¿Detrás
de un/a gran escritor/a siempre hay un/a gran editor/a? Poc@s afortunad@s
podrían contestar a esta pregunta, aunque posiblemente también sean poc@s l@s
que sepan que detrás de algunos de los novelistas más brillantes y carismáticos
del siglo pasado (como F. Scott Fitzgerald, Hemingway y, especialmente, Thomas
Wolfe), se encontraba Max Perkins, un hombre, en apariencia, más mesurado, conciso
e introvertido que un reloj suizo, pero capaz de apasionarse y pulir sin
descanso la creatividad de otros, con una entrega más emocional que
profesional, hasta conseguir la mejor y más sobresaliente versión de cada uno
de ellos.
Su
relación con Wolfe, con el que llegó a crear un potentísimo vínculo
paterno-filial, es la base y el corazón del film (Perkins fue el único editor
en toda la gran manzana que se atrevió a publicar su primera novela ‘El ángel que nos mira’). La megalomanía,
petulancia, egocentrismo y obsesión enfermiza por la escritura de Wolfe (podía
escribir 5000 palabras por día) chocaban, como un rompeolas, contra la racional
y juiciosa serenidad de Perkins. Tal vez lo mejor y más interesante del film,
sea ver el apasionado e intenso editing process al que uno somete al otro.
Pocas veces vemos en la gran pantalla como se pulieron las grandes obras y para
cualquiera que ame la literatura, bien sea como lector/a, escritor@ o amb@s,
resulta fascinante. Descripciones excesivamente minuciosas, líneas argumentales
innecesarias o personajes secundarios tediosamente magnificados, resultan eliminados
de forma quirúrgica, para frustración y dolor casi físico del muy prolífico
autor.
Sin
embargo, desgraciadamente, ahí y en descubrir a la figura del no demasiado
conocido Wolfe, acaba el interés de un biopic que, como bien mencionaba una inspirada
crítica, parece cortado por el mismo gris, hipercorrecto y desapasionado corsé
del academicismo que ya modelara obras como El discurso del rey, La
chica danesa o The imitation game. La historia de
amistad/amor (¿pero es que no es lo mismo?) resulta fascinante, más que por lo
que se nos muestra, por lo que intuimos tras los muy interesantes hechos reales
en los que está basada. Sin embargo, en ningún momento, ni siquiera en el
emotivo final, llega a emocionar y conmover como debería.
Tras
una puesta en escena exquisita, el drama se muestra frío y asépticamente
expuesto, desaprovechando su enorme potencialidad y el carisma de sus
personajes (y sus actorazos y actrizazas), tristemente arquetípic@s y sin
matices, tanto en su retrato, como en sus relaciones interpersonales (a
Fitzgerald nos los muestran como a un “escritor emo” siempre con un pie en la
depresión; Zelda Fitzgerald es, simplemente, una estatua catatónica; el
personaje de Kidman resulta sencillamente odioso, y Wolfe es ese chico
outsider, megalómano y excesivo, que no quiere jugar a las mismas reglas que
los demás y que acaba siendo castigado por ello).
En
resumen: el multifacético y debutante Michael Grandage no le ha regalado a Max
Perkins el film que merecía. Y es que por mucho que un@ llegue a admirar al
flemático y entregado editor (no se quitaba el sombrero ni en casa para comer),
pulidor de diamantes y corazón del film, nunca llega a empatizar con él o a
considerarlo más que un secundario de lujo codeándose con gigantes y tocando, vicariamente,
el cielo con las yemas de los dedos.
Soso, soso man…
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