26 September 2011

La 59 edición del Zinemaldia en 12 palabras




* Hardcore: familias kamikaces, solitarios heridos, injusticias históricas, psicópatas en todos los estratos sociales y conflictos políticos, entre otros, suelen campar a sus anchas en la programación de todas secciones del Zinemaldia. Sin embargo, este año, se ha dado una nueva y turbia vuelta de tuerca a su temática. Tres inquietantísimos ejemplos: padres que desean secretamente a sus hijas y rebautizan a las prostitutas que contratan con sus nombres (Still Life), parejas con rasgos psicopáticos cuya misión vital consiste en asumir nuevas identidades y manipular a otros hasta destrozarles la vida (Silver Tongues), y jóvenes que quieren escapar de sectas en las que la violación es un rito de “cohesión grupal” (Martha Marcy May Marlene). Casi nada...

* (Los) Paraguas (de Donosti): cuando la organización tiene programada en su agenda una película titulada Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy) está invocando, en todo su esplendor, al dios de la lluvia. Lo malo es cuando su amigo, el dios del viento, también decide apuntarse a la reunión. Y mientras luchas contra tu sufrido paraguas incrustada en una fila interminable, sólo puedes repetir “en Berlín el público hace cola a menos 2 grados” como si fuera un mantra, tratando de desterrar de tu mente el tiempo que debe hacer en Venecia o en Cannes. Pero cuando te sientas en tu butaca y la película comienza, entiendes finalmente qué es eso tan demyniano de “hablar cantando”. ¿Cómo un musical tan luminoso, naif y buenrollista puede ser al mismo tiempo tan melancólico y doloroso?. Je ne sais pas...





* “Gastromanía”: este es un festival básicamente culinario, no nos dejemos engañar. Y no lo digo por el reciente ciclo Cine y gastronomía que se acaba de inaugurar, sino porque nuestros visitantes parecen más preocupados por ir de restaurantes y atiborrarse de pintxos que por ver películas (especialmente los miembros de jurado oficial). Que si, que ambas cosas pueden ir de la mano, pero cuando casi todo el mundo habla más de comida que de cine, algo falla. ¿Acaso para comer pantagruelicamente no están ya los otros 356 días del año?.
Cuando le preguntaron a Clive Owen (que presentaba la malota y tramposa Intruders) por la impresión que le dejó, años ha, su primera visita al Zinemaldi, lo único que se le ocurrió decir fue “unbelievable food!”. Eso es como si, al sonsacarle a un amigo la descripción física de alguien con quien quiere liarte, éste te respondiera “tiene mucha personalidad”. Como la cosa siga así, en lugar de conchas, sirenas y farolas, la organización acabará dando sartenes, bogavantes y changurros dorados.

* Bovarismo: “estado de insatisfacción crónica de una persona, producido por el contraste entre sus ilusiones y aspiraciones (a menudo desproporcionadas respecto a sus propias posibilidades) y la realidad, que suele frustrarlas” (wikipedia dixit). Aunque en el festival (como en la vida), el vacío vital y la insatisfacción crónica han sido los protagonistas, la sección oficial ha explorado (¿casualidad?) el bovarismo de 3 mujeres casadas que se enamoran perdidamente de otro hombre. La más valiente es Hester (Rachel Weisz) en The Deep Blue Sea (Terence Davies) por abandonar su acomodada vida y su complaciente marido por un joven piloto en paro en plenos años 50; la más dubitativa (y neurótica) es Margot (Michelle Williams) en Take this waltz (Sarah Polley) esa película que a primera vista parece una love story pero que acaba siendo otra cosa, y, por último, Emilia (Araceli Ramírez), la más descaradamente bovariana del trío, sufriendo muy mucho en Las razones del corazón de Arturo Ripstein.





* Ausencias: al parecer, muchas stars no vienen al festival a presentar sus películas porque se encuentran en pleno rodaje. ¡Que casualidad! ¿Así que ese es motivo por el que Rachel Weisz, Salma Hayek, Michelle Williams, Seth Rogen, Woody Harrelson, Robin Wright, Sigourney Weaver, Ryan Gosling, Brad Pitt, Sean Penn y Carey Mulligan, entre otros, nos han dado plantón?. La ausencia del director de Rampart (una de las películas a concurso) que sí se presentó en Toronto (donde no competía) junto con todo su equipo, demuestra lo poco que allende los mares se toman en serio el Zinemaldi.
Sin embargo, hay otro motivo, mucho más prosaico, por el que nuestra alfombra roja sigue tan deslucida como en ediciones anteriores: money. Traer a una star en vuelo privado desde L.A cuesta unos 150.000 eurillos del ala. Y es que si son invitados, ¿no se les va a hacer pagar el viaje, no? Por este motivo, cuando Julie Delpy, Aki Kaurismaki y Michael “Magneto” Fassbender anunciaron, respectivamente, que vendrían en tren desde París (¡bendita fobia
a volar!), en caravana desde Portugal, y en moto y “recauchutado”, como recién salido de Le Mans, la organización debió suspirar aliviada. Y yo me pregunto, así, tontamente, ¿dónde habrá dejado aparcada su caravana el simpático de Aki?

* Gatos: Feliz coincidencia: dos de las únicas 4 películas de animación los han tenido como protagonistas absolutos (Une vie de chat y Le chat du rabbin) y el shrekiano minino andaluz más famoso del mundo ha elegido el Zinemaldi para la premiere (de 20 miserables minutos) de El gato con botas. Los felinos están de lo más in. Por algo será...

* Déjà vu: la semiautobiográfica Le Skylab de Julie Delpy viaja a una comida familiar en 1979 (sí, como Super 8) de la propia directora. Es coquetuela y alegre y, a ratos, tan divertida (ese Tony Manero de 17 años justifica, él solito, el visionado de toda la película) que te olvidas de cierto humor soez y vulgar y, sobre todo, de los constantes déjà vus de otras pelis y series (Why Verano Azul? Why?) o del hecho de que sea tan ligera como un polo de limón. Empatizas con esa niña que descubre el amor y el desamor en un mismo día, de la misma forma que te sientes cercan@ a las esperanzas y frustraciones de los niños de Kiseki (Hirokazu Kore-Eda) y anhelas creer en un milagro que haga más digerible las amarguras diarias. Sí, nada nuevo bajo el (naciente) sol en el que estos dos hermanos viven separados en diferentes ciudades, pero si mucho encanto, buen humor y ternura y, porque no admitirlo, la mejor frase de todo el Zinemaldia. “¿Qué significa indie?” “que tienes que esforzarte más”.





* Rescatados: Ancianos que recuperan su voz y su dignidad a golpe de animación (Arrugas, Ignacio Ferreras), abuelas nada pasivas con muy mala leche (Urte berri on, amona!, Telmo Esnal), inmigrantes con buena voluntad que se reflejan en los ojos ajenos y acaban transformándose en lo peor que ven en ellos (L’Envahisseur, Nicholas Provost), underdogs heridos e hirientes que se enamoran de mujeres apaleadas y que, sorprendentemente no han perdido la esperanza (Tyrannosaur, Paddy Considine) y mujeres feriantes de raza gitana que crecen y estallan frente a una cámara que las mira por vez primera (Tralas Luces, Sandra Sánchez).

* (Anti)divos: Que guapa y talentosa estaba Catherine Deneuve en los musicales de la retrospectiva de Jacques Demy.... y que prima donna cuando llegó (tarde) a ¿presentar? el ciclo dedicado a su descubridor. Por arte de magia (culinaria), una comida en el Ganbara junto con amigos y famosos varios le cambió tanto el humor que comenzó a sonreír y a firmar autógrafos. Alex de la Iglesia, por su parte, ponía cara asco infinito a los cazautógrafos que acampaban en las puertas del Maria Cristina cada vez que entraba y salía de “sus aposentos”. Sin embargo, nada volubles o distantes resultaron Frances McDormand comprando melocotones en los puestos callejeros o Michael Fassbender (“lo mejor que le ha pasado al festival en muchos años” según alguna periodista) flamante ganador de la Copa Volpi al mejor actor por Shame, y que, tras "aparcar su moto", posó en camiseta, evitó las “zonas vip” y se apuntó a todos los saraos. Dos días más en Donosti y habría acabado rebautizándose Mikel...





* Silbidos: escuchar silbidos tras una proyección no es algo extraordinario (Kim Ki-duk y su Amen, por ejemplo, se los habían ganado a pulso), pero escucharlos antes es algo menos frecuente. Ocurrió en el primer pase de Take this waltz (Sarah Polley). Cuando ves que la proyección se retrasa, sólo te vienen dos cosas a la cabeza: fallo o técnico o ausencia de algún big fish. 12 minutos de palmas y abucheos más tarde se desveló el misterio cuando entraron corriendo a lo cartoon los miembros del jurado oficial. Mientras Frances McDormand hacía el gesto triunfal de Rocky, tratando de quitarle hierro al asunto, Alex de la Iglesia se mostraba sumiso, en postura mantis religiosa. Sin embargo, las 1800 personas de la sala 1 del Kursaal no aceptamos sus disculpas. Una mujer, dos filas por delante de mi, expresó en voz muy alta lo que pensábamos tod@s: ¡ver películas gratis es lo único que tienen que hacer y encima llegan tarde!. (Si en ese momento hubiéramos sabido qué película sería escogida Concha de oro, la mayoría habríamos aprovechado para abuchearles bastante más).

* Subtítulos: La lógica y la experiencia de pasadas ediciones indican que los ejemplares más escasos en la fauna festivalera son los ancianos y los niños (fuera de la programación infantil, claro está). Por este motivo, cuando te encuentras sentada junto a dos munchkins de 6 y 9 años en un musical francés (Les demoiselles de Rocheford), lo primero que piensas es que o bien tienen padres muy cinéfilos o bien se trata de un par de cerebritos. Cuando el más pequeño comienza a dar muestras de aburrimiento en dos idiomas distintos a la media hora de proyección (el padre era british, la madre spanish), de repente, un rostro conocido llena la pantalla. "Look, it’s Gene Kelly!" susurra el padre y los ojos del niño se encienden. Ante ese síntoma de buen gusto y cinefilia precoz, además de una punzada de envidia, no puedes evitar sentir, instantáneamente, que el mundo es un lugar mejor.

* Diamantes: no sé hasta qué punto la divertida presentación que nos hizo Kaurismaki de Le Havre, su última película, influyó en el hecho de que se convirtiera (musicales de Demy aparte), en lo mejor que había visto a dos días de acabar la 59 edición de Zinemaldi. De este delicioso cuento (con homenaje a Casablanca included) sólo puedo decir que, si dependiera de mi, la programaría cada navidad, junto con ¡Que bello es vivir! y Eduardo Manostijeras. Pero aún faltaba la última película. Confieso que la fui a verla con pocas expectativas y que, cuando nos la presentaron como “el tercer mejor film que narra la transición del cine mudo al sonoro tras Sunset Boulevard y Cantando bajo la lluvia”, me pareció una exageración y un peloterismo descarado al director, que había venido a presentárnosla. Entonces se apagaron las luces... y ocurrió. Es difícil explicarlo con palabras. ¿Conocéis ese cosquilleo en la nuca acompañado de unas ganas tontas e irreprimibles de llorar? ¿ese “no me puedo creer que esto sea tan bueno”? Pues así de maravillosa es The Artist. Lo mejor que he visto, no sólo en este Zinemaldi, sino en mucho, mucho tiempo. Y no fui la única que se enamoró esa noche. Este clásico instantáneo francés, no sólo se llevó la ovación más larga del festival, sino que, al mismo tiempo, ganó el premio del público (al que yo contribuí ese día, orgullosamente, con mi voto).
¡Que nadie se la pierda!.






Misión cumplida. Conchazos aparte, como espectadora, mi festival no podría haber terminado mejor.
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