Si
como los contadores de cuentos aseguran, “los
cuentos sirven para dormir a los niños y despertar a los adultos”, el film
de Kornél Mundruczó resulta todo un
despertador de conciencias, además de una contundente llamada a la acción. Y es
que antes de que nos demos cuenta, esta imprescindible cinta húngara ha
desplegado ante nuestros ojos todo un arsenal de contenidos ricos y complejos
expresados del modo más simple.
¿Quiénes
son los protagonistas de este moderno cuento de hadas? Tenemos a Hagen, un
héroe canino que representa a los “no puros” o mestizos, los underdogs o los
representantes de todas las minorías especiles, étnicas, raciales y
espirituales del mundo, su humana o la heroína entre dos mundos, un esbirro del
mal o el padre de esta, y un malo malísimo encarnado en ese simbólico “dios
blanco” omnipotente y omnipresente emblema de falsa (y aniquiladora) superioridad
moral.
El
film navega entre varios géneros. Una base de cine fantástico subgénero
“Animales en rebeldía” al más puro estilo Los pájaros (el terror sólo asoma en
su magistral tramo final), con un toque dramático y de cine de aventuras,
aunque su esencia nos muestra, con una mirada aterrorizada y alegórica, a
través del viaje del héroe canino hacia el infierno, el inevitable desmoronamiento
de una sociedad que ha perdido sus valores elementales y cuyas principales
víctimas son los seres más vulnerables, puros e inocentes: los perros, que no
sólo nos profesan una adoración ciega, sino que nos dan bastante más de lo que
reciben a cambio.
A
Hagen, el perro más achuchable del mundo, no le queda más remedio que “madurar”
a golpes, adaptarse o morir, y en su descorazonadora lucha por la supervivencia
pierde toda su pureza. Aunque la línea argumental se divide entre la odisea del
maltratado can y de la su humana Lily (más floja y desaprovechada y menos
definida que la primera), nunca hemos visto hasta la fecha un film con un punto
de vista tan crudo, radical y genuinamente perruno. La cámara se sitúa directamente
en los ojos de Hagen y resulta imposible no empatizar, sufrir y enrabietarse
con él.
Las
grandes obras subversivas se burlan de las ideas vigentes llamando al niño
rebelde que habita en todos nosotros, mirando la sociedad y el mundo desde su
punto de vista. En este caso, un animal maltratado, despreciado y ninguneado
(oseáse, todos los animales). Sin embargo, el sufrimiento y rabia de perro
apaleado demasiadas veces le ofrece al can, al mismo tiempo, una revelación y
una vía de escape: si los de abajo se mueven, los de arriba se caen.
Aunque
tal vez lo más inquietante de White God (poderosas y
escalofriantes escenas dramáticas aparte) sea que, en su particular lucha entre
el bien y el mal, como espectadores, nos obliga a posicionarnos, a plantearnos
en qué escalón de responsabilidad y privilegio nos encontramos y qué estamos
haciendo para cambiarlo. Y es que, ¿nos aporta algo valioso, como sociedad, el
abuso de todos los considerados “inferiores”? ¿Nos condenamos como individuos
con cada acto de no empatía hacia aquellos que pertenecen a una diferente
etnia, raza, cultura, orientación sexual o especie? ¿Todo el sufrimiento
innecesario que causamos vuelve a nosotros? El film comienza y acaba en un
matadero. No puede ser casualidad.
Que
nadie se la pierda. Sólo por su emocionantísima escena final, White God ya merece estar en el olimpo del 2015.
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