03 October 2015

Zinemaldia 63, day 5: De aprendices encantadores, ruedas de prensa y tipos anodinos



Bakemono no Ko/ The boy and the beast/ El niño y la bestia

¡La animación llega a la sección oficial! Y lo hace de la mano de Mamoru Hosoda, el interesantísimo director de La chica que saltaba a través del tiempo, Summer Wars o Wolf Children. Escribía alguien en un tweet que “la busqueda de la película del festival no nos deja ver el bosque” y películas como The boy and the beast son el ejemplo perfecto. Vista fuera del zinemaldia, posiblemente, sería apreciada por todo lo que es, en lugar por la animación brillante, novedosa y “festival-standard” que “debería” ser. Y sí, sus hermanas mayores poseen más garra y originalidad, Hosoda no nos cuenta nada que no hayamos visto antes (resuenan desde Karate kid a Star Wars, pasando, incluso, por La bella y la bestia). Tampoco está exenta de cierta descarada moralina de libro autoayuda adolescente, e incluso se la puede acusar de alargarse en exceso o de carecer de personajes femeninos que escapen del cliché, pero ojalá todas las historias, bien de animación o no (¿alguien hace la distinción a estas alturas?) resultasen tan entretenidas, hermosas y bien narradas. Ojalá todos los personajes que nos mostrasen fueran tan queribles. Ojalá todas poseyeran alma.




Y mientras una buena parte de la prensa disfrutaba (o no) de Irrational man lo último del incombustible (y desganado) Woody Allen, yo me encontraba, contra viento, lluvia y marea, en la rueda de prensa de High-Rise, a pocos metros del director Ben Wheatley, Tom “Loki” Hiddleston, Sienna “It girl” Miller y Luke “Hunky” Evans. El mayor protagonismo recayó, lógicamente, en los dos primeros, que hablaron (muy bien) del reto que suponía adaptar una obra de un autor tan polémico cuyo guión primigenio lleva décadas dando tumbos. Para Wheatley, lo brillante de la novela, escrita en plenos años 70, es la forma en la que ha sido capaz de predecir el futuro (“¡Que Dios nos ayude si esto es lo que va a suceder!”, confiesa). Por otra parte, resulta imposible reprimir tu lado fan ante un hombre como Hiddleston. No solo tiene una gran presencia, sino que transmite una serenidad zen y una inteligencia desarmantes. Se ganó a todos los presentes, no sólo al demostrar sus conocimientos sobre la obra de J.G. Ballard, sino al manifestar su cariño hacia una ciudad y un festival que siempre lo han tratado bien (es su segunda visita). La comedida y fibrosa Miller apenas confesó alguna anécdota de rodaje, además de lo fácil que resulta aceptar el papel en un proyecto tan arriesgado siendo fan tanto de Wheatley como del autor de la novela. Nos quedamos con ganas de escucharla y de conocerla más, al igual que al guapérrimo Evans, estupendo en un personaje “gastoniano” que, según sus propias palabras, nunca le ofrecen y que se encuentra muy lejos de su verdadera personalidad. El actor parecía sentirse incómodo y ausente ante tanta pregunta, aunque, en referencia a su amplia participación en musicales, se permitió algún toque de humor al confesar que “era galés y que, por lo tanto, había nacido cantando”. Esto, unido a la confesión de Hiddleston de que había aprendido a bailar en pubs en los noventa, conformaron la doble anécdota musical de la rueda de prensa. Ojalá se hubiera alargado un par de horas más…




El apóstata

¿Os imagináis un Lost in translation patrio con un guión difuminado,  protagonizado por un personaje hostiable y sin carisma, y, lo que es aún más grave, sin una historia interesante detrás? Pues eso, ni más ni menos, es El apóstata. El MacGuffin de la apostasía, en plenos años dosmiles, aunque algo desfasado (habría tenido mucho más sentido en la primera mitad del siglo XX, cuando la religión tenía un notable peso y presencia en la idiosincrasia patria y la vida diaria), podría haberse aprovechado, sin embargo, para hacer una crítica hacia la iglesia y su burocracia a lo David contra Goliat, pero, en lugar de eso, nos presentan a un apático Peter Pan enzarzado en un sinfín de situaciones gratuitas, casposas, forzadas y absurdas sin la menor gracia o interés. Y un@ capta la intención de Federico Veiroj, su director; querría empatizar con su caballero andante urbanita de medio pelo, con su desgana y su desorientación vital, pero lo único que el film le transmite es un tufillo político y pseudofilosófico facilón y empapado en alcanfor.

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El cansancio plomizo, sumado a la hostilidad de este día horribilis, me impiden quedarme a la última proyección de la tarde: El rey de La Habana. Y es que ser humano y dormir poco y mal es lo que tiene…


La anécdota festivalera:

Ante la pregunta de qué colocarían en lo alto de un edificio, los actores de High-Rise parecían coincidir en un restaurante. “¿Qué tipo de comida? Piensa que estamos en San Sebastián” inquirió Miller. Hiddleston, buen conocedor del lugar en el que se encontraba, contraatacó: “tapas”. Pero Sienna, en su primera e incauta visita, se pasó con la mantequilla: “¡El Bullit!”. ¿Cómorl?

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