23 August 2010

My favourite "Eye Candy"

Por una vez, y sin que sirva de precedente, no vamos a hablar de los actores más talentosos, ni de los más excéntricos, solidarios, guapos o interesantes al otro lado de la pantalla. Hoy toca recrearse, simplemente, en los mejores ojos actoriles masculinos.
Abran sus globos oculares y dispónganse a realizar su propia lista ;)





10. Gaspard Ulliel.
Este último puesto del top, se lo disputaban seriamente Robert Redford, Daniel Day-Lewis y Viggo Mortensen, y aunque la balanza se inclinaba a favor de este último, finalmente su actitud pro-taurina lo ha desbancado. Sin embargo, mientras volvía a la duda hamletiana, me he topado con esta foto de Gaspard Ulliel y .... ¿de qué estábamos hablando?





9. Gael García Bernal.
Si el verde más penetrarte (a este y al otro lado del río) de los magnéticos ojos del señor Bernal no se hubiera incluido en este top... la autora de este blog habría pecado de muy mala educación.





8. Jonathan Rhys Meyers.
El morbo personificado en una mirada ambigua que sabe ser inquietante pero también irresistiblemente tierna cuando le da la gana. A pesar de los pesares, habría sucumbido a ella cuando jugaba a tenis con Woody Allen, pero en Los Tudor da tanto miedo que lo quiero lejos, muy lejos. A siglos de distancia...





7. Elijah Wood.
Érase unos ojos a un hombre pegados, érase una mirada marina superlativa... Los que le conocen aseguran que, a pesar de tenerlos increíblemente grandes y expresivos, sus ojos no le funcionan muy bien. Desde el otro lado de la big screen, quienes lo hemos visto crecer, no nos hemos dado cuenta...





6. George Peppard.
Su personaje de Paul Varjak en Breakfast at Tiffany’s (especialmente la mirada con la que observa a Audrey Hepburn cantando Moon River), ha conseguido lo imposible: que me olvidara de sus comentarios sexistas, machistas y racistas, y de lo mucho que en los 80 le encantaba que los planes salieran bien...





5. Ralph Fiennes.
Toque la tecla que toque (y sabe tocar muchas), su melodía suena intensa, turbia o, incluso, amenazadora. Con Mr Fiennes siempre tenemos garantizado un viaje en primera clase al lado oscuro, aunque nunca sabemos con certeza si podremos volver de una pieza. ¿Será eso lo que hace su mirada tan sexy?





4. Ian Sommerhalder.
Hay miradas tan profundas que transmiten la sensación de que podrías arrojar una piedrecita dentro de ellas, y que esta seguiría hundiéndose irremediablemente sin llegar a tocar fondo. La del ex lostie reconvertido en vampiro es una de ellas. No me extraña que Locke insistiera en revivirlo en sus sueños...





3. Montgomery Clift.
Quienes dicen que la voz es lo único que no miente, nunca han conocido a Monty. Ni el método, ni el mejor especialista en maquillaje, habrían podido disimular en su mirada ese alma rasgada, doliente y atormentada que exhibía en cada fotograma. Observándolo, casi se siente uno voyeur o, peor aún: un policía mirando a través de la traicionera ventana oscura de los interrogatorios...






2. Jared Leto. Actor, músico, cantante, vegetariano, solidario, guapo, pelo revolvible... ¿No le bastaba con eso para resultar arrebatador?. Al parecer, no. ¿Recuerdan la escena de Memorias de una geisha en la que se le enseña a la protagonista a parar a un hombre en seco con una sola mirada? Yo creo que con esos ojazos out-of-this-world que el hada buena le ha dado, Jared podría parar incendios, sequías, huracanes, terremotos o lo que le diera la gana...




1. Paul Newman. Un buen día, una estatua griega se reencarnó en un mortal, dotándolo, no sólo de toda su anatómica y cincelada perfección, si no que, además, le regaló unos ojazos tan desarmantes, que, en su presencia, no había criatura que pudiera evitar que le temblaran las piernas. Mr Blue Eyes, era (y es) de esos hombres tan, tan, taaan guapos, que harían dudar de su sexualidad hasta al mismísimo Testosteróneo Man.


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02 August 2010

Los 3 peores momentos que he pasado en el cine



Todo cinéfilo tiene su colección particular de “Holocaustos caníbales” vividos dentro, detrás y alrededor de la pantalla grande. Hagámos memoria: Castañas pedantes infumables, patochadas sólo aptas para concursantes de Hombres, mujeres y viceversa, niños (y no tan niños) con incontinencia verbal, roncators-tenores, chuche-escandalosos, acompañantes-comentaristas, climatizaciones sádicas, subtítulos inseguros (o directamente fantasma), parejas que han olvidado que no están en la sala de su casa, síndrome de la palomita rancia, copias de films que parecen haber pasado previamente por las manos de Freddy Krueger, paudoneses en el asiento de enfrente, pateadores profesionales, codo-acaparators, boicoteadores de desodorantes, ubicuators o esos que van compulsivamente al baño o se mueven en su asiento como si tuvieran síndrome de Tourette...

Sin embargo, cuando pienso en mis peores momentos como espectadora, casi siempre quedan excluidos actores secundarios, figurantes, dirección artística, fotografía y demás. Todo se reduce al guión, al director y al protagonista principal.

Este es mi Top 3 de momentos horrendos vividos en la sala de cine ordenados biográficamente.


1 * ¡Quiero ir a mi caaaaaaaaaaaaaasa!

Con 7 años era la única niña del colegio que aún no había visto E.T. Ese esperado sábado llegó cuando todos sus protas ya eran adictos a todas las sustancias habidas y por haber, pero me daba igual. Me sentía tan contenta, que ni siquiera el hecho de que mi madre no pudiera acompañarme menguó mi entusiasmo. No podía esperar ni un día más. Si quería ver al extraterrestre, vería al extraterrestre. Recuerdo que la mamma me llevó de la manita hasta una de las primeras filas, me sentó a un asiento del pasillo y me dijo “no te muevas de aquí. Cuando acabe la película, estaré esperándote fuera”. Y así lo hice. De hecho, fui tan asquerosamente obediente, que ni siquiera el jirafo que se sentó delante me animó a cambiarme de asiento. Pero la tortícolis no fue lo más aterrador de todo. En mi primera incursión como espectadora, todo se magnificaba y dejaba huella en mi tierno cerebro esponjil. Sentía una extraña mezcla de emociones y sensaciones varias que no había sentido hasta entonces. Supongo que argumentalmente no entendí nada y que lo poco que pude entender me produjo un inquietante terror paralizante, desde la disección de las ranas, pasando por la operación a vida o muerte de E.T. y acabando con su humillante borrachera zíngara. Y mientras el prota gritaba “¡mi caaaasa!” yo miraba al vacío asiento de al lado, esperando que mi madre brotara de él cual Cat Woman, me llevara a mi ídem y me explicara porque aquel extraño ser cuellilargo era tan plasta.

Cuando acabó el mítico film y los niños salieron en estampida de la sala, todos mis síntomas eran los típicos del estrés post-traumático. Y aunque durante un tiempo la idea de volver al cine me aterrorizaba, recuerdo que un regusto de fascinación fue poco a poco tiñendo aquel amargo recuerdo. ¿Qué era eso que tenía el cine que tenía tanto poder sobre mi? ¿por qué, a pesar de la mala experiencia, me despertaba tanta curiosidad? ¿Y si volvía a intentarlo?

[To be continued... ]





P.S. ¡Que cosas! Con lo tienna y entrañable que me resulta la spielberiana película ahora...



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