Hay
que agradecerles a the Wachowkis su afán de riesgo, su megalomanía creativa y
su espíritu no acomodaticio. Quienes revolucionaran la ciencia ficción en los
90 con la visionaria Matrix ansían seguir haciéndolo en
cada nuevo trabajo, incluso aunque eso les cueste su fortuna y firmar la carta
de despido de la industria. El espectador lo sabe (o intuye) de alguna manera,
por lo tanto, un nuevo film de estos ambiciosos hermanos siempre es percibido,
potencialmente, como el último.
Desgraciadamente,
eso es lo único positivo que se puede decir
de Jupiter ascending. En un batiburrillo de géneros, influencias y sagas
míticas sin precedentes, su deshilvanada e incoherente trama discurre entre La
Cenicienta (o Princesa por sorpresa) más pasiva cuya
única función es ser rescatada una y otra vez (Trinity, where are you?), Crepúsculo,
un Asgard imperialista y fascista, el anime japonés, Guardianes de la galaxia
y un sinfín de personajes sacados directamente de la starswasiana cantina de
Mos Eisley, entre muchos otros.
Como
viene siendo la tónica Hollywoodiense habitual, tanto se han afanado los “W
brothers” por crear su particular y único universo, por poner el acento en su
exuberante y barroca imaginería visual, que, una vez más, han olvidado la
historia (un patético ejemplo es la estúpida forma en la que se enamoran sus
protagonistas sintetizada en la frase “me encantan los perros”). Sus planísimos
(y desaprovechados) personajes, no sólo parecen desubicados y perdidos en todo
momento, sino que, con la excepción del siempre digno Sean Bean, llegan a dar pena/vergüenza
ajena en algún momento de la trama.
Las
comparaciones son especialmente odiosas en el caso de dos actores que acaban de
ofrecer, hace muy poco, las mejores actuaciones de su aún corta carrera. Me
refiero al surfista mestizo con ecos crepusculiles y alergia las camisetas en
el que han convertido a Channing Tatum (si lo han visto en la estupenda Foxcatcher,
sabrán a lo que me refiero), y sobre todo y ante todo, en el caso de ese
villano-reinona histriónica, patética, chillona y carne de Razzie encarnada por
el recientemente oscarizado Eddie Redmayne.
Si
nos esforzamos por destacar sus puntos positivos, además de la parte técnica, y
dejando de lado la cansina obsesión wachoskiana por la reencarnación que ya
iniciaran con El atlas de las nubes, encontramos un asomo de crítica consumista-capitalista-imperialista-ecologista,
y un intento de reflexión científica sobre el tiempo y sus posibilidades. Sin
embargo, todo eso adquiere escaso o nulo peso y desarrollo en un decepcionante
y tristemente fallido film que acaba siendo poco más que intenciones y un
potente empaque visual. ¡Que rabia y qué pena, ladies & gentlemen!
Desearía
olvidar: Todo; la posibilidad de que
todo fuera un espejismo y nunca volvamos a ver chispazos de talento en los
Wachoski; el hecho de que los otrora creadores de mujeres fuertes y con
carácter, hayan elegido como protagonista a una sosa y despersonalizada
damisela en apuros.
Guardo
en mi baúl cinéfilo: Tristemente, nada.
*
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