La
capitalidad cultural europea era la excusa perfecta para llevar a la gran
pantalla una Donostia, maite zaitut casi tan ambiciosa como Paris,
Je t’aime o New York, I love you. Después de todo, ¿acaso la antiguamente
conocida como “pequeña París” o “París del sur” no se merecía también un
collage potente de historias?
12
cortos de impecable acabado formal, con géneros que van desde la comedia hasta
la animación, pasando por el documental, componen los colores de este Kalebegiak
(caleidoscopio) creados por 15 cineastas locales en una heterogénea
mezcla entre autor@s consagrad@s (Gracia Querejeta, Julio Medem, Imanol Uribe o
Daniel Carparsoro), cineastas conocidos (Borja Cobeaga o Asier Altuna) y nuevas
promesas (algun@s, como Iñaki Camacho e Ekain Irigoien, ni siquiera han dado el
salto al largo).
Y
aunque los films colectivos compuestos por cortos de diferentes director@s son
irregulares casi por definición, Kalebegiak, lamentablemente, no sólo
no cuenta con esos 2 o 3 cortos de rigor que “salvan los muebles” de la
película, sino que transmite una sensación de desgana, de grisura y desapasionamiento
tal, que resulta muy tentador abandonar la sala casi desde su inicio.
La
mezcla de texturas, luces y colores, posiblemente, será muy distinta
dependiendo de la distancia de los ojos que miren a través de este caleidoscopio,
pero, como Donostiarra, me ha sorprendido encontrarme con una Donostia
prácticamente unidimensional, con el mar y las turísticas playas casi como
decorado principal y poblado por historias anodinas, tópicas o dolorosamente didácticas
y/o desaprovechadas, haciendo realidad la metáfora de “cartón piedra” de que
San Sebastián es “una ciudad de postal”.
Los
más reivindicativos y alejados del “playacentrismo” son Daniel Calparsoro e
Imanol Uribe. El primero nos muestra el testimonio de una víctima real del
terrorismo en el aula de un colegio (la sinopsis habla por sí sola), mientras
que Imanol Uribe se desplaza al extrarradio de San Sebastián, en concreto a la
'Casa del Frío', un albergue para que el centenar de sin techo que habitan en
la zona. Ambos en clave documental, sin embargo, poseen el mismo defecto que la
multipremiada I, Daniel Blake: no podríamos estar más de acuerdo con su fondo
y la contundencia reivindicativa de su mensaje, pero no comulgamos con su
desgastada, obvia y nada imaginativa didáctico-moralizante forma (los sin techo
de ‘La casa del frío’ se merecen un buen documental en toda regla. Su lugar no
es un corto en un film de ficción).
Gracia
Querejeta firma con Txintxorro el relato más optimista y luminoso, pero la
historia resulta anodina y carece de trascendencia (y las actuaciones forzadas
de sus niños protagonistas no facilitan la tarea). Borja Cobeaga, por su parte,
presenta un corto-gag supuestamente gracioso que, básicamente, sólo hará las
delicias de los seguidores de Vaya
Semanita que, además sean fans de Master Chef. El punto ciego utiliza
uno de los objetos más ñoñostiarras conocidos (el archiconocido y cursi
colgante de la barandilla de la Concha que casi todas las niñas de la zona
hemos tenido en algún momento) para subrayar aquello que ya nos enseñó hce
décadas Blanche Dubois: Siempre he
confiado en la bondad de los desconocidos.
Tampoco
corren mejor suerte Julio Medem y su La ballena real, ya que ni su humor
absurdo ni su supuesta magia enganchan al espectador en ningún momento;
mientras que el nostálgico pero excesivamente sentimentaloide Los
Angeles Observer, del casi desconocido Luiso Berdejo, nos muestra la
insólita amistad entre un ladrón y un anciano que tienen San Sebastián como
nexo común. Mención aparte merece el (auto)crítico Narcisso, al que, al
menos, hay que reconocerle cierta valentía y espíritu transgresor como zarpazo
al ombliguismo donostiarra, pero que acaba cayendo en una inesperada y
desagradable grosería de brocha gorda que más que reforzar, debilita su
mensaje.
Y
es que nadie esperaba un film complaciente con la bella Easo, pero Donostia (y sus
artistas y creador@s, que son much@s) no se merecía este desangelado, anodino y
nada inspirado collage que en lugar de (re)enamorarnos o (re)descubrirnos la
ciudad, sólo nos insta a gritar: Donostia,
nik ez zaitut maite!
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