11 August 2015

White God: la furia de los sin voz



Si como los contadores de cuentos aseguran, “los cuentos sirven para dormir a los niños y despertar a los adultos”, el film de  Kornél Mundruczó resulta todo un despertador de conciencias, además de una contundente llamada a la acción. Y es que antes de que nos demos cuenta, esta imprescindible cinta húngara ha desplegado ante nuestros ojos todo un arsenal de contenidos ricos y complejos expresados del modo más simple.




¿Quiénes son los protagonistas de este moderno cuento de hadas? Tenemos a Hagen, un héroe canino que representa a los “no puros” o mestizos, los underdogs o los representantes de todas las minorías especiles, étnicas, raciales y espirituales del mundo, su humana o la heroína entre dos mundos, un esbirro del mal o el padre de esta, y un malo malísimo encarnado en ese simbólico “dios blanco” omnipotente y omnipresente emblema de falsa (y aniquiladora) superioridad moral.




El film navega entre varios géneros. Una base de cine fantástico subgénero “Animales en rebeldía” al más puro estilo Los pájaros (el terror sólo asoma en su magistral tramo final), con un toque dramático y de cine de aventuras, aunque su esencia nos muestra, con una mirada aterrorizada y alegórica, a través del viaje del héroe canino hacia el infierno, el inevitable desmoronamiento de una sociedad que ha perdido sus valores elementales y cuyas principales víctimas son los seres más vulnerables, puros e inocentes: los perros, que no sólo nos profesan una adoración ciega, sino que nos dan bastante más de lo que reciben a cambio.  




A Hagen, el perro más achuchable del mundo, no le queda más remedio que “madurar” a golpes, adaptarse o morir, y en su descorazonadora lucha por la supervivencia pierde toda su pureza. Aunque la línea argumental se divide entre la odisea del maltratado can y de la su humana Lily (más floja y desaprovechada y menos definida que la primera), nunca hemos visto hasta la fecha un film con un punto de vista tan crudo, radical y genuinamente perruno. La cámara se sitúa directamente en los ojos de Hagen y resulta imposible no empatizar, sufrir y enrabietarse con él.




Las grandes obras subversivas se burlan de las ideas vigentes llamando al niño rebelde que habita en todos nosotros, mirando la sociedad y el mundo desde su punto de vista. En este caso, un animal maltratado, despreciado y ninguneado (oseáse, todos los animales). Sin embargo, el sufrimiento y rabia de perro apaleado demasiadas veces le ofrece al can, al mismo tiempo, una revelación y una vía de escape: si los de abajo se mueven, los de arriba se caen.   
                                             



Aunque tal vez lo más inquietante de White God (poderosas y escalofriantes escenas dramáticas aparte) sea que, en su particular lucha entre el bien y el mal, como espectadores, nos obliga a posicionarnos, a plantearnos en qué escalón de responsabilidad y privilegio nos encontramos y qué estamos haciendo para cambiarlo. Y es que, ¿nos aporta algo valioso, como sociedad, el abuso de todos los considerados “inferiores”? ¿Nos condenamos como individuos con cada acto de no empatía hacia aquellos que pertenecen a una diferente etnia, raza, cultura, orientación sexual o especie? ¿Todo el sufrimiento innecesario que causamos vuelve a nosotros? El film comienza y acaba en un matadero. No puede ser casualidad.

Que nadie se la pierda. Sólo por su emocionantísima escena final, White God ya merece estar en el olimpo del 2015.







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