29 December 2016

Nocturnal Animals: El arte como exorcizador de fantasmas



"Si quieres olvidar a una mujer, conviértela en literatura” escribía Henry Miller. Cualquier artista sabe hasta qué punto es cierta (y necesaria) tan rotunda afirmación aplicada a cualquier forma de arte, por eso no es extraño que el envidiablemente versátil Tom Ford se identificara con la novela Tres Noches de Austin Wright y decidiera llevarla al cine.




En Nocturnal Animals encontramos a Susan Morrow, una sofisticada  y exitosa galerista que parece serlo y tenerlo todo “de cara a la galería” (nunca mejor dicho), pero que vive inmersa en una continua insatisfacción/depresión cuyo síntoma más grave y preocupante es un insomnio crónico provocado por su sentimiento de culpa (y es que la culpa, como dicen los psicólogos, siempre busca castigo). Un día recibe el manuscrito de la novela de su ex marido Edward, escritor inédito, dedicado a ella junto a una nota. Una vez que se sumerge en su turbia y magnética trama, se verá obligada a replantearse su vida.




A lo largo de varias noches de lectura, realidad y ficción se entrelazan para la protagonista con especial intensidad en esa No Man’s land mental que surge del insomnio (y que algun@s, entre los que tristemente me encuentro, conocemos tan bien), en la que los fantasmas campan dolorosamente a sus anchas. Y en ese obligado ejercicio de introspección, en el que Ford acierta al presentarnos ambos planos, el de la realidad y el de la ficción, a pesar de su distancia, como casi paralelos, descubre algunas verdades sobre sí misma.




Aparentemente, Susan, que en el libro es una muy poco glamourosa ama de casa, es el alter ego de Ford, pero eso sería quedarse en la superficie de tan jugoso material. El famoso diseñador, como bien comentaban los propios protagonistas, es Susan, pero también su ex, al mismo tiempo, y Nocturnal Animals fascina y engancha en la medida en que el/la espectador/a se identifica con ambos personajes (cualquiera al que hayan partido el corazón, se sienta perdid@ y tenga inquietudes artísticas, puede hacerlo con mayor o menor intensidad). Al director texano podemos achacarle cierta asepsia emocional en los momentos más dramáticos de la película por culpa de un marcado esteticismo visual marca de la casa que tiñen de cierta impostura el conjunto (ese hallazgo clave sobre un impecable sofá rojo, al más puro estilo anuncio de perfumes), pero que, por otra parte (también hay que recalcarlo), no le arrebatan del todo su contundencia.




El film no funcionaría sin sus impecablemente escogidos actores a l@s que nos creemos, incluso, con 20 años de diferencia. Amy Adams, una vez más, está fantástica y Laura Linney tiene un pequeño pero decisivo papel, sin embargo, los roles “más agradecidos” en esa ocasión, son los masculinos. Gyllenhaal convence en su doble personaje y Michael Shannon y Aaron Taylor-Johnson están sencillamente soberbios (Taylor-Johnson resulta sexy incluso haciendo de redneck psicópata con un sentido de la higiene cuestionable. Tiene mérito).




La dictadura de la (auto)imagen, la culpa, la venganza, el vacío social, la cobardía artística y vital, la toxicidad suicida de la zona de confort, los roles sexuales y la masculinidad, el uso del arte como terapia y exorcizador de fantasmas… de todo esto y algo más habla la segunda película de Tom Ford. Como animal nocturno y contadora de historias, no puedo evitar rendirme ante este ejercicio de “arte que habla del arte” de una forma tan perversa como dolorosa. Nocturnal Animals es un film que me araña el alma y me recuerda, entre muchas cosas, aquella famosa cita de Woody Allen en Manhattan “El talento es suerte. Creo que lo importante en la vida es el coraje”. ¿Tú quién decides ser: Susan o Edward?





Spoiler Zone

Susan abandona a Edward, en parte porque no se corresponde con el macho alfa exitoso y proveedor que le garantizará el tipo de vida cómoda y lujosa a la que está acostumbrada, y en parte por cobardía filofóbica y artística (el amor y el arte requieren coraje). Estar con un hombre creativo y poco convencional la obliga a ser creativa y no convencional o a sentirse culpable y desleal por no serlo.




Y a esa masculinidad no hegemónica que encarna Edward, plena de dudas e inseguridades, pero valiente y tenaz en cuanto a ser consecuente y fiel consigo mismo, le falta esa inyección de egolatría y egoísmo que todo creador necesita para llevar a cabo su obra. Aunque él cree haberlo perdido todo, irónicamente, el abandono de Susan le dota del material y la motivación necesarias (plus la crueldad) para convertirse en aquello que siempre había querido ser (y que Susan le insinuaba que no era). El precio de su vocación, la llave a su talento, ha sido su corazón roto.

¿Podrá surgir la creatividad, en su mejor y más deslumbrante forma, únicamente de la felicidad y la satisfacción personal? ¿se puede crear de forma brillante sin fantasmas?





El comentario

"Creo que muchas cosas de mi vida, de alguna manera, se abrieron espacio en el guión de la película. Uno de los temas que particularmente me tocó fue esa exploración de la masculinidad en nuestra cultura. Nuestro héroe aquí no posee los rasgos característicos que definen nuestra idea de masculinidad. Yo fui un chico que creció en Texas y no era considerado masculino, de la forma clásica, y sufrí mucho por eso".

Tom Ford







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The Neon Demon: “La belleza produce monstruos”




Aunque Nicolas Winding Refn, probablemente, ni lo conozca, ni haya oído hablar de su autor, una de las asociaciones pavlovianas que acudieron a mi cabeza mientras asimilaba y rumiaba su polémica (¿y cuando no?) The Neon Demon, fue el famoso grabado de Goya ‘El sueño de la razón produce monstruos’. Y es que la fantasía abandonada de la razón, como la de la belleza, produce monstruos imposibles y eso es precisamente lo que Winding Refn, que es muy hijo de su tiempo (tarde o temprano alguien tenía que dirigir un film tan contradictorio y visualmente subyugante como este), pretendía plasmar en su último film con su personalísimo estilo.




Y en este psicodélico y epidérmico diablo de neón siento que, una vez más, hay dos películas que de alguna manera muestran las dos facetas más características del director danés. Por una parte tenemos un arranque prometedor, perturbador y fascinante (su casi primera hora), que nos propone una corrosiva reflexión sobre el vacuo y frívolo mundo de la moda y la idolatría de la eterna juventud y la belleza imposibles, y por otra tenemos una segunda mitad que parece más empeñada en noquear emocionalmente al espectador y convertirse en un ejercicio de estilo que en desarrollar su prometedora historia o dotarla de profundidad.




Nadie puede negarle a Refn su deslumbrante capacidad de crear atmósferas hipnóticas y llenas de una gran carga simbólica y onírica (en The Neon Demon su magnetismo visual es de 10) pero, al mismo tiempo, también está presente su torpe habilidad como storyteller sin caer en lo grueso y lo gratuito. Tanto es así que, al llegar el desenlace, parece que todo es una mera excusa para que Refn vuelva a regodearse en magnéticas y, al mismo tiempo, repulsivas imágenes que explotan la violencia sin sentido, el morbo y las parafilias.




Afortunadamente, contamos con Elle Fanning, cuyo talento, junto con su serena y luminosa belleza casi renacentista (si Botticelli hubiera vivido en el siglo XXI, sus Venus, posiblemente, se parecerían a ella), dotan de convicción y fuerza a su difícil Jesse. La acompañan 3 vampiresas de la belleza y eterna juventud que representan, según mi punto de vista, las 3 bestias o proyecciones negativas de la belleza: la envidia, el deseo enfermizo y la crueldad (A Jena Malone, una vez más, le ha tocado “bailar con el más feo”). SPOILER ALERT: Refn nos muestra la deslumbrante belleza física como una fiera salvaje, pero no indómita, cuyo destino sólo puede limitarse a ser “despellejada”, “canibalizada” y fácilmente olvidada y reemplazada (durante una escena un gran felino se cuela en la habitación de Jesse, mientras que en su tramo final, cuando la vida de su protagonista se ve amenazada, se nos muestra otro gran felino disecado. La escena de la piscina que la sucede y que confirma todo lo anterior, es demasiado terrorífica y horripilante para ser analizada). END OF SPOILER.




Nicolas Winding Refn resulta cool haga lo que haga y confieso que siento una extraña ambivalencia hacia The Neon Demon. Por una parte, no puedo calificar de fallida o de castaña pretenciosa una cinta tan poderosa, subyugante y absorbente a nivel visual y sonoro que es capaz de abarcar todo una paleta emocional en el espectador (aunque algunos “colores” resulten extremadamente desagradables, cuando no directamente traumáticos), pero por otra, con el paso de los días, descubro que no me ha quedado ningún poso del supuesto espíritu crítico que debería sostener al film. Resulta un oxímoron muy discutible el estilo narrativo que Refn utiliza para criticar la obsesión por la belleza imposible y la futilidad del mundo de la moda, donde solo cuenta la juventud inmaculada y la cara a la galería, cuando solo es capaz de quedarse en la epidermis de ambas. La belleza produce monstruos, sí, pero podrían ser más sutiles y contundentes que los de esta “casquería de neón”.




Punto en contra: Atención a la firma en mayúsculas final de Refn junto al título del film. La megalomanía, mal que nos pese, parece una condición indispensable para ser un gran contador de historias, pero, ¿es necesario alardear de ella?

Punto a favor: ¿Quién iba a decirnos a l@s “hij@s de Matrix” que Keanu Reeves podría dar tanto miedo?

Punto en contra: El (inútil) sello de la American Humane Association al final de los títulos de crédito confirma que el gran felino que aparece en el film, desgraciadamente, no ha sido creado por ordenador. No quiero ni imaginarme la vida y el “entrenamiento” al que se ha visto y se ve sometido un gran gato salvaje. Imperdonable, Refn.





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13 December 2016

Genius (El editor de libros): "Soso Man"




  
¿Detrás de un/a gran escritor/a siempre hay un/a gran editor/a? Poc@s afortunad@s podrían contestar a esta pregunta, aunque posiblemente también sean poc@s l@s que sepan que detrás de algunos de los novelistas más brillantes y carismáticos del siglo pasado (como F. Scott Fitzgerald, Hemingway y, especialmente, Thomas Wolfe), se encontraba Max Perkins, un hombre, en apariencia, más mesurado, conciso e introvertido que un reloj suizo, pero capaz de apasionarse y pulir sin descanso la creatividad de otros, con una entrega más emocional que profesional, hasta conseguir la mejor y más sobresaliente versión de cada uno de ellos.




Su relación con Wolfe, con el que llegó a crear un potentísimo vínculo paterno-filial, es la base y el corazón del film (Perkins fue el único editor en toda la gran manzana que se atrevió a publicar su primera novela ‘El ángel que nos mira’). La megalomanía, petulancia, egocentrismo y obsesión enfermiza por la escritura de Wolfe (podía escribir 5000 palabras por día) chocaban, como un rompeolas, contra la racional y juiciosa serenidad de Perkins. Tal vez lo mejor y más interesante del film, sea ver el apasionado e intenso editing process al que uno somete al otro. Pocas veces vemos en la gran pantalla como se pulieron las grandes obras y para cualquiera que ame la literatura, bien sea como lector/a, escritor@ o amb@s, resulta fascinante. Descripciones excesivamente minuciosas, líneas argumentales innecesarias o personajes secundarios tediosamente magnificados, resultan eliminados de forma quirúrgica, para frustración y dolor casi físico del muy prolífico autor.




Sin embargo, desgraciadamente, ahí y en descubrir a la figura del no demasiado conocido Wolfe, acaba el interés de un biopic que, como bien mencionaba una inspirada crítica, parece cortado por el mismo gris, hipercorrecto y desapasionado corsé del academicismo que ya modelara obras como El discurso del rey, La chica danesa o The imitation game. La historia de amistad/amor (¿pero es que no es lo mismo?) resulta fascinante, más que por lo que se nos muestra, por lo que intuimos tras los muy interesantes hechos reales en los que está basada. Sin embargo, en ningún momento, ni siquiera en el emotivo final, llega a emocionar y conmover como debería.




Tras una puesta en escena exquisita, el drama se muestra frío y asépticamente expuesto, desaprovechando su enorme potencialidad y el carisma de sus personajes (y sus actorazos y actrizazas), tristemente arquetípic@s y sin matices, tanto en su retrato, como en sus relaciones interpersonales (a Fitzgerald nos los muestran como a un “escritor emo” siempre con un pie en la depresión; Zelda Fitzgerald es, simplemente, una estatua catatónica; el personaje de Kidman resulta sencillamente odioso, y Wolfe es ese chico outsider, megalómano y excesivo, que no quiere jugar a las mismas reglas que los demás y que acaba siendo castigado por ello).




En resumen: el multifacético y debutante Michael Grandage no le ha regalado a Max Perkins el film que merecía. Y es que por mucho que un@ llegue a admirar al flemático y entregado editor (no se quitaba el sombrero ni en casa para comer), pulidor de diamantes y corazón del film, nunca llega a empatizar con él o a considerarlo más que un secundario de lujo codeándose con gigantes y tocando, vicariamente, el cielo con las yemas de los dedos. 

Soso, soso man…





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03 December 2016

Animales fantásticos y dónde encontrarlos: Frank de la city




60 páginas. Ese es el reducido tamaño versión muggle de Animales fantásticos y dónde encontrarlos (también podría haberse titulado Fantastic beasts and where to find them for dummies) que Harry, Hermione, Ron y el resto de los alumnos de Hogwarts tuvieron que estudiar en la controvertida asignatura ‘Cuidado de criaturas mágicas’. Básicamente, contiene, si no me falla la  memoria, una breve biografía de su autor y magizoologo, Newt Scamander, un prólogo by Albus Dumbledore y una guía de criaturas mágicas ordenadas alfabéticamente y por grado de peligrosidad.




Sin despreciar su deslumbrante despliegue de imaginación,  el mayor atractivo del libro radica en las explicaciones lógicas a familiares y eternos misterios sin resolver que habrán hecho las delicias de Iker Jiménez, además de las divertidas notas a pie de página de Harry y Ron, que suponen un nostálgico guiño continuo a cualquier fan de la saga. Si obviamos el despreciable hecho de que está escrito desde el especismo más absoluto (siempre en relación a la utilidad y beneficio que estos animales suponen para los humanos, magos o muggles, en lugar de centrarse en los animales mismos, como individuos únicos), resulta una lectura más o menos entretenida.




Cuando supe, como otr@s tant@s fans de la saga, de su adaptación cinematográfica dirigida por David Yates (again?), pero escrita por la propia autora, la pregunta fue obvia: Por las barbas de Dumbledore, ¿qué habrá hecho la Rowling con este interesante pero brevísimo material? Y la respuesta, lamentablemente, ha sido una especie  de Frank de la jungla urbanita y mágico, entretenido y descafeinadamente correcto (aunque, eso sí, bastante mejor vestido y aseado). Y es que su guión es una mera excusa para mostrar lo que realmente interesa: un espectacular despliegue de criaturas a cada cual más curiosa y extraña, mientras un humano que asegura protegerlas les toca (moderadamente) las narices.




Sin embargo, aún hay, lamentablemente, algo construido de forma más pobre que su guión: sus personajes. Asombrosamente planos y con “carisma introvertido”, caen, en su gran mayoría, en el desgastadísimo y aburrido tópico (el gordito entrañable y torpón, la chica dulce y pícara, el freak peligroso, la mujer dura y tierna, al mismo tiempo, y, uff, el “malo” cutre y chapucero de opereta), aunque el caso más flagrante es el de su (¿aspergeriano?) protagonista Newt Scamander. Básicamente, al caer los títulos de créditos sabemos del famoso magizoologo, prácticamente, lo mismo que en los inicios del film. Apenas hay arco dramático y aunque tampoco nos resulte del todo indiferente (Eddie Redmayne, también hay que decirlo, resulta algo irritante), no lo seguiríamos hasta las profundidades de un lago congelado (y, ni mucho menos, a lo largo de varias secuelas). Teniendo en cuenta que uno de los puntos fuertes de Rowling siempre ha sido crear personajes carismáticos y queribles, resulta doloroso que incluso cualquiera de las personalidades más tópicas y menos trabajadas de la saga potteriana (pongamos una Mrs Norris, por ejemplo) tenga el triple de atractivo que el personaje más robaescenas de Fantastic beasts (o que su descarada pareja masculina Lauren y Hardy magical version).




Tal vez por pura e hipócrita corrección política o por un sano afán de adaptarse a los nuevos tiempos, el Newt cinematográfico se desmarca del literario en que en lugar de un científico y coleccionista cazador de animales raros, es un proteccionista y casi animalista: su intención es cuidarlos y protegerlos, lograr que sean conocidos y queridos en lugar de temidos, despreciados, perseguidos y masacrados. Pero este, uno de los puntos más interesantes de la trama, acaba siendo un leve y superficial apunte. Tampoco se ahonda en los otros dos temas que a mí, particularmente, más me interesaban del guión: el miedo al diferente, la xenofobia o las diferencias culturales humanos versus muggles y UK vs USA (podrían haber dado mucho y divertido juego) y las consecuencias psicopatológicas y físicas de la represión (y demonización) de los poderes mágicos o de la propia esencia.




Pero no todo es negativo, sin embargo. Aunque es cierto que los locos años veinte son extraordinariamente cinematográficos y fotogénicos de por sí, la dirección artística y el maquillaje/peluquería son portentosos (and the Oscar goes to…). También, como no podría ser de otra manera, aprueban con nota sus muy esmerados efectos especiales. David Yates, fiel a su condición de artesano, a grandes rasgos, nos ofrece un producto desaprovechado, anodino y sin personalidad, pero digno, correcto y visualmente espectacular en todo momento. Fan o visitante ocasional del mundo mágico, lo único que queda plantearse es: ¿resulta suficiente para ti?






Spoiler Zone

En una realidad en la que se puede crear un santuario de animales dentro de una maleta o crear hechizos tan poderosos que oculten castillos a ojos de los muggles, resulta de un chapucero insoportable que a Newt se le escapen los animalillos de la maleta de esa forma tan tonta y descuidada en la primera escena. ¿Acaso no había una excusa mejor? Muy mal Rowling, muy mal.




Y siguiendo con Scamander y su torpe presentación, el chico resulta incapaz de atrapar al animalillo ladrón (sin embargo, es de un virtuosismo deslumbrante con la varita en la escena final del film). Cualquier fan de la saga puede citar, al menos, un par de hechizos que detengan en seco y con las manos en las joyas al simpático ladronzuelo (hello? Accio!).




En un film que a priori parecía haberse esforzado un poco por el tema de la paridad de sexos, nos encontramos con el personaje de Porpentina (Katherine Waterstone), una mujer con cierto espíritu feminista cuyas motivaciones no sólo no entiende en ningún momento el espectador, sino que acaba resultando uno de los más sosos y con menos encanto que ha dado el cine el mucho tiempo (y, como no podía ser de otra manera, acaba enamorándose de Scamander by the face, sin que haya un verdadero momento de intimidad compartida o algún vínculo claro entre ambos, porque le toca).




Duele ver, no sólo lo desaprovechadísimo y mal presentado que está el personaje de freak torturado de Ezra Miller (a ver si the flash le aleja del club de los raritos encadenados en serie), sino que el malo maloso del film, AKA Grindewald (Colin Farrell), no sólo ni impone, ni impresiona, ni interesa, sino que el público no entiende sus motivaciones hasta el atropellado final (y para cuando lo hace, básicamente, le da igual). ¿Por qué narices Credence se carga a tanta gente en un acto de furia y sin explicación y sin embargo deja viva a la persona que más le ha traicionado y herido?




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