29 March 2012

Baúl cinéfilo # 2: la raqueta colapasta de El Apartamento



C.C.Baxter siempre cena solo. Tras una larga jornada laboral, casi siempre le toca hacer "horas extra", asi que no le queda más remedio que llegar a su apartamento mucho más tarde de lo que le gustaría. Su rutina suele consistir en un plato de comida precocinada que degusta en el sofá y frente al televisor, mientras la publicidad frustra, una y otra vez, su intento de ver algún clásico del séptimo arte.

El que se ha convertido en el empleado más trepa y menos asertivo de una prestigiosa compañía de seguros de Manhattan, trata inútilmente de que este doméstico ritual enmascare o borre, en parte, el hecho de que, minutos antes, un par de desconocidos han practicado sexo en su propia casa. Qué extraño (e irónico) debe ser que el lugar en el que resulta menos posible escapar de la soledad, sea, al mismo tiempo, el “nido de amor” de otros.

Cuando Miss Kubelik rompe su rutina y le obliga a ejercer de enfermero, todo cambia. C.C.Baxter se olvida de la comida precocinada, el sofá y la televisión, y su robinsoniana cena pasa a convertirse en una velada con velas, comida casera y la mujer que ama.




Como plato principal, Baxter prepara un plato de pasta mientras canta alegremente y, en su entusiasmo juvenil, cuela los spaghetti con una raqueta de tenis. Ni siquiera le importa el hecho de que algunos rebeldes se le escurran, cayendo sobre la fregadera.

De alguna manera, este insólito colador acaba siendo una metáfora de la idiosincrasia de la pareja. Un objeto que parece ser fabricado para cumplir otra función, para resultar útil y mucho más práctico en otra parte, puede, no obstante, encajar y adaptarse mucho mejor a tus necesidades que el objeto que, originalmente, parecía diseñado para tal función. Miss Kubelik, por ejemplo, se había pasado toda la vida utilizando coladores convencionales... y sólo necesitaba encontrar su raqueta.

Todo esto ocurre en El Apartamento de Billy Wilder. Hay otras películas que me gustan tanto, pero ninguna me gusta más...




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28 March 2012

Flagellator cinema: ¿sado-maso emocional?



A pesar de ser ampliamente conocido por tod@s y valorado por much@s, existe un tipo de cine que lleva demasiado tiempo pidiendo una categoría propia a gritos. ¿Que cuál es ese subgénero cinematográfico aún por bautizar en pleno siglo XXI? Con el permiso de l@s cinéfil@s y ciberexploradores que lleguen hasta esta humilde morada, me he permitido hacer los honores: cine flagelante.

Podría ser confundido con el género dramático hardcore, pero no nos llevemos a engaños. En el cine flagellator los personajes no sólo sufren muchísimo, sino que lo hacen en progresión geométrica, innecesaria y sádicamente, sin tener ni un solo momento de respiro, ni posibilidad de salvación.




Un director flagelador es equiparable a un guardián de las galeras de Ben Hur: no sólo no deja de dar latigazos indiscriminadamente a todo lo que encuentra, sino que lo hace al ritmo maquiavélicamente adecuado, de forma que el dolor no se solape y resulte más intenso. Metódico y cruel, y con la excusa, en gran parte de las veces, de la denuncia social y/o la justificación de un discurso humanista, lleva a tal extremo eso de “únicamente cuando es pisoteada se extrae de la aceituna su mejor jugo”, que no sólo acaba aplastándola con tanques, sino que no se salva ni un miserable mililitro de aceite que culebree por el suelo.

Hay muchos ejemplos de flage-autores a los que, tristemente, sería impensable imaginar explorando otros géneros, aunque, posiblemente, Lars Von Trier sea el más prestigioso y polémico miembro del Flagellator’s Club. El enfant terrible danés tiene predilección por el sadismo en clave femenina. En su cine, las que suelen sufrir mucho, muchísimo, muchérrimo, son ellas: o deja cuadriplégicos a maridos que ordenan a sus puritanas esposas que se acuesten con otros (Rompiendo las olas), o las condena a la ceguera, la traición y la muerte (Dancer in the dark) o bien asesina a sus retoños en pleno orgasmo y les amputa, posteriormente, el clítoris en plan expiación (Anticristo). Too much.




Un (sádico) paso más allá va Alejandro González-Iñárritu. En sus películas todos los personajes, sin discriminación de género o de especie, sufren agonías terribles hasta el punto de acabar reducidos a papilla física y emocional (aunque en el caso de los animales no humanos, suelen acabar estúpida, innecesaria y cruelmente asesinados). Amores perros, 21 gramos, Babel, Biutiful… en todas ellas sus sufridos protagonistas se rebozan en el dolor con detenimiento y esmero, cual hipopótamo en el nutritivo fango. Y es que, en el cine de Inárritu, no se salvan de sufrir ni los del catering.




Obviamente, existe cine flagellator de calidad y cine flagelante no tan redondo. Si bien es cierto que las películas están por encima de los géneros, resulta innegable que existe un sector del público (entre el que me encuentro) que no acepta convertirse en sparring injustificada y sádicamente. Y es que es imposible no plantearse si para bucear en el corazón humano y volver a la orilla, es necesario, como único método de exploración, soltar golpes ininterrumpidamente, manipulando y noqueando al espectador, como si sólo al sentirse realmente apaleado pudiera llegar a comprender alguna verdad profunda, misteriosa y trascendente sobre la naturaleza humana.




Actualmente, hay una prestigiosa película flagelante en cartel que parece entusiasmar a todo el mundo. Mentiría si dijera que su visionado no resulta muy recomendable, pero también si adujera que todos sus golpes argumentales son necesarios. El Tyrannosaur de Paddy Considine (subtitulada horrible y espoileadoramente como Redención en España) es devastador, contundente y muy sólido. Además, está protagonizado por dos actores en estado de gracia. Si una película sigue fresca en la mente a pesar de haber transcurrido seis meses desde su visionado, obviamente, hay algo muy interesante en ella, pero no sé hasta que punto su vivo recuerdo no tiene que ver con la profunda indignación que sentí durante su visionado. Y es, ¿era necesario llegar a semejantes cotas de sadismo y crueldad para empatizar con dos personajes heridos y apaleados o para justificar sus acciones?

¿Hasta que punto, a veces, el estilo flagelante in crescendo sólo está justificado por la falta de imaginación y sutileza del director y su escasa confianza en la inteligencia del espectador?

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05 March 2012

La rescatadora de frases: Los Descendientes




Aunque no sea una fan entusiasta de lo último de Alexander Payne, creo que contiene algunas perlas que merecen ser recordadas.


Mis amigos del continente creen que sólo porque vivo en Hawai vivo en el paraíso. Como en unas vacaciones permanentes. Bebiendo Mai Tai todo el día, meneando las caderas y surfeando sobre las olas. ¿Están locos? ¿Creen que somos inmunes a la vida? ¿Cómo pueden pensar que nuestras familias tienen menos defectos, nuestro cáncer es menos mortal y nuestros dolores de cabeza menos dolorosos? No me he subido a una tabla de surf en 15 años. Durante los últimos 23 días he vivido en un paraíso de agujas, bolsas de orina y tubos traqueales. ¿Paraíso? El paraíso se puede ir a la mierda... “.




"Hay que darles a los hijos lo suficiente para que hagan algo en la vida, pero no tanto como para que no hagan nada".




“Adiós, Elizabeth. Adiós, mi amor. Mi amiga. Mi dolor. Mi alegría. Adiós... ".




Y mi favorita:

"Una familia es como un archipiélago.  Todos forman parte de un todo, pero están separados y solos... y siempre alejándose lentamente".

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01 March 2012

Mi hora y media con Marilyn



No se han apagado aún las luces de la sala y una maliciosa jubilada sentencia “me parece que esta no tiene la picardía de la Marilyn”. No lo tiene fácil Michelle Williams. Monroe y Norma Jean siguen estando demasiado vivas en el recuerdo personal y colectivo como para reconocerlas, de buenas a primeras, en el frágil aspecto de una actriz a la que, físicamente, no se parece demasiado.




Durante los primeros minutos, casi estas a punto de darle la razón a la prejuiciosa jubilada. Aunque te esfuerzas, no eres capaz de ver a Sugar Kane en un cuerpo demasiado esbelto y bastante menos voluptuoso. Tampoco en su voz. Pero, hacia los 20 minutos de metraje, Michelle pone morritos y dice “thank you” de una forma encantadoramente familiar y la Marilyn que conoces y amas, reaparece con toda su ternura, encanto, magnetismo y fragilidad.




No te interesa la insulsa historia de amor de un (aun más insulso) ayudante de producción con el mito erótico más importante del siglo XX. Lo que quieres es ver a Norma Jean peleándose con Marilyn y las luces y sombras que van proyectándose por el camino. Por eso adoras los detrás de las cámaras y las tomas falsas de El príncipe y la corista, "filmadas" por un magnífico Kenneth Branagh, mimetizado con Laurence Olivier hasta tal extremo, que ya no imaginas que pudiera ser interpretado por nadie más.




Piensas que es una pena que el guión no este a la altura y que adopte, en todo momento, un tono demasiado agradable, fácil de ver y para-todos-los-públicos. My week with Marilyn está pidiendo más riesgo y personalidad para convertirse en una buena película a gritos, pero cuando el film llega a su tramo final, ya has asumido que lo mejor, con diferencia, son sus dos interpretes principales. Y por ellos (y algunos momentos de magia) vale la pena el viaje, un tanto forzado, al choque de egos entre un actor clásico que quería ser estrella y una estrella del método que quería ser actriz.




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Coquetuela escena que Michelle Williams clava en la película :)


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