginas. Ese es el reducido tamaño versión muggle de Animales fantásticos y dónde encontrarlos (también podría haberse titulado Fantastic beasts and where to find them for dummies) que Harry, Hermione, Ron y el resto de los alumnos de Hogwarts tuvieron que estudiar en la controvertida asignatura ‘Cuidado de criaturas mágicas’. Básicamente, contiene, si no me falla la  memoria, una breve biografía de su autor y magizoologo, Newt Scamander, un prólogo by Albus Dumbledore y una guía de criaturas mágicas ordenadas alfabéticamente y por grado de peligrosidad.




Sin despreciar su deslumbrante despliegue de imaginación,  el mayor atractivo del libro radica en las explicaciones lógicas a familiares y eternos misterios sin resolver que habrán hecho las delicias de Iker Jiménez, además de las divertidas notas a pie de página de Harry y Ron, que suponen un nostálgico guiño continuo a cualquier fan de la saga. Si obviamos el despreciable hecho de que está escrito desde el especismo más absoluto (siempre en relación a la utilidad y beneficio que estos animales suponen para los humanos, magos o muggles, en lugar de centrarse en los animales mismos, como individuos únicos), resulta una lectura más o menos entretenida.




Cuando supe, como otr@s tant@s fans de la saga, de su adaptación cinematográfica dirigida por David Yates (again?), pero escrita por la propia autora, la pregunta fue obvia: Por las barbas de Dumbledore, ¿qué habrá hecho la Rowling con este interesante pero brevísimo material? Y la respuesta, lamentablemente, ha sido una especie  de Frank de la jungla urbanita y mágico, entretenido y descafeinadamente correcto (aunque, eso sí, bastante mejor vestido y aseado). Y es que su guión es una mera excusa para mostrar lo que realmente interesa: un espectacular despliegue de criaturas a cada cual más curiosa y extraña, mientras un humano que asegura protegerlas les toca (moderadamente) las narices.




Sin embargo, aún hay, lamentablemente, algo construido de forma más pobre que su guión: sus personajes. Asombrosamente planos y con “carisma introvertido”, caen, en su gran mayoría, en el desgastadísimo y aburrido tópico (el gordito entrañable y torpón, la chica dulce y pícara, el freak peligroso, la mujer dura y tierna, al mismo tiempo, y, uff, el “malo” cutre y chapucero de opereta), aunque el caso más flagrante es el de su (¿aspergeriano?) protagonista Newt Scamander. Básicamente, al caer los títulos de créditos sabemos del famoso magizoologo, prácticamente, lo mismo que en los inicios del film. Apenas hay arco dramático y aunque tampoco nos resulte del todo indiferente (Eddie Redmayne, también hay que decirlo, resulta algo irritante), no lo seguiríamos hasta las profundidades de un lago congelado (y, ni mucho menos, a lo largo de varias secuelas). Teniendo en cuenta que uno de los puntos fuertes de Rowling siempre ha sido crear personajes carismáticos y queribles, resulta doloroso que incluso cualquiera de las personalidades más tópicas y menos trabajadas de la saga potteriana (pongamos una Mrs Norris, por ejemplo) tenga el triple de atractivo que el personaje más robaescenas de Fantastic beasts (o que su descarada pareja masculina Lauren y Hardy magical version).




Tal vez por pura e hipócrita corrección política o por un sano afán de adaptarse a los nuevos tiempos, el Newt cinematográfico se desmarca del literario en que en lugar de un científico y coleccionista cazador de animales raros, es un proteccionista y casi animalista: su intención es cuidarlos y protegerlos, lograr que sean conocidos y queridos en lugar de temidos, despreciados, perseguidos y masacrados. Pero este, uno de los puntos más interesantes de la trama, acaba siendo un leve y superficial apunte. Tampoco se ahonda en los otros dos temas que a mí, particularmente, más me interesaban del guión: el miedo al diferente, la xenofobia o las diferencias culturales humanos versus muggles y UK vs USA (podrían haber dado mucho y divertido juego) y las consecuencias psicopatológicas y físicas de la represión (y demonización) de los poderes mágicos o de la propia esencia.




Pero no todo es negativo, sin embargo. Aunque es cierto que los locos años veinte son extraordinariamente cinematográficos y fotogénicos de por sí, la dirección artística y el maquillaje/peluquería son portentosos (and the Oscar goes to…). También, como no podría ser de otra manera, aprueban con nota sus muy esmerados efectos especiales. David Yates, fiel a su condición de artesano, a grandes rasgos, nos ofrece un producto desaprovechado, anodino y sin personalidad, pero digno, correcto y visualmente espectacular en todo momento. Fan o visitante ocasional del mundo mágico, lo único que queda plantearse es: ¿resulta suficiente para ti?






Spoiler Zone

En una realidad en la que se puede crear un santuario de animales dentro de una maleta o crear hechizos tan poderosos que oculten castillos a ojos de los muggles, resulta de un chapucero insoportable que a Newt se le escapen los animalillos de la maleta de esa forma tan tonta y descuidada en la primera escena. ¿Acaso no había una excusa mejor? Muy mal Rowling, muy mal.




Y siguiendo con Scamander y su torpe presentación, el chico resulta incapaz de atrapar al animalillo ladrón (sin embargo, es de un virtuosismo deslumbrante con la varita en la escena final del film). Cualquier fan de la saga puede citar, al menos, un par de hechizos que detengan en seco y con las manos en las joyas al simpático ladronzuelo (hello? Accio!).




En un film que a priori parecía haberse esforzado un poco por el tema de la paridad de sexos, nos encontramos con el personaje de Porpentina (Katherine Waterstone), una mujer con cierto espíritu feminista cuyas motivaciones no sólo no entiende en ningún momento el espectador, sino que acaba resultando uno de los más sosos y con menos encanto que ha dado el cine el mucho tiempo (y, como no podía ser de otra manera, acaba enamorándose de Scamander by the face, sin que haya un verdadero momento de intimidad compartida o algún vínculo claro entre ambos, porque le toca).




Duele ver, no sólo lo desaprovechadísimo y mal presentado que está el personaje de freak torturado de Ezra Miller (a ver si the flash le aleja del club de los raritos encadenados en serie), sino que el malo maloso del film, AKA Grindewald (Colin Farrell), no sólo ni impone, ni impresiona, ni interesa, sino que el público no entiende sus motivaciones hasta el atropellado final (y para cuando lo hace, básicamente, le da igual). ¿Por qué narices Credence se carga a tanta gente en un acto de furia y sin explicación y sin embargo deja viva a la persona que más le ha traicionado y herido?




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18 November 2016

Arrival (La llegada): abducción intelectual y emocional (#64SSIFF)




Si hubiera tenido que publicar esta crítica el día que vi la última película del (imparable) director canadiense o el siguiente, no habría sido capaz de escribir ni una línea. El shock emocional fue tan inmenso que bien podría describirse como síndrome de Stendhal. Y no fui la única. Me atrevo a asegurar que casi tod@s l@s que componíamos el pase de prensa de la pasada edición del zinemaldi sentimos el mismo doble gancho al corazón y a la cabeza y la misma sensación de trascendencia (no recordaba una reacción del público tan intensa desde Gravity y dias después la misma reacción se repetiría en Sitges). Simplemente, lo supimos: Arrival haría historia.




Una vez más, que nadie se deje “engañar” por su sinopsis (su guión no podría parecerse menos a las películas de invasiones y contactos extraterrestres que ya conocemos). Basada en el relato “Story of Your Life” de Ted Chiang, la experiencia que nos propone Villeneuve supera todas nuestras expectativas como espectadores porque el MacGuffin alienígena es la excusa perfecta para hablarnos, por un lado, de la celebración de comunicación como base moral, social y política de nuestra (y de todas) las sociedades y de la trascendencia del lenguaje como instrumento pacifista y, por otro, nos plantea el estudio del duelo por un ser querido que acaba resultando toda una celebración de la vida. Todo ello desde una perspectiva intimista e insólita hasta la fecha.




Arrival es, además, impecable desde el punto de vista técnico y visual (ecos kubrikianos resuenan en más de un fotograma y en algún momento es imposible no pensar en 2001: Una odisea del espacio). Pero el corazón del film, además de la inspirada y ajustadísima música de Jóhann Jóhannsson (atención a la delicada aportación de Max Richter), es Amy Adams, excelente en su papel de lingüista y anti-heroína dividida entre la responsabilidad político-profesional y el abrumador peso de la pérdida (nos recuerda, inevitablemente, a Jodie Foster en Contact y a Jessica Chastain en Interstellar, films con los que La llegada comparte no pocos paralelismos). Y por si todo lo anterior no fuera suficiente, el film posee uno de los más poderosos, líricos y emotivos clímax de la historia del cine reciente (y como espectadores, nos propone, además, una disyuntiva de lo más interesante).





Estrenada (¡oh bendita causalidad!), en el momento en el que más se la necesita (reforzando así su mensaje), la cinta de Villeneuve contiene casi todas las cosas que amo en una película, y es, en mi modesta opinión, la mejor película de este fatídico y odioso 2016. ¿Obra maestra? El tiempo lo dirá, pero lo que sí se puede asegurar es que su abducción resulta mágica y absolutamente imprescindible.




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07 November 2016

#64SSIFF Kalebegiak: Donostia, nik ez zaitut maite



La capitalidad cultural europea era la excusa perfecta para llevar a la gran pantalla una Donostia, maite zaitut casi tan ambiciosa como Paris, Je t’aime o New York, I love you. Después de todo, ¿acaso la antiguamente conocida como “pequeña París” o “París del sur” no se merecía también un collage potente de historias?

12 cortos de impecable acabado formal, con géneros que van desde la comedia hasta la animación, pasando por el documental, componen los colores de este Kalebegiak (caleidoscopio) creados por 15 cineastas locales en una heterogénea mezcla entre autor@s consagrad@s (Gracia Querejeta, Julio Medem, Imanol Uribe o Daniel Carparsoro), cineastas conocidos (Borja Cobeaga o Asier Altuna) y nuevas promesas (algun@s, como Iñaki Camacho e Ekain Irigoien, ni siquiera han dado el salto al largo).




Y aunque los films colectivos compuestos por cortos de diferentes director@s son irregulares casi por definición, Kalebegiak, lamentablemente, no sólo no cuenta con esos 2 o 3 cortos de rigor que “salvan los muebles” de la película, sino que transmite una sensación de desgana, de grisura y desapasionamiento tal, que resulta muy tentador abandonar la sala casi desde su inicio.

La mezcla de texturas, luces y colores, posiblemente, será muy distinta dependiendo de la distancia de los ojos que miren a través de este caleidoscopio, pero, como Donostiarra, me ha sorprendido encontrarme con una Donostia prácticamente unidimensional, con el mar y las turísticas playas casi como decorado principal y poblado por historias anodinas, tópicas o dolorosamente didácticas y/o desaprovechadas, haciendo realidad la metáfora de “cartón piedra” de que San Sebastián es “una ciudad de postal”.




Los más reivindicativos y alejados del “playacentrismo” son Daniel Calparsoro e Imanol Uribe. El primero nos muestra el testimonio de una víctima real del terrorismo en el aula de un colegio (la sinopsis habla por sí sola), mientras que Imanol Uribe se desplaza al extrarradio de San Sebastián, en concreto a la 'Casa del Frío', un albergue para que el centenar de sin techo que habitan en la zona. Ambos en clave documental, sin embargo, poseen el mismo defecto que la multipremiada I, Daniel Blake: no podríamos estar más de acuerdo con su fondo y la contundencia reivindicativa de su mensaje, pero no comulgamos con su desgastada, obvia y nada imaginativa didáctico-moralizante forma (los sin techo de ‘La casa del frío’ se merecen un buen documental en toda regla. Su lugar no es un corto en un film de ficción).

Gracia Querejeta firma con Txintxorro el relato más optimista y luminoso, pero la historia resulta anodina y carece de trascendencia (y las actuaciones forzadas de sus niños protagonistas no facilitan la tarea). Borja Cobeaga, por su parte, presenta un corto-gag supuestamente gracioso que, básicamente, sólo hará las delicias de los seguidores de Vaya Semanita que, además sean fans de Master Chef. El punto ciego utiliza uno de los objetos más ñoñostiarras conocidos (el archiconocido y cursi colgante de la barandilla de la Concha que casi todas las niñas de la zona hemos tenido en algún momento) para subrayar aquello que ya nos enseñó hce décadas Blanche Dubois: Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos.




Tampoco corren mejor suerte Julio Medem y su La ballena real, ya que ni su humor absurdo ni su supuesta magia enganchan al espectador en ningún momento; mientras que el nostálgico pero excesivamente sentimentaloide Los Angeles Observer, del casi desconocido Luiso Berdejo, nos muestra la insólita amistad entre un ladrón y un anciano que tienen San Sebastián como nexo común. Mención aparte merece el (auto)crítico Narcisso, al que, al menos, hay que reconocerle cierta valentía y espíritu transgresor como zarpazo al ombliguismo donostiarra, pero que acaba cayendo en una inesperada y desagradable grosería de brocha gorda que más que reforzar, debilita su mensaje.

Y es que nadie esperaba un film complaciente con la bella Easo, pero Donostia (y sus artistas y creador@s, que son much@s) no se merecía este desangelado, anodino y nada inspirado collage que en lugar de (re)enamorarnos o (re)descubrirnos la ciudad, sólo nos insta a gritar: Donostia, nik ez zaitut maite!





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18 October 2016

Top 10 de la 64 edición del Zinemaldia




Hacer un top 10 de entre las 32 películas que tuve la suerte de ver en la última edición del zinemaldia, resulta una tarea masocamente meticulosa (además de tremendamente injusta) digna de los periodistas de Spotlight. Hay algunos títulos, de los que hablaré en futuras entradas, que podrían haberse colado en esta lista y que, posiblemente, incluso, resulten “objetivamente” mejores y más redondos que las películas que muestro a continuación. ¿Qué criterio he escogido, entonces? Simplemente, el cosquilleo en la nuca, como diría June Allyson en The Glenn Miller Story o la sensación de que esos films aportaban algo inusual, original, revitalizante y/o estimulante a mi bagaje cinéfilo.  Eso sí, el orden de este top, salvo el incuestionable número 1, es totalmente arbitrario. Pasen y lean ;)  







10- Porto, Gave Klinger (Nuev@s Director@s)

Cuando una ciudad como Oporto sirve como escenario para una love story, su evocador resultado solo puede estar impregnado de saudade. Dos jóvenes se enamoran y comparten una sola noche, la más intensa, íntima, apasionada y erótica de sus vidas. Las influencias que nutren este romance nos son muy familiares, desde Before sunrise, pasando por Eternal sunshine of the spotless mind, hasta In the mood for love (de Richard Linklater, por ejemplo, toma su capacidad para capturar los momentos mágicos que nos marcan y definen y de Wong Kar-wai su fascinante acercamiento poético al romance).

A Gave Klinger, antiguo crítico, ahora director y co-guionista, le pierden sus ínfulas linklaterianas y en ocasiones se le va la mano en los diálogos, que chirrían por excesivamente impostados y cursis, sin embargo hay muchos elementos en Porto que compensan sus imperfecciones y la convierten en un título más que recomendable. Dividida en tres capítulos, conocemos primero la historia desde el punto de vista de él, después del de ella y finalmente a través de ambos (centrada en el encuentro sexual, uno de los más emocionalmente intensos que he visto en mucho tiempo), pero nunca de manera convencional, sino en forma de retazos, saltando continuamente a través del tiempo y jugando con diferentes formatos (super 8, 35 mm y 16 mm).

Pero lo verdaderamente sobresaliente en Porto es el poso que deja en el espectador. Resulta imposible no encontrar nada autobiográfico en ella, así que, con el tiempo, no solo va creciendo en la memoria, sino que se redimensiona,  adquiere nuevos matices y nos duele más (como nuestros recuerdos). Si a todo esto añadimos que se trata del último trabajo del tristemente fallecido Anton Yelchin, al que se dedica la película, el sentimiento de saudade es absoluto.




9- Que Dios nos perdone,  Rodrigo Sorogoyen (Sección Oficial)

Que el thriller patrio viene muy fuerte este 2016 es ya un secreto a voces, y el mejor ejemplo lo encontramos en lo último de Rodrigo Sorogoyen. Aunque se le pueda achacar cierta falta de originalidad o cierto abuso del “Fincher style”,  Que Dios nos perdone es un potente y sólido film en el que todos sus elementos están muy cuidados y perfectamente integrados, más allá de su perturbadora trama policial. Destaca su afilado guión (merecidamente premiado en esta edición del zinemaldi), en el que, desde la capa más externa (la sociedad) a la más interna (sus protagonistas y su microcosmos, unos excepcionales y aparentemente opuestos Roberto Álamo y Antonio de la Torre), pasando por la media (el entorno policial) se analizan diferentes niveles de crueldad, violencia y miseria.

No hay buenos y malos en este film, tampoco catárticas dosis de justicia, sólo personajes dolorosamente humanos, contradictorios y extremadamente ricos en su complejidad, cuyos arcos dramáticos vemos transformarse brillantemente. Que Dios nos perdone habla de la responsabilidad social, ética y moral y muestra con áspera contundencia que nadie está a salvo de las heridas del pasado. Como dicen los psicólogos “tod@s somos víctimas de víctimas” (y, en algunos casos, verdugos de verdugos).




8- Nocturama, Bertrand Bonello (Sección oficial)

Resultaría tremendamente injusto que Nocturama pasara a la historia como “la película que rechazó Cannes”. El film de Bonello, emparentado con la notable Elephant de Gus Van Sant, presenta muchos aspectos atractivos más allá de su clara vocación polémica. Ante todo, es un film que te zarandea y desafía como espectador y como ser humano empático en busca de respuestas. Durante su desconcertante, intensa y frenética primera hora, vemos orquestarse un plan macabro llevado a cabo por un grupo de jóvenes de diferentes estratos sociales y orígenes raciales. En su segunda y más dispersa mitad, rodada íntegramente en un centro comercial, no sólo no se ofrece explicación alguna a lo contado con anterioridad, sino que confronta a sus (¿psicópatas?) protagonistas con sus propias ambivalencias y contradicciones, mostrándolos como seres infantiles, irresponsables y vacíos, y, en definitiva, como los resultados y víctimas del sistema al que pertenecen (genial la escena en la que uno de los jóvenes se topa con un maniquí vestido exactamente como él). Y, a pesar de las pocas pinceladas que poseemos de las personalidades de cada uno, resulta inevitable verlos como seres humanos en lugar de como repugnantes asesinos, y es entonces cuando surge la terrorífica, incomodísima e inquietante pregunta: ¿y si ciertos comportamientos psicopáticos pertenecieran a una especie de subcategoría extrema de histeria colectiva? ¿y si, en las más desafortunadas circunstancias, es@ joven hubiera podido ser yo?

Sólo por abducirnos emocionalmente con tanta intensidad, por resultar tan profundamente perturbadora y por hacernos plantear tan clara y contundentemente todas estas cuestiones, Nocturama merece aparecer en cualquier top este año.




7- After the storm, Hirokazu Koreeda (Perlas)

Siempre resulta una gozada reencontrarse con Koreeda. Importa poco que, con 9 films a sus espaldas, los elementos de su microcosmos y sus temáticas nos resulten agradablemente (y, para algun@s, entre l@s que no me encuentro, aburridamente) familiares. El director japonés, como tod@s l@s buen@s storytellers, sabe narrar situaciones universales desde lo personal y particular, crear personajes profunda y conmovedoramente humanos y, sobre todo, es capaz de retratar como nadie las relaciones familiares de principios de siglo XXI. Y lo hace siempre con tanta honestidad y calidez, que lo seguimos dócilmente durante cada tramo del relato.

En esta ocasión se nos presenta una situación con la que resulta difícil no identificarse. Un protagonista dolido, frustrado y consumido por unos sueños y expectativas ¿inalcalzables?, atrapado en un impasse vital en esa cruel etapa de la existencia en la que se nos exige materializar la vida en resultados. También está su encantadora madre, una ex esposa con la que espera reconciliarse y un hijo con el que no se sabe comunicar. Ah, y una tormenta, una fuerza de la naturaleza purificadora y catalizadora, capaz de poner en movimiento cualquier tipo de agua estancada. Y Koreeda nos lo cuenta todo tan bien, que sentimos pena de despedirnos de esta fracturada familia cuando llega el inevitable sayōnara.





6-La reconquista, Jonás Trueba (Sección oficial)

Si yo escribiera y/o dirigiera películas, seguramente, me gustaría hacer algo tan bonito y elegante como La Reconquista. Porque es de una sensibilidad, nostalgia y romanticismo desarmantes, y porque sus personajes reflexionan mucho y bien sobre el amor y la vida, con una sensibilidad rohmeriana y linklateriana que, hasta ahora, ha resultado tristemente insólito en el idioma español. Y con las alas de rara avis desplegadas, consciente de la responsabilidad de rellenar ese hueco fílmico, nos conduce por una primera hora mágica y subyugante en la que sus protagonistas se reencuentran, (se) escuchan, bailan, aprenden, se expresan y callan, delatándose y definiéndose siempre.

En su segunda mitad, pega un volantazo, se desvía casi dolorosamente de ese presente que nos gustaría protagonizar,  y nos conduce directamente al pasado de sus protagonistas, cuando ambos tenían unos precoces e insultantemente maduros 15 años. Y es aquí cuando llega la irregularidad y parte del desencanto como espectador, porque ese segundo acto no se siente tan intenso, contundente y fascinante. Pero tarde o temprano nos volvemos a enganchar para asistir a una más que interesante reflexión sobre el paso (y el peso) del tiempo, la fragilidad del amor y la irremediabilidad de sus cuentas pendientes.
Jonás Trueba confirma con La Reconquista que es un cineasta al que vale la pena seguir. Suya es la love story más bonita, intensa y personal del año. Lamentablemente, a menos que el boca-oreja u otros mecanismos promocionales funcionen, pocos espectadores sabremos que, como cantaba Rafael Berrio, “somos siempre principiantes” o que “debe estar la Arcadia en flor…”





5- La tortuga roja, Michael Dudok de Wit (Perlas)

Hay films que, al descubrirlos por vez primera, te plantean ideas e impresiones antitéticas. En el caso, de La tortuga roja, en mi mente surgió un “¿cómo se le habrá ocurrido a alguien semejante maravilla?” y, al mismo tiempo, “¿cómo es que nadie la había creado hasta ahora?”. Y es que esta fábula silente resulta tan universal, tan profundamente humana, tan deslumbrantemente simbólica y lírica que la conocemos desde siempre (o, más bien, la reconocemos).

La historia es aparentemente sencilla. Un hombre naufraga en una isla. Se le priva de todo, salvo de sí mismo y de su ingenio en plena naturaleza salvaje. Si intención inicial es huir en una balsa, pero no puede. Un obstáculo que no puede ver y que resulta más fuerte y poderoso que si mismo se lo impide. Finalmente el escollo se materializa: es una gigantesca tortuga roja. Loco de ira, el hombre decide atacarla, dominarla, asesinarla incluso. Y cuando el animal yace vulnerable y moribundo boca arriba, descubre que ha cometido un terrible e imperdonable error.

Tras este interesante punto de partida, se nos invita a reflexionar sobre nuestra condición de animales humanos en constante y sana comunión con una naturaleza de la que no podemos y no debemos escapar y a la que nunca podremos dominar, a riesgo de destruir el frágil equilibro que nos sustenta. Et voilà, un prodigio narrativo de 80 escasos minutos poseedor de un enorme carga simbólica, ecologista y emocional. Inolvidable y directa al baúl del inconsciente, como todos los buenos cuentos.





4-  Colossal, Nacho Vigalondo (Sección oficial fuera de concurso)

Lo peor que le puede pasar a lo último de Vigalondo es que un@ lea su sinopsis y espere encontrarse con un film de ciencia ficción “emmerichiano” catastrófico y ultratestosteróneo al uso, una parodia ingeniosa del cine de kaiju, una comedia romántica gamberra o una mezcla más o menos afortunada de todo lo anterior. Colossal no pretende ser nada de eso. Es otra cosa. Si hubiera que definirla sin conocer los 5 niveles que la sustentan, según su director, la calificaríamos como anti-comedia romántica-existencialista-feminista. O, al menos, así es cómo la ve esta humilde bloguera.

La ciencia ficción, aunque está ingeniosamente integrada, sólo es un MacGuffin para hablar de otra cosa: de la crisis de los 30, de las expectativas románticas, de la capacidad de influir/las consecuencias de nuestra irresponsabilidad sobre vidas ajenas, del empowerment femenino, del machismo y de las viejas masculinidades (especialmente la heteropatriarcal y tóxica). Y es en este insólito experimento fílmico o cocktail mezclado y no agitado, donde radica su mayor atractivo y su mayor defecto: sólo puede encantar o dejar indiferente. No hay término medio. Si no entras en sus constantes cambios de tono y género, estás perdid@, Colossal no es tu película.

A mi ya me habría ganado solo por su originalidad marciana, su condición de anti-comedia romántica, sus toques de hilaridad y por su estupenda Anne Hathaway (también productora ejecutiva), pero es su espíritu feminista y su catártico desenlace lo que me han convertido al “vigalondismo” irremediablemente (tanto es así que le perdono sus inconsistencias de guión, su pérdida de ritmo en su segunda mitad y el hecho de no aprovechar del todo sus posibilidades “monstruiles”). Que un film comercial se atreva a contar todo esto desde un agradecidísimo y tristemente insólito punto de vista femenino me anima a creer en el futuro de la humanidad. Gracias, Vigalondo.





3- Toni Erdmann, Maren Ade (Perlas)

La primera película galardonada con el premio Fipresci dirigida por una mujer (subrayado y suspiro de ¿pero cómo han podido tardar tanto?), es de una osadez y equilibrio funanbulil que cuesta creer que exista. Tan pronto resulta hilarante y absurda como dolorosamente seria, sabia y profunda. Y son tantas las veces que noquea que resulta imposible permanecer indiferente o no plegarse ante su inteligencia.

La agridulce relación paternofilial entre una yuppie ultraprofesional y su alocado, solitario y extravagante padre sirve de excusa para servirnos un delicioso cocktail de casi 3 horas perfectamente mezclado en el que, además de la depresión y de la dificultad de mantener relaciones humanas satisfactorias, nos habla de la deshumanización del trabajo y del capitalismo caníbal, entre otros muchos temas. Y la experiencia es tan gozosa, que le perdonamos cierto desmadejamiento hacia la mitad del film (podríamos recortarle media hora sin problemas).

Porque a lo largo de su metraje, los personajes crecen, evolucionan, se humanizan y, de paso, nos humanizan y reconcilian un poco con el mundo. Y por si su visionado no fuera suficiente, Toni Erdmann, con su descacharrante dentadura postiza, nos sigue visitando días después, para que sigamos riendo y enterneciéndonos con sus escenas clave (atención al emotivo momento “abrazo osuno”, la tronchante “the naked party” y a la reveladora interpretación de “The Greatest Love of All”). Gracias a este “dramedy” he aprendido una palabra clave en alemán que se repite a lo largo de todo su metraje y que no creo que sea capaz de olvidar jamás: glück (feliz, suerte, dicha, felicidad). Pues eso.





2- Ma vie de Courgette, Claude Barras (Perlas)

En un festival en el que la duración media de las películas es de 120 minutazos y cuya temática parece abducida, en parte, por desquiciados niños/adolescentes psicópatas, de repente, llega un pequeño huérfano ojeroso apodado Calabacín y nos regala un cuento luminoso, tierno y profundamente humanista de 70 minutos que es todo un prodigio de concisión narrativa y conexión emocional con el espectador. No es de extrañar que esté arrasando y que se lo haya llevado todo (mejor película y premio del público en el festival de Annecy, la candidatura suiza a mejor película de cara a los Oscars y ahora el premio del público del zinemaldi como mejor film europeo).

Delicia artística y visual de stop-motion, Ma vie de courgette es un cuento sobre niños pero en absoluto infantil, que no pierde en ningún momento su estilo grave, hondo, profundamente agridulce que le confiere un tono adulto. Temas como la orfandad, la falta de figuras de apego/amor, la soledad o el duelo en la época más vulnerable de la vida están presentes, pero sorteando una buena parte de sus tópicos y de forma cuidadosa y delicada en todo momento. Cada personaje, desde los niños a los no siempre entrañables adultos, tiene una personalidad muy clara y definida y resulta querible hasta el punto de derrochar emotividad. Contrapunto sano y necesario (no necesaria y exclusivamente festivalero), Ma vie de courgette es uno de esos films “prozac” hechos con tanto mimo y talento que confirman y renuevan tu cinefília.





1-Arrival, Denis Villeneuve (Perlas)

Si hubiera tenido que publicar esta crítica el día que vi la última película del (imparable) director canadiense (o el día siguiente), no habría podido escribir ni una línea. El shock emocional fue tan inmenso que bien podría describirse como síndrome de Stendhal. Y no fui la única. Me atrevo a asegurar que casi tod@s l@s que componíamos el pase de prensa sentimos el mismo doble gancho al corazón y a la cabeza y la misma sensación de trascendencia (no recordaba una reacción del público tan intensa desde Gravity) y lo supimos: Arrival haría historia.

Una vez más, que nadie se deje “engañar” por su sinopsis (su guión no podría parecerse menos a las películas de invasiones y contactos extraterrestres que ya conocemos). Basada en el relato “Story of Your Life” de Ted Chiang, la experiencia que nos propone Villeneuve supera todas nuestras expectativas como espectadores porque el MacGuffin alienígena es la excusa perfecta para hablarnos, por un lado, de la celebración de comunicación como base moral, social y política de nuestra (y de todas) las sociedades y de la trascendencia del lenguaje como instrumento pacifista y, por otro, nos plantea el estudio del duelo por un ser querido que acaba resultando toda una celebración de la vida, todo ello desde una perspectiva intimista e insólita hasta la fecha.

Arrival es, además, impecable desde el punto de vista técnico y visual (ecos kubrikianos resuenan en más de un fotograma y en algún momento es imposible no pensar en 2001: Una odisea del espacio). Pero el corazón del film, además de la inspirada y ajustadísima música de Jóhann Jóhannsson (atención a la delicada aportación de Max Richter), es Amy Adams, excelente en su papel de lingüista y anti-heroína dividida entre la responsabilidad político-profesional y el abrumador peso de la pérdida (nos recuerda, inevitablemente, a Jodie Foster en Contact y a Jessica Chastain en Interstellar, films con los que Arrival comparte no pocos paralelismos). Y por si todo lo anterior no fuera suficiente, el film posee uno de los más poderosos, líricos y emotivos clímax de la historia del cine reciente (que como espectadores, nos regala, además, una disyuntiva de lo más interesante). ¿Obra maestra? El tiempo lo dirá, pero lo que sí se puede asegurar es que su viaje emocional resulta absolutamente imprescindible. Mágica.


Esta misma entrada, mucho más cuca, en ifyouneedmewhistle.wordpress.com  ;)



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