27 March 2013

Amor y letras ("Liberal Arts"): crisis vitales versión hipster



En una escena de Amor y letras (otra maravilla de “traducción” inspirada donde las haya), el personaje de Elizabeth Olsen le graba un CD de música clásica a Josh Radnor para que este amplíe sus gustos musicales más allá de “los grupos indies raros” que suele escuchar. Él, maravillado ante su belleza, reacciona (o despierta) con insights sobre la poesía de la belleza urbana al más puro estilo American Beauty.  ¡Qué bonito!
Hace unos 15 años, cayó en mis manos un CD doble titulado “La mejor música de relajación del  mundo” que contiene, aproximadamente, el 80% de los temas clásicos que se incluyen en esta película.  ¿Cuál es la diferencia entre estas dos situaciones tan aparentemente poco relacionadas? Pues que mi CD no intentaba engañar al consumidor, venía a ser lo que a la música pop son los grandes éxitos de The Beatles, mientras que en la película de Radnor, nos quieren vender esta selección de temas, no sólo como una muestra representativa de los fab four, sino de la música pop nivel principiante. Pues bien, esta metáfora musical puede aplicarse al resto de la película.
 
 
 
 
 
Casi todo en este film es pura pose hipster o gafapastil, perfectamente diseñada para parecer ingeniosa, fresca y trascendente, cuando en realidad, no lo es. Josh Radnor (que escribe y dirige, como ya hizo con su primer trabajo Happythankyoumoreplease) pretende hablarnos de las crisis vitales (la de los veinte, la de los pre-cuarenta y la de la post-jubilación) y sus aparentes coincidencias, de lo que implica aparcar los peterpanismos, abrazar la madurez con responsabilidad y aprender a estar más presente en el mundo real que en el acogedor mundo interno (ese que es alimentado por los libros que el personaje de Radnor parece devorar), entre otras muchas cosas. El problema, es que no profundiza ni desarrolla ninguno de estos temas. Se limita a rascar un poquito en su superficie, a soltar unas cuentas frases supuestamente profundas y lúcidas en algún dialogo resultón y a mostrarnos un catálogo de inadaptados encantadores (muy desaprovechados, casi todos ellos, sobre todo ese actorazo que es Richard Jenkins). Todo sin hacer demasiada pupita ni hacer meditar al espectador. Muy cool, muy bittersweet, muy “indie”, pero no cuela.
 
 
 
 
 
Por ejemplo, no nos creemos a Josh Radnor como ese lector inteligente y compulsivo. Salvo alguna escena en la que le vemos leyendo o soltando algún comentario prestado, lo único que nos lo confirma (además de oírle repetir “me encantan los libros” una y otra vez), es un ataque a la yugular de la saga Crepúsculo, que vendría a ser tan obvio y facilón como un grupo de leonas persiguiendo a una gacela “jubilada” en pleno Serengueti. Lo que realmente habría sido un síntoma de ingenio e inteligencia, habría sido meterse con alguna otra obra literaria mejor valorada por la crítica y más querida por el público en general, pero como casi todos sentimos tirria (o placer culpable) por la saga vampírica, nos reímos maliciosamente, felicitándonos por nuestros buen criterio y tan contentos.
 
 
 
 
En resumen, si lo que quieres es ver una película amable, agridulce, algo cursi, políticamente correcta, con algún actor carismático (atención a Elizabeth Olsen, lo mejor de la película con diferencia), perfectamente olvidable, aunque un poco más digna que la media de comedias de este tipo, puede que salgas del cine con una sonrisa. Si, por el contrario, exiges un film a la altura de la propuesta que inicialmente presenta al espectador (un film sencillo, fresco, nada pedante o pretencioso, con ingenio, inteligencia y cierta profundidad y originalidad), sentirás que la última hora y media de tu vida  es una vergonzosa tomadura de pelo… hipster.
 
 

P.S. Tiene guasa, I’ll give him that, que Radnor se meta con la saga Crepúsculo cuando una de las actrices de la adaptación cinematográfica sale en esta misma película, y él mismo tiene como novia a otra de sus vampiras.
 
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21 March 2013

El atlas de las nubes: viaje de la película a la novela... y de vuelta a la película




Película
Desquiciante, confusa, irregular, megalómana, visualmente fascinante, pretenciosa y fallida. Estos eran, básicamente, los adjetivos con los que califiqué a la última película de los Wachowski & Co tras su primer visionado. En lugar de una película compuesta por seis historias interconectadas, tenía la impresión de haber visto seis películas al mismo tiempo. Sin embargo, y, por algún motivo, las horas y los días iban pasando y lo que parecía un producto ambicioso, pero perfectamente olvidable, seguía bullendo dentro de mi cabeza al ritmo de su maravillosa banda sonora. Descubrí entonces que algo había en aquel caótico puzzle de historias a través del tiempo y del espacio que merecía la pena ser explorado en profundidad. Y fue esa curiosidad felina la que me llevó a la novela.


Novela
Alguien ha comparado la lectura de El atlas de las nubes con escalar el Himalaya, por aquello de que resulta mucho más difícil la subida que el descenso. Tal vez sea porque, desgraciadamente, padezco mal de altura, o por cierta torpeza idiomática (cometí la inconsciencia de leerme el libro en inglés sin tener en cuenta que una historia estaba escrita en un pomposo english en desuso de hace dos siglos y otra en un aún más desquiciante “inglés” futurista degradado y casi irreconocible), pero suscribo rotundamente sus palabras. Es uno de los libros más exigentes que he leído, pero al mismo tiempo, uno de los más brillantes y fascinantes. Y es que cuando una novela te abduce a lo Bastián Baltasar Bux, hasta el punto de irritar tus ojos o provocarte agujetas, there must be something big.


Diferencias entre la película y la novela

 * Estructura
Si el film, con su caótico montaje en paralelo, no da tregua al espectador y le obliga, no sólo a mantener toda su atención en cada detalle de sus seis historias aparentemente independientes, sino a atar cabos entre ellas durante sus casi tres horas de metraje, la novela, por su parte, con su estructura matrioskil (o mise en abyme), en la que cada historia está imbricada dentro de otra, exige, no sólo atención al detalle, paciencia y buena memoria, sino una entrega y complicidad absolutas.
Y es que cada uno de los seis cuentos que componen la novela, está interrumpido en el nudo antes de pasar al siguiente y, una vez completado el sexto (el único que se presenta “sin cortes”), regresamos a cada uno de ellos en orden inverso (la estructura sería 1-2-3-4-5-6-5-4-3-2-1), volviendo al punto de partida.  ¿Estructura pretenciosa o retorcidamente original? Eso queda a juicio del lector.    
  



Cada historia, además, está escrita en un estilo narrativo y en un género diferentes. Del melvilliano diario del Pacífico de Adam Ewing) saltamos a las Cartas desde Zedelghem, para pasar al thriller empresarial (Vidas a medias. El primer misterio de Luisa Rey), y, posteriormente, dar el salto al humor satírico inglés en forma de memoirs (El tremendo calvario de Timothy Cavendish), aterrizar en una sobrecogedora entrevista en un futuro distópico  (La antífona de Sonmi-451) y acabar en el relato oral de un no menos sobrecogedor futuro post-apocalíptico (El cruce de Sloosha y toda la pesca).


* Tratamiento de las historias
Probablemente, hacer justicia a semejante material en un film de casi tres horas resulta una empresa suicida y quijotesca (tal vez una miniserie podría estar a la altura, pero solo tal vez). Los directores trazan líneas paralelas entre los personajes, situaciones y temas a lo largo de las historias, imponiendo una coherencia y homegeneidad en la narración y en el estilo que el libro original no tiene.
Todas las historias han sido simplificadas, mutiladas o vilmente alteradas, además de “romantizadas” y forzadas a encajar en un happier ending. Como ejemplos extremos, conservan, al menos, su esencia El diario del pacifico de Adam Ewing o El tremendo calvario de Timothy Cavendish, mientras que La antífona de Sonmi-451 (la mejor historia de todas, desde mi modesta opinión), ha acabado siendo, tristemente, la peor parada del conjunto.


Una historia compleja, apasionante y espeluznante (como cualquier distopia que se precie), y que da, ella solita, para una sola película, básicamente, ha sido reducida a una serie encadenada de secuencias de acción que son un refrito, no sólo de la película más famosa de los Wachowski, sino de otros clásicos de la ciencia ficción, desde Blade Runner hasta Tron. Si en lugar de crear escenas visualmente impactantes y románticas se hubieran encargado de explicar y desarrollar un poco más ese Neo Seul hiperconsumista y deshumanizado, el film habría ganado algunos enteros (y se deben, en parte, a la distorsión de este cuento distopico, y su relación con las demás historias, las duras críticas hacia el aire místico y new age, la espiritualidad de pandereta y la “profundidad paulocoelhiana”  El atlas de las nubes).   


El capítulo de Luisa Rey, muy a El Informe Pelícano, aparenta, en la gran pantalla, una seriedad y trascendencia que no tiene en el libro. Esta historia es una novela que un aficionado escribe y envía a otro de los protagonistas de El atlas de las nubes que trabaja como editor, así que se nos presenta como un material aparentemente mediocre, pero con el suficiente potencial como para que podamos disfrutarla. Posee fallos intencionados, “agujeros de guión” y cae en los estereotipos clásicos del género, por lo tanto, resulta divertido convertirse en editor, planificar qué cambiarías y qué no, o plantearse si la tal Luisa existió realmente dentro de la ficción de la propia novela.



Otra decepción llega de la mano de uno de los mejores personajes del libro, el joven compositor Robert Frobisher, que en la película pierde parte de su ambigua personalidad (y, sobre todo, de su oportunismo). Encantador nato, entabla una relación de parasitismo mutuo con un viejo compositor (ambos obtienen beneficios creativos y se aprovechan el uno del otro), cuando, en la película, acaba siendo retratado, simplemente, como la víctima.




Temas principales 
Según el propio David Mitchell, los temas principales de la novela son la causalidad y la depredación humana (las diferentes maneras y niveles en los que, individual y colectivamente, podemos explotar y aprovecharnos del otro), mientras que en El atlas de las nubes película, se enfatiza y subraya excesivamente, no sólo el tema de la reencarnación (mucho más sutil en la novela) sino el de la universalidad de la experiencia humana (“el amor lo conquista todo” o “una persona valiente puede cambiar el mundo” acaban cayendo en el cliché), descuidando la profundidad y los matices de la causalidad y la depredación. Un ejemplo sería el tratamiento de la esclavitud. En todas las historias se habla de las diferentes formas y niveles de esclavitud a lo largo de los siglos y sus causas y consecuencias, mientras que en el film no se profundiza en ninguna de ellas.
En resumen, la enorme potencia visual del film made in Wachowski, no compensa el mayor atractivo de la novela: encontrar paralelismos entre personajes, situaciones y temas entre las seis historias. Sin embargo, y a pesar de no estar a la altura de su material original, ¿merece la pena ver El atlas de las nubes?



Película… again
Sorprendentemente y contra todo pronóstico, El atlas de las nubes gana en un segundo visionado a pesar de su irregularidad, sus historias descafeinadas, sus actores pluriempleados, su ocasional y ridículo maquillaje chanante y el hecho de saber que su fuente original es bastante mejor.  Y es que detalles y pinceladas que se te pasaron por alto, de repente, cobran sentido.
¿Será que solo pueden leer entre líneas (o fotogramas, más bien) los fans de la novela? ¿o que, tal vez, de la misma forma que la matrioskil novela de Mitchell no se aprecia ni se disfruta sin reflexión y sin un continuo esfuerzo por parte del lector, su versión cinematográfica tampoco se puede entender o valorar en su totalidad en un simple visionado?
¿Qué si es pretenciosa y megalomana? Pues sí, pero, salvando las distancias, 2001, una odisea del espacio, El árbol de la vida o la más reciente, The Master también lo son y eso no las convierte en peores películas.


Dicho todo esto, y a pesar de las comparaciones odiosas con la estupenda novela, rompo una lanza en favor de la versión cinematográfica de Tykwer y los Wachowski. Ha sido muy infravalorada por una crítica muy destroyer, cuando lo cierto es que resulta mucho mejor película que la media. Es ambiciosa y rompedora, está hecha con mimo y no se parece a nada de lo que hayamos visto anteriormente. Es un error enfrentarse a ella como si fuera “la más grande historia jamás contada”, sino que hay que verla sin expectativas ni prejuicios. Por lo tanto, por ahora, y a la espera de que el tiempo la coloque donde le corresponde, me sitúo en un prudente punto intermedio entre quienes la consideran una castaña y quienes ya la han etiquetado como masterpiece.


¿Que qué aporta de nuevo que no tenga el book? Lo  mejor: una maravilloserrima e hipnótica banda sonora que no puedes dejar de escuchar. Lo muy destacable: una factura técnica impecable y, en general, unas entregadas e inspiradas interpretaciones. Lo discutible: algún giro final nuevo e inesperado. Y lo muy apreciable: el irresistible pelo revolvible (y british accent) de Ben Whishaw ;)










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