27 March 2009

Adaptations: los ladrones de palabras

En muchas ocasiones nos comemos las uñas esperando a que el personalísimo y fascinante universo de una novela se traduzca finalmente en imágenes. En otras, una película nos resulta un entremés tan suculento y prometedor, que esa “hambre de más” nos lleva a explorar su original literario.
Y es que, como dice Ramón Llull, "La virtud no cansa". Y en esta, no siempre bien avenida historia de amor entre la literatura y el cine, dos lenguajes tan distintos como el descriptivo y el visual, la gran mayoría de las veces, o se anulan entre si o acaban retroalimentándose para beneficio de ambos. Sin entrar en manidos debates del tipo "¿y tú a quién quieres más, a mamá novela o a papá film?", las principales obras literarias llevadas al cine, se pueden dividir en:

Las adaptaciones clón

Puede que no sean fieles al 100% a la novela en la que se basan, pero resultan (casi) la versión que todos, crítica y público, hubiéramos deseado ver. Como ejemplos, encontramos la maravillosa La edad de la inocencia de Scorsese, la archiconocida Lo que el viento se llevó de Victor Fleming, la sensual Como agua para chocolate de Alfonso Arau, la deliciosamente poética Cyrano de Bergerac o la más reciente y Expiación de Joe Wright.

Tanto la mayoría de las obras de la irónica y victoriana Jane Austen como las del inquietante Stephen King, han sido adaptadas a la gran pantalla. De la primera, cabría destacar la versión de Ang Lee de Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio, del anteriormente citado Joe Wright.
Del inquietante autor que siempre duerme con la luz encendida destacan, especialmente, las versiones fílmicas de Carrie, El resplandor y Misery.

Las que nunca deberían haberse rodado

Como espectadores, fans de las novelas o, simplemente, seres humanos, preferiríamos emular al protagonista de Memento y dedicarles un “siempre olvido recordarte” a castañas dolorosas del tamaño de La historia interminable (cuantas generaciones vieron horrorizados como su libro de cabecera acababa reducido a un engendro sin imaginación y sin gracia); La insoportable levedad del ser (si al igual que yo amáis la novela, no la veáis nunca); La tregua (la sutil y romántica historia de amor del genial Mario Benedetti acabó destrozada sin piedad por Sergio Renán), o el realismo mágico que debió llevarse la ouija, en la insulsa La casa de los espíritus... por citar sólo unas pocas.

Muchos directores, antes de destrozarnos el corazón y la paciencia, deberían aplicarse el sabio consejo del maestro Yoda “hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”.

Las que eclipsan a la novela original

Si realizáramos una encuesta popular, ¿cuánta gente habría leído el libro de Mario Puzo que inspiró El Padrino de Coppola? ¿Cuántos conocerían de primera mano el relato Sueñan los androides con ovejas eléctricas en el que se basó la magnífica Blande Runner? Al preguntar por el autor de La naranja mecánica, ¿qué nombre acudiría por asociación pavloviana: Anthony Burguess o Stanley Kubrick? O ¿Qué dos personajes imaginarios podrían enamorarse mejor que los insustituibles Clint Eastwood y Meryl Streep en Los puentes de Madison de Robert James Waller?.




Las “bittersweet”

Aprobados justitos o borderline para la hiper-oscarizada El paciente inglés de Anthony Minghela que, en mi opinión, nunca llega a alcanzar el lirismo y la intensidad de la novela homónima de Michael Ondaatje por mucho oscar tenga; 1984, a pesar de ser una película aceptable y de mostrarnos una sociedad hipotética escalofriantemente real, no le llega ni a la suela del zapato al original de George Orwell; Memorias de una geisha, sin ser una novela excepcional, sí era bastante mejor que la descafeinada película de Rob Marshall; mientras que American Psycho, polémicas aparte, se nos olvidó después de una breve ducha con gel exfoliante. Respecto a El nombre de la rosa, el debate aún sigue abierto. Hay quien considera que la exitosa obra de Umberto Eco ha sido casi fagocitada por su versión fílmica, y quien, sin embargo, ve en ella un producto muy por debajo de sus posibilidades.

Las libérrimas

Blake Edwards le fue infiel a Truman Capote. Y mucho. Desayuno con diamantes, no sólo resulta bastante más dulcificada y naïf que su novela homónima, sino que incluye un happy ending con gato incluido que no debió sentar nada bien al personalísimo escritor.

Muchos puristas acabaron convalecientes, tomando sales y abanicándose compungidos, tras el visionado de uno de los clásicos Shakespearianos más míticos, Romeo y Julieta. La atrevida, popera e histéricamente esteticista versión de Bazh Lurmann de los amantes de Verona, cruzaba, además, el límite más unforgivable de todos: ¡el acento yanki!.

La adaptación made in Coppola de Drácula de Bram Stoker no deja indiferente a nadie que haya leído previamente las andanzas originales del vampiro más famoso de la historia. El director italoamericano, le añade a la trama un halo romántico (y erótico) que no está presente en la novela original. No, el conde Drácula de Stoker nunca cruzó océanos de tiempo para encontrar a Mina Harker...

Las bestsellers que no fueron blockbusters

Cuando El código Da Vinci llegó a los cines, estábamos tan saturados de santos griales, conspiraciones y “mariamagdalenismos” varios, que fue como si intentaran colarnos la navidad en julio. ¿Podría salir una buena película de una trama tan mediocre?.

Respecto a Alatriste, ni el capitán Viggo Mortensen, ni el buenrollismo general del equipo, ni el apresurado ok de Arturo Pérez Reverte, consiguieron rescatar esta ambiciosa producción de una estocada mortal.

Dune, la versión cinematográfica de la exitosa novela fantástica de Frank Herbert, fue mutilada en la sala de montaje hasta tal punto, que el resultado final instó a que su director, David Lynch, hiciera lo imposible por aparecer en los títulos de crédito bajo el curioso pseudónimo de Alan Smithee. La taquilla la maltrató, pero el tiempo, ironicamente, la ha convertido en un film de culto.




Las infantiles y/o low fantasy

La tensión aún se respira en La tierra media de El señor de los anillos. La mitad de sus fans siguen llamando hobbits mentales a la otra mitad, por no admitir que Peter Jackson no ha sabido captar el espíritu de la adorada trilogía de J.R.R Tolkien.

Otra saga que deja calvos de frustración a jóvenes y no tan jóvenes por su maltrato continuo, es el mundo mágico de la multimillonaria J.K.Rowling: Harry Potter. Sus fans sufren por partida doble: el sadismo insaciable de una autora que no deja de cargarse personajes significativos para el niño mago y unas versiones fílmicas tan planas que dan ganas de desaparecer vía polvos flu del cine antes de que cualquiera de sus personajes diga “quidditch”.

“La trinidad” de las adaptaciones literarias infantiles, la componen Alicia en el país de las maravillas, Peter Pan (ambas adaptadas con éxito por Disney) y El mago de Oz, el delicioso musical de Victor Fleming interpretado por una inolvidable Judy Garland. Que tire la primera piedra el/la cinefil@ que no las considere parte de su educación sentimental. ¿Quién no ha sufrido y llorado en algún momento con ellas?.

Las que nunca veremos en pantalla grande

Es bastante improbable que obras maestras de la literatura del siglo XX como Crimen y castigo, Ulises, Cien años de soledad, El guardián entre el centeno, En busca del tiempo perdido o La conjura de los necios, por citar unos ejemplos, se traduzcan alguna vez al lenguaje cinematográfico. Todas ellas son novelas complejas que se apartan de la estructura lineal a la que el séptimo arte parece ligado de forma inextricable.

Además, ¿quién sería el/la valiente de acometer semejante quijotesca misión?. Cuanto mayor es la expectativa popular, mayor la posibilidad de decepcionar al público. No obviemos, además, que como dice Jorge Esteban Blein, director, guionista y profesor de cinematografía “Un momento de la imaginación sugerido por una frase vale mas que mil imágenes”.

Por lo tanto, resulta prácticamente imposible encontrar una versión cinematográfica satisfactoria para todos, puesto que cada una de las personas que ha leído una novela posee una imaginería única. Cuando la versión fílmica se muestra por primera vez ante sus retinas, el espectador ya ha versionado e introyectado su propia “película”.

17 March 2009

¿Quién vigila a los fans de Watchmen?



El weekend pasado vi Watchmen llevada por el cuasi-chantaje emocional de un amigo megafan del Comic World. Según él, era una adaptación dignísima de la que es considerada la major novela gráfica de todos los tiempos, y, con la generosidad que le caracteriza, quería compartirla conmigo.
Como advenediza en el mundo viñetil, mis conocimientos se limitan a las ultraconocidas traslaciones cinematográficas, y, a excepción del Superman, Batman y V de vendetta (opinión por la que cualquier fan de Alan Moore me condenaría al infierno irremisiblemente) ningún experimento reciente me había dejado buen aftertaste.

Así que, desde mi "nirepajoleraideismo", mis expectativas eran:

- Ver una buena película de superhéroes con poderes
- Con una trama compleja
- Llena de personajes bien desarrollados, traumatizados (o carne de terapia) y, a ser posible, ambíguos
- Una lucha más o menos encarnizada entre el bien y el mal
- Una estética cuidadísima
- Una buena dosis de FX
- Demasiados hombres y demasiadas pocas mujeres (florero)
- Un puñadito de crítica social
- Una cucharada de romance
- Una pizca de filosofeo
- Unas gotitas de nihilismo

Y lo que me encontré fue:

- Una buena película sin superhéroes y, salvo alguna excepción, sin poderes
- Con una trama oscurísima y complejísima
- Llena de personajes decentemente desarrollados, retorcidos y de moralidad más que gris, que en su mayoría, no sólo son carne de terapia, sino directamente de institución mental
- Una exploración del lado oscuro la naturaleza humana
- Una estética muy cuidada y unos títulos de crédito cuquísimos
- FX, ma non troppo, una buena B.S.O y más gore del que me gustaría...
- Demasiados hombres y demasiadas pocas mujeres
- Mucha crítica social, acompañada de disertaciones políticas e incluso teológicas
- Una cucharada de romance... y de sexo...
- Filosofeo en su mayoría teñido de azul fluorescente
- (Más que) nihilismo aderezado con un mucho de misantropía


Tras el visionado, en mi faceta habitual de lectora compulsiva de críticas, para my surprise, abundaban everywhere:

- Referencias contínuas al generoso miembro viril azul fluorescente del doctor Manhattan
- Estallidos de cólera de los fans acérrimos que aseguraban que para entender el argumento previamente había que leer el cómic
- Más pataletas de los fans por el cambiazo de un giro argumental final
- Descripciones generosas y sin prejuicios sobre las imponentes posaderas del científico más nudista de la historia y de Patrick Wilson, alias Búho Nocturno II

De todo lo cual, yo deduzco:

- Sí, es azul, ¿qué pasa? Chicos, un poco de seriedad. Yo no quiero sacar la deformación profesional, pero tanto penecentrismo suele indicar: a) que no se ha superado la fase fálica y/o b) una homosexualidad latente. Yo me lo haría mirar...
- Me repatea que me digan que para entender una peli tengo que leerme antes un book/comic. Una película tiene que tener entidad propia y sostenerse por si misma independientemente del material original. “¿Qué el comic es mejor?” Pues vale. “¿Qué no se capta la complejidad?” ¿Es que acaso es posible?
De todas formas, yo la entendí sin necesidad de guías ni mapas y no tengo el coeficiente de Ozymandias...
- Como no siento apego al argumento original, el cambio final que no desvelaré no me parece tan deleznable ni tan imperdonable como lo pintan algunos.
- El ejemplo del penecentrismo aquí también se aplica. El cuerpo del doctor Manhattan no existe, leñe. ¡Que ni siquiera es humano!.
Y sí, a pesar del sobrepeso por exigencias del guión y de las entradas, Patrick "Búho" Wilson está muy bueno...


No me puedo creer que haya escrito algo parecido a una crítica :S

09 March 2009

Of round endings

¿Qué es un final cinematográfico redondo? Es más que una guinda roja y jugosa con la que recrear el paladar minutos después de haber abandonado la sala. Un final redondo es una vuelta de tuerca inesperada, con entidad y fuerza propias, capaz de contagiar retroactivamente toda la película y elevar su visionado completo uno o varios enteros.

Rara vez un ending se convierte en nuestra escena favorita de la película, pero hay algunos tan maravillosos, que compiten arduamente con el resto de su brillante metraje.
Ejemplos populares inolvidables son, por ejemplo, la frase final de Casablanca (En Cuando Harry encontró a Sally decían que nunca se había escrito una última frase mejor y nadie se atreve a cuestionarlo), la hilarante y ácida despedida de la magistral Con faldas y a lo loco o el emotivo reencuentro bajo la lluvia a tres bandas de Desayuno con diamantes.

Sin embargo, hoy me apetece rescatar tres momentos de tres films mucho mas cercanos en el tiempo, pero que, en mi opinión, tienen todas las papeletas para convertirse en clásicos:




- Revolutionary Road:

El título más maltratado por la última edición de los oscars, tiene un ending de muchos quilates que, por si solo, justifica el visionado de todo el film. No es feliz ni agridulce, tampoco una oportunidad de redención o una última concesión al optimismo o la esperanza. Es cínico, pesimista, despiadadamente divertido y doloroso; pero es el único posible, el que mejor refuerza el espíritu de toda la obra.
Quienes lo hayan visto lo recordarán con una sonrisa amarga, pero para los que aún tengan pendiente este peliculón de Mendes, sólo diré dos palabras sin caer en el spoiling: audífono y volumen.



- La vida de los otros:

La última escena de esta joya alemana, no es sólo uno de mis últimos endings preferidos, sino uno de los más bonitos, emotivos y perfectos de la historia del cine.
Parece una flecha disparada por un Robin Hood en estado de gracia: rápida y directa, sin caer en sentimentalismos, florituras o subrayados excesivos, y capaz de dar de lleno en el centro de la diana [inserte en lugar de diana su órgano emocional favorito aquí]
¿Cómo se puede decir tanto tantísimo con tan poco? ¿sería posible haber escrito un final mejor?


- La familia Savage:

Ayer mi masoquismo me llevó a enfrentarme a un film potencialmente doloroso, en domingo y que, para mas inri, narra con cruda honestidad situaciones, caracteres y vivencias demasiado... autobiográficas. Y tras este notable y familiar plato de digestión pesada, aderezado con verdades como puños y puntuales sonrisas de pimienta negra, llegó un final luminoso e inesperado, tan desarmante y hermoso, que me obligo a abrazarme a mi gato mientras salpicaba inconteniblemente su pelirroja melena de lágrimas...


¿Por qué nos obsesionarán tanto los perfect endings? Supongo que, como brillantemente puntúa Allen, uno intenta que las cosas salgan perfectas en el arte, porque esa perfección es imposible en el mundo real. Al otro lado de la pantalla, casi nunca hay cierres redondos, que completen el círculo y sesguen de un plumazo todos los flecos. Y cuanto más se empeñe la vida en enfrentarnos a inoportunos, dolorosos y abruptos adioses, más nos abrazaremos, consciente o inconscientemente, a ese espejo multiangular que es el arte...

Hablen de sus finales redondos preferidos ahora o callen para siempre...

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