Anders es joven,
inteligente, culto, sensible, tiene talento para escribir y no necesita
esforzarse demasiado en el terreno amoroso. Tras unos oscuros años de paréntesis
por culpa de su adicción a las drogas, finalmente parece estar listo para
retomar su vida. Sin embargo, se siente vacío, desesperanzado, triste y
profundamente insatisfecho, tanto que el suicidio se le antoja como la mejor
opción vital. La vida está rotundamente de su parte, pero no quiere, ni sabe,
ni puede darse cuenta.
Desconocemos por completo el
origen de su cuadro clínico. A su director, Joachim Trier, no parecen
importarle demasiado. No quiere entender a su criatura ni justificarla, solo
mostrarla a través de un día de su vida, el 31 de agosto, ese momento exacto en
el que el verano acaba y el verdadero año comienza, exigiendo una renovación de
ciclo, un acto de compromiso y valentía, un reciclarse o morir.
La elección de Anders está
hecha. Él lo sabe y el espectador también, y le sigue los pasos (a menudo
abrumado por la impotencia), a través de las horas que componen ese día
decisivo, intuyendo su infierno interno y amparándose en la frialdad u
objetividad que confiere ese tono cuasidocumental en el que varias personas van
narrando sus recuerdos y experiencias, convencido, ingenuamente, de
que de esta manera su particular odisea le dolerá menos.
Por ese tortuoso camino
vemos flashes de la sociedad Noruega, uno de los países que, supuestamente,
representa el idealizado modelo de bienestar escandinavo. Nos damos cuenta de
que sus habitantes no son más felices por tener una cartera más abultada,
mejores trabajos y mayores comodidades, sino que, tal vez, se sienten más
desorientados y vacíos, más estafados por no saber (ni tener el valor de) procurarse y nutrirse de las
únicas cosas que realmente “completan”. (¿Y si el depresivo Anders no fuera más
que el mayor y más desafortunado ejemplo de las consecuencias de este idílico
modelo?).
Los hombres de su edad, aburguesados, se
han decantado, en su mayoría, por la opción del peterpanismo amoroso militante,
eligiendo relaciones con mujeres más jóvenes en serie (con la esperanza de no
tener que comprometerse seriamente con ellas), mientras miran de reojo y con altivez
a sus compañeras de generación, amparados en la machista satisfacción de que
ellas no pueden ni deben hacer lo mismo.
En una escena clave y
poderosísima, Anders, sentado en una cafetería, observa el microcosmos de
personajes e historias que le rodean. Les escucha atentamente, pero se siente
ajeno a sus anhelos y esperanzas, a su profunda necesidad de vincularse con
otros, a sus ganas de, como diría el poeta, “extraer todo el meollo a la vida”.
En esa escena se autopercibe como insignificante y prescindible, menos que un
simple figurante, de tal forma que nada cambiaría la estructura argumental del
guión si él desapareciera.
Describir Oslo,
31, August como melancólica, sutil, profunda y reflexiva sería, como dicen los
angloparlantes, un understatement. A
pesar de resultar absolutamente recomendable, hiere de tal forma, que solo la
paquidérmica piel que confiere la felicidad puede protegerte de sus punzantes
efectos.
La frase:
“Mira
mi vida. Tengo 34 años y no tengo nada. No tengo el coraje de empezar desde
cero”.
*
No volveré a ser joven
ReplyDelete(Jaime Gil de Biedma)
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
*
La tengo bajada desde hace unos días. Tengo unas enormes ganas de verla. Ya te contaré. Se te love :D
ReplyDeleteLong time no read!
DeleteEspero ansiosa tu review, nene ;)
Espero que te toque tanto como a mi, pero sin dejarte K.O.
Hugs mil ***