10 December 2013

Once escenas eróticas sin sexo




El sexo ya no vende en Hollywood. En parte porque su presencia obliga a subir la calificación de las películas, perdiendo una jugosísima porción de público y beneficios, y en parte porque al ciudadano medio le resulta demasiado light y decepcionante comparándolo con el material bastante más explícito que circula por la red.
El erotismo, por otra parte, siempre ha jugado a otro nivel. Obligado a disfrazarse con trajes mucho más sutiles, creativos e imaginativos, desde que el cine se convirtió en entretenimiento de masas, fue inspirado y puesto a prueba, al mismo tiempo, durante la primera mitad del siglo XX, cuando la censura siempre hacía su trabajo; y, aunque no de forma tan sugerente, nos ha seguido sorprendiendo, ocasionalmente, hasta  la actualidad.

Tal vez porque ya hemos perdido la “inocencia cinematográfica” y nos sentimos saturados y aburridos como espectadores, agradecemos especialmente cualquier estimulante muestra de creatividad, imaginación e ingenio. Estas once escenas eróticas sin sexo nos recuerdan, por si en ocasiones lo olvidamos, por qué el cine nos gusta tanto.
[No recomiendo el visionado de ninguna de ellas a menos que se haya visto previamente la película de la que forman parte. Por si solas, perderían gran parte de su fuerza y magia]

 

El lanzamiento de cuchillos de La chica del puente “La fille sur le pont” (Patrice Leconte, 1999)

La zona del cerebro que se activa cuando sentimos terror es la misma que se enciende ante una experiencia placentera. Estos dos aparentemente opuestos circuitos compartidos están impecablemente ejemplificados en la escena más mítica de La fille sur le pont  Vanessa Paradis no sólo pasa miedo por voluntad propia, sino que pone su vida en manos de un lanzador de cuchillos con orgásmicos resultados. Independientemente de las tendencias masoquistas del personaje que interpreta la guapa actriz, nadie puede negar que se trata de una de las escenas eróticas más evocadoras, sutiles e impactantes de la historia del cine.



 
El retrato de Rose en Titanic (James Cameron, 1997)

Aunque el multioscarizado film de James Cameron resulta notable como película  de catástrofes, su love story, sin embargo, resulta algo simplona y tontaina. En mi caso concreto, confieso que la pareja Winslet-DiCaprio siempre me ha rechinado sobremanera y no precisamente por sus cualidades actorales. La Winslet me parecía demasiado mujer para aquel esmirri con cara de nena que, por aquel entonces, era Leonardo DiCaprio. Sin embargo, siempre he aplaudido la osadía de Cameron al incluir una escena tan poco familiar, pero, al mismo tiempo, tan elegantemente erótica como la del retrato de Rose. Y es que el hecho de que acaricien por primera vez tu cuerpo con los ojos y lo plasmen detalladamente sobre un lienzo, tiene su aquel…

(No he podido encontrar la escena completa. Los enlaces buenos desaparecen a la velocidad del rayo debido a las reclamaciones de corpyright la Fox. Sorry)


 

El baile en el embarcadero de Picnic (Joshua Logan, 1955)

Picnic derrocha libertad, amor y sexo en un ambiente ultra conservador y represivo (A.K.A un pueblo perdido de Kansas en plenos años cincuenta). Todos estos elementos se condensan y magnifican en una inolvidable escena que ya ha pasado a la historia del cine como uno de los bailes más eróticos de todos los tiempos. Y es que Kim Novak y William Holden, pareja sexy donde las haya, derrochan sensualidad y complicidad. Su baile prohibido es todo un liberador soplo de aire fresco en una América de lo más tradicional y encorsetada. Ambos nos demuestran que para hacer saltar la alarma de la censura no hace falta ni desabrocharse un botón.



 
El baño en la fuente de Expiación, más allá de la pasión “Atonement” (Joe Wright, 2007)

La tensión sexual no resuelta entre Robbie y Cecilia sale a la luz antes de la nota, del vestido verde y de la ya antológica escena de la biblioteca.  Ella no lo sabía (él siempre lo supo), pero el día más caluroso del año se convirtió en el último empujón que necesitaban sus resistencias, alimentadas durante años, para caer y desnudarla por completo.
Calificada por algunos como “erotismo de anuncio de perfumes”, el baño de Cecilia resulta especialmente sugerente y revelador porque de todos sus testigos, incluido el propio espectador, la más sorprendida de su reacción es la propia Cecilia: acaba de realizar una locura de lo más desinhibida (¡y en la Gran Bretaña de los años 40!) que sería incapaz de realizar delante de ningún otro. That must be real love…



 
El cruce de miradas de El manantial “The Fountainhead” (King Vidor, 1949)

Confesión: esta es la elección menos sutil y descaradamente freudiana de la lista. Dominique Françon, una mañana, paseando por la cantera de papá, se topa con un apuesto sudoroso taladrando firmemente una pared de roca (¿a alguien se le ocurre un símbolo más fálico?) y su mundo de deidad griega se derrumba. Lógico y normal si tenemos en cuenta que la magnética y testosterónea estampa pertenece, nada más y nada menos, que a Gary Cooper que estás en los cielos manejando con destreza un black and decker primigenio. A partir de ese encuentro, lleno de reveladoras miradas en plan “me pones”, “lo sé”, la pobre Dominique, la mujer que aseguraba que nunca amaría o pertenecería a nadie, sólo tiene cabeza para taladros, mármoles y rascacielos altísimos…



 
La canción sobre el piano de Los fabulosos Baker boys “The fabulous Baker boys” (Steve Kloves, 1989)

Cuando el trío musical de Los fabulosos Baker boys se transforma, temporalmente, en dúo, resulta evidente para todos que, en esta ocasión concreta, tres son multitud. Sin el rígido y metódico hermano mayor, la atracción que existe entre Pfeiffer y Bridges se libera en forma de canción… ¡y sobre un piano! Michelle Pfeiffer nunca ha estado más sexy y felina que en este momento (ni siquiera como Catwoman). ¿Se habrán olvidado ambos intérpretes del hecho de que hay un público que sigue todos sus movimientos? Si esta sensualísima complicidad entre cantante y músico no es la expresión de otro tipo de complicidad, no necesariamente musical, ¿qué es? ;)


 
La tormenta de arena de El paciente inglés “The English patient” ( Anthony Minghella, 1996)

Almásy (Ralph Fiennes) y Katherine (Kristin Scott Thomas) quedan atrapados en un jeep durante una poderosísima tormenta de arena y la tensa relación amor-odio que mantienen desde que se conocieron queda temporalmente enterrada, como el propio jeep. Un lugar tan sólido y seguro contiene, a duras penas, la creciente intimidad y el eléctrico erotismo de dos seres que están destinados (o condenados) a ser amantes, a pesar de ellos mismos. Él la acaricia con las mejores armas que tiene (su voz y sus historias), antes de atreverse a tocarle suavemente el cabello. Ella, por su parte apoya su mano contra el cristal, dibujando su rendición y su deseo.



 
El robo del libro en Lo que queda del día “The remains of the day” (James Ivory, 1993)

Es difícil imaginar a un personaje más estoico, distante, imperturbable y emocionalmente reprimido que el que interpreta Anthony Hopkins en la estupenda Lo que queda del día. Nada parece atravesar su manto de hielo hasta el ama de llaves (Emma Thomson), de quien está secretamente enamorado, irrumpe en su habitación y le pide que le enseñe el libro que está leyendo. Ante su negativa, ella imagina que se trata de una novela erótica y se acerca a él para comprobarlo, multiplicando, a cada paso, la tensión entre ambos. Tras un breve forcejeo,  mientras Thomson logra arrebatárselo y examinarlo (visiblemente decepcionada), vemos reflejados en los ojos de Hopkins todo un universo de amor y deseo dolorosamente contenidos. En un primer visionado puede parecer demasiado sutil, pero durante años Emma Thompson ha asegurado que se trata de la escena más erótica que ha rodado jamás. Por algo será.




La pregunta adultera de Take this waltz (Sarah Polley, 2011)

Michelle Williams es una mujer casada y adicta al enamoramiento (que no al amor), que un buen/mal día, inesperadamente, se enamora de su vecino. Cuando las grietas de su matrimonio y la atracción que siente por este otro hombre resultan más que evidentes, Williams, que hasta ese momento había creído mantener a raya a su deseo, se tropieza de lleno contra el preguntándole a su potencial amante “qué le haría”. El chico, solícito, le narra al detalle, con intensidad, sensualidad y delicadeza, todos y cada uno de los detalles gráficos de su particular fantasía amatoria. Nosotros, como testigos, casi tan abrumados como ella, no podemos evitar pensar, no sólo que no deberíamos estar allí, sino que pocas veces (más bien nunca) nos habían instado a utilizar la imaginación erótica con tanto detallismo.

[No he podido encontrar la escena entera. Sorry again]



 
El erótico duo al piano de Stoker (Park Chan-wook, 2013)

Es una verdadera lástima que el guión de este prometedor thriller psicológico no esté a la altura ni de sus estupendos interpretes ni de su inquietantísima y claustrofóbicamente incestuosa atmósfera, sin embargo, nos ha regalado algunas escenas memorables, entre las que destaca el intenso y elegante duelo al piano entre Matthew Goode y Mia Wasikowska (tío y sobrina en la ficción) que se arrancan metafóricamente la ropa y "consuman" su censuradísima unión, expresándose a través de las teclas de un piano. En mi modesta opinión, una de las mejores escenas del año.


 
El inflamiento de urgencia de Air Doll “空気人形, Kūki Ningyō” (Hirokazu Koreeda, 2009)

Aunque resulta demasiado bizarra y poética para contentar a la mayoría de los paladares, y hay quienes incluso la sitúan entre lo peor (o lo más fallido) de su cada vez más ilustre director, confieso tener cierta debilidad por la historia de esta inquieta muñeca hinchable que cobra vida y vive una doble ídem. Hay una escena, tal vez la más raruna de toda la película, que resulta tan sugerente y metafórica que no he podido evitar incluirla como broche final. La muñeca-mujer se pincha en un dedo, cual bella durmiente, y comienza a desinflarse con peligrosa rapidez. Afortunadamente, el chico del que está enamorada acude a socorrerla y es su aire lo que la va rellenando… hasta salvarla, finalmente.   



 
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13 November 2013

10 motivos de peso para ver Blackfish



1- En este interesantísimo y reflexivo documental de Gabriela Cowperthwaite se narra con mimo, honestidad y un toque de suspense la historia más escalofriante, dolorosa y cruda del año: la de Tilikum, una orca macho separada brutalmente de su familia a los dos años, convertida, contra su voluntad, en prisionera y payaso de acuario en SeaWorld, sufridora de todos los traumas que pueden ocasionar 30 años de prisión (en una “caja de zapatos”), y asesina de 3 humanos (accidentes fatales que, tras ver el documental, y teniendo en cuenta las circunstancias, incluso resultan pocos).
 
2- Blackfish no es un documental orientado a antiespecistas, ecologistas o personas sensibilizadas con el sufrimiento/abuso animal, sino que está narrado desde el punto de vista de una no experta en la materia y dirigido a toda clase de públicos. La propia directora era una asidua asistente a SeaWorld (junto a sus hijos), hasta que la muerte de la entrenadora de orcas Dawn Brancheau, la última víctima de Tilikum, unida a las sospechosas y muy dudosas explicaciones por parte del famoso parque acuático (aseguraban que la ballena atacó a su entrenadora, supuestamente, porque llevaba una coleta en lugar del pelo recogido), sobrecogieron e intrigaron hasta tal punto a la directora, que sintió la necesidad de investigar qué se cocía realmente en el famoso delfinario de Florida. El resultado de sus investigaciones creció y creció hasta convertirse en Blackfish.
 

 
 
3- Este imprescindible documental no es sólo una denuncia contra SeaWorld o contra los parques acuáticos y el uso y abuso de los cetáceos en cautividad, sino que es un contundente y muy persuasivo alegato contra el maltrato, cautiverio y explotación circense de TODOS LOS ANIMALES (salvajes o no) para frívolo e innecesario entretenimiento humano.
 
4- Blackfish es tan potente y reivindicativo como instructivo. Puede que no resulte excesivamente original en su forma, pero tanto sus (algunas durérrimas) imágenes como la información que en él se maneja, se quedarán grabados a fuego en la mente del/a espectador/a, que saldrá del cine, no sólo indignadx y conmovidx, sino con la sensación de haberse convertido en casi un expertx en las orcas y su vida en cautividad.
 

 
 
5- No es posible tacharlo de sensiblero, maniqueo o partidista, los hechos que narra son objetivos y fácilmente contrastables. Tanto biólogxs marinos y activistas, como antiguxs entrenadores y cazadores de orcas (casi todxs arrepentidos y reconvertidxs en activistas) tienen hueco y voz en Blackfish. La única voz que falta, por deseo propio, es la que no tiene argumentos para defenderse: SeaWorld.
 
6- Tu visión sobre las orcas cambiará por completo. Olvidarás todas las películas y documentales sobre terribilis orcas asesinas, y descubrirás, por ejemplo, que la única forma de “entrenarlas” es a base de dietas insuficientes y crueles castigos (haciéndoles pasar hambre); el porqué de que todas las orcas en cautividad viven menos (y los machos tengan la aleta dorsal torcida), o el motivo por el que no atacan a los humanos cuando están en libertad.
 
 
 

7-  Es una invitación al activismo, la acción y la lucha contra el especismo*. Nunca volverás a pisar un parque acuático y si, como en mi caso, hace tiempo que los boicoteas, te asegurarás de que todo tu microcosmos, no sólo también lo haga, sino de que vea este documental.
 
8-  ¿Por qué un animal tan sumamente frustrado y potencialmente agresivo como Tilikum es mantenido en cautividad a pesar del posible daño que puede causarse, tanto a sí mismo como a los humanos con los que interactúa? Básicamente, porque sirve como gran máquina de esperma (las imágenes grotescas en las que se muestra “la extracción” me acompañarán durante mucho tiempo en mis pesadillas). Además, el historial de agresividad de todos los animales del parque se esconde miserablemente a sus entrenadorxs, convirtiéndolos en la otra víctima. Por lo tanto, resulta imprescindible (y obligatorio) ser consciente de que cada muerte (humana o no humana) y sufrimiento cruel e innecesario en un parque acuático, es un daño colateral de un negocio muy lucrativo.
 

 

9- Blackfish es tan irrebatible e impactante que, tras su visionado y posterior charla con su directora, John Lasseter y Andrew Stanton, directores del estudio Pixar, alteraron la descripción de parque marino que aparecerá en Finding Dory (Buscando a Dory).  ¿Quién dijo que este tipo de cine no era efectivo o que solo convertía a los ya conversos?
 
10- Posiblemente, su necesario contenido y su planteamiento David-contra-Goliat en la lucha de los derechos de los animales ya haya hecho historia. Si el magnífico The Cove ha conseguido reducir la matanza de delfines en Japón, y debido a presiones ciudadanas, se ha conseguido que en países como Eslovenia, Chipre, Croacia, Costa Rica, Uruguay o Chile ya estén prohibidos los delfinarios (España, vergonzosa y tristemente, ocupa el primer puesto del ranking europeo con más orcas en cautividad, y el tercero a nivel mundial), en un alarde de (exagerado) optimismo, tal vez Blackfish encienda definitivamente la mecha de la conciencia y suponga, a medio o largo plazo, no sólo el fin de negocios abyectos e injustificables como los parques acuáticos, sino de las cárceles de animales y la forma en la que vemos a los otros animales, en general. Sin embargo, aunque sólo supusiera la libertad para Tilikum, su sufrido y malogrado protagonista/víctima, ya habría valido la pena.

¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de que reestrenen Earthlings o el mundo aún no está preparado para semejante chute de antiespecismo*?

 
 
 
*Especismo: según Peter Singer “un prejuicio o actitud parcial favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras”, esto es, la discriminación de otras especies por no ser humanas, obviando su capacidad de sentir y su consciencia.
 


 
Una llamada a la acción:




 
 
 



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23 October 2013

Una cuestión de tiempo: Doble McGuffin




Durante el pasado Zinemaldia, me vi en la disyuntiva de tener que escoger entre Una cuestión de tiempo (About time), la última película de Richard Curtis (guionista de Cuatro bodas y un funeral y Notting Hill y director de Love actually) y Quai d’Orsay, la ácida comedia política de Bertrand Tavernier, decantándome por esta última. Ahora que por fin se me ha estrenado en cines y me he quitado la espinita, debo admitir, con un poco de tristeza, que hice una buena elección.


 
Soy de la opinión de que una comedia romántica digna, incluso aunque ligeramente almibarada, de vez en cuando no sólo no es censurable, sino que puede resultar de lo más saludable para todo tipo de paladares. Mi bajada actual de azúcar sumada a ciertas expectativas levantadas a raíz del festival, me hacían presagiar que me iba a encontrar con un film por encima de la media y, aunque, efectivamente, la película de Curtis tiene más calidad y encanto que las últimas comedias románticas que han aterrizado por estos lares, lo cierto es que acaba traicionándose y traicionando y manipulando vil y descaradamente al espectador.



Una cuestión de tiempo empieza de forma prometedora. Es tan simpática y encantadora como sus interpretes, así que abandonamos los prejuicios, las inevitables preguntas científicas y las comparaciones con Atrapado en el tiempo y nos dejamos llevar con complicidad de la mano del pelirrojo protagonista y sus excéntricos secundarios (tan marca de la casa). El problema es que una vez que la love story queda resuelta, cambia bruscamente el tono del film y se tiene la sensación de estar viendo una película radicalmente distinta. Como consecuencia, perdemos súbitamente el interés, llega el aburrimiento y nos preguntamos, indignados, hacia donde pretende llevarnos Richard Curtis (y si realmente nos interesa). 
 
 
Que ese elemento fantástico tan trillado como efectivo que son los viajes en el tiempo sea un McGuffin que sirva de mero hilo conductor a la love story, es algo que se intuye antes incluso de ver la película, pero lo que el espectador no sabe, es que, en realidad, lo que está viendo tampoco es una rom-com, sino una comedia familiar buenrollista con moralina y un trasfondo insultantemente convencional y conservador (además, el “Carpe diem” o el “párate a mirar la belleza que te rodea”, nos lo han contado antes y nos lo han contado mejor). Doble McGuffin.
 
 
 
 
Para colmo de males, en ese olvidable (y estirado) tramo final, Curtis se guarda un nada sutil as en la manga que pretende ser emotivo, pero que acaba resultando tan tramposo que cae en la pornografía sentimental más descarada (es como si te estuvieran exprimiendo los lacrimales sin consentimiento y a traición). Y así no vale. Tampoco vale que los que viajen en el tiempo y/o tengan carisma y verdadero peso sean ellos (casi todos los actores masculinos, desde el estupendo protagonista, pasando por el robaescenas nato que es Bill Nighy o el cínico Tom Hollander, tienen varias escenas para su exclusivo lucimiento). Las chicas, una vez más, sirven como meras comparsas de los personajes masculinos y se limitan a ser: encantadoras y guapísimas pero planas (McAdams), absolutamente desaprovechadas (Lindsay Duncan, soberbia en Le Week-end, invisible aquí), tías buenas/meros objetos de deseo (Margot Robbie, Vanessa Kirby) o la hermana freaky supuestamente excepcional (Lydia Wilson), a la que calificamos como tal sólo porque nos lo dice la voz en off (a años luz de la típica hermana del protagonista curtisiano; recuérdense, si no, las más memorables sisters de Notting Hill  o Cuatro bodas y un funeral).
 
 
Aunque sería injusto calificar de mala película a una Cuestión de tiempo o no admitir que tiene momentos y situaciones de lo más disfrutables, el "precio" que nos hace pagar Curtis a cambio de su disfrute, en mi opinión, resulta desorbitado (además de aburrido y anticuado). Si adoras Notting Hill (o la consideras, al menos, un placer culpable) y/o eres de la opinión de que Love Actually (con la que confieso tener una love/hate relationship; hay historias que me gustan y otras que detesto) es una de las mejores comedias románticas de los últimos años, posiblemente, no sólo no estés de acuerdo con esta crítica, sino que sentirás el irrefrenable impulso de cortarme la cabeza al más puro estilo de la reina de corazones. ¿Qué puedo decir? No me lo tengas en cuenta. Al fin y al cabo, sólo es una cuestión de opiniones ;)




 
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09 October 2013

61 edición del Zinemaldia: Perlas y super perlas




Las comparaciones son y siempre serán odiosas. En mi caso, por muy buena que resulte la cosecha festivalera del año, y a pesar de que siempre haya, al menos, una o dos perlas que deslumbren y destaquen muy por encima de la media, hay una edición y una película que permanece imbatible en lo alto de mi top: The Artist. Desde que la descubrí, he tratado de que una película me llene e ilusione tanto como en su momento lo consiguió el delicioso film de Michel Hazanavicius. Este año, desgraciadamente, tampoco ha sido una excepción.
Dicho lo cual, he aquí the best of esta 61 edición, ordenado sin orden ni concierto, salvo las dos últimas (y únicas) super perlas.

 

Perlas y super perlas




Pozitia copilului (Child's Pose/La postura del hijo) (Perlas)

Hay una escena poderosísima y escalofriante en el último oso de oro del festival de Berlín que define y resume a su personaje principal. Una adinerada y culta mujer de mediana edad conversa sobre su hijo con su asistenta y le pregunta a esta si el joven ha leído un libro que le regaló. Tras contestarle negativamente, la asistenta se dispone a dar su opinión sobre un libro que ha leído recientemente y que le ha gustado mucho. Su jefa la corta en seco: los gustos literarios de una “simple” señora de la limpieza no existen para ella. Su opinión no le interesa.
Pozitia copiluli es una crítica contundente hacia los nuevos ricos rumanos cuyo privilegiado estatus les hace creer que se encuentran por encima de todo y de todos. Con un guión preciso y potente y un clima tenso, áspero y angustioso, una mater terribilis (excelente Luminita Gheorghiu) demostrará hasta qué punto está dispuesta a llegar para salvar de la cárcel a un hijo con el que mantiene una edípica relación de dominancia. Muy recomendable.
 
 
 
 
Prisoners (Prisioneros) (Proyección especial)

Lo que consigue este intenso y sólido thriller de Denis Villeneuve está al alcance de muy pocos. Y es que, como espectador, enfrentarse a una película de dos horas y media de duración a las 9:30 de la mañana, con el cansancio acumulado del octavo día de festival y, a pesar de todo, no sólo no aburrirse en ningún momento, sino mantener clavadas las uñas en la butaca durante todo el metraje, dice mucho de la calidad de Prisoners. Y si está dirigida con maestría, estupendamente interpretada (¡que repartazo, mamma mia!) y el guión está bien hilvanado y contiene alguna de las escenas más angustiosas que has visto en mucho tiempo (¡esa carrera en coche a contrareloj con el ojo ensangrentado, ay!), ¿qué es lo que le impide un puesto de honor en el top? Pues que en mi galería particular de películas memorables este “yo por  mi hija mato” resulta entretenida, contundente y muy bien realizada, pero ni me deja ningún poso ni me llega al corazón. ¿Será por el hecho de haber adivinado el final?

 


La herida (Sección oficial)

Ana no lo sabe, pero padece un trastorno límite de la personalidad (o borderline). Una patología psiquiátrica grave que ya conocimos en Los 400 golpes, Inocencia interrumpida, Un tranvía llamado deseo o Cisne negro. La diferencia es que, en esta ocasión, la cámara la sigue tan cotidianamente cerca, tan a ras de piel, que no podemos escapar del infierno de su protagonista, aunque no lo entendamos y no logremos empatizar con su universo caótico y sus incomprensibles cambios de humor.
La herida es una película en la que pasa mucho y nada, en la que lo que se cuenta es tan importante como lo que se silencia. El mundo emocional de Ana y su aburrido/triste/anodino/angustioso día a día son los protagonistas absolutos. No hay grandes acontecimientos y el arco dramático de la protagonista es neutro. Sin embargo, es una película valiente, cercana, honesta, con una protagonista tan absoluta e inmensa que jamás podrás olvidarla. Hay quien la considera fría y desagradable, pero La herida es como una mano que se escapa fuera de la cama, cuando despiertas, triste, en medio de la noche, aunque sepas que, en realidad, no hay nadie para acariciártela.
 
 


Club Sandwich (Sección oficial)

Paloma y Héctor, su hijo adolescente, pasan unas cortas vacaciones en un aisladísimo resort prácticamente habitado por ellos mismos. Se dan mutuamente cremita, van a la piscina y encargan sandwiches por teléfono. Durante una media hora larga, el espectador asiste impaciente a lo que parece una presentación de personajes inusualmente larga o una comedia del tedio, pero la curiosa versión de where is my mind? de los títulos de crédito le animan a seguir buscando el tesoro escondido que aparece, de repente, encarnado en Jazmín, una muy lolitesca veraneante adolescente del mismo resort. En ese momento, los dos jóvenes son abducidos por una imparable efervescencia hormonal (que no lo llamen amor cuando quieren decir…). Paloma, que se lleva extrañamente bien con su hijo (de hecho, el suyo es el segundo complejo de Edipo de la edición), es testigo impotente, rabioso y asustado de este inevitable y muy ácido intento por cortar ese cordón umbilical invisible que siempre ha estado presente entre ambos y que desplaza su centro. Tan divertida como melancólica, Club Sandwich es un ejemplo perfecto de lo mucho que se puede contar y abarcar con una anécdota pequeñísima.

 

Gloria (Perlas)

De Chile nos llega una película que no habíamos visto antes. El retrato desarmantemente honesto de una mujer que bordea los 60 años y que nunca le habrían ofrecido a Meryl Streep. Gloria no es la  madre del/de la protagonista y su rol maternal sólo es una faceta más de su personalidad. Lleva años divorciada, sus hijos son independientes y se enfrenta a la tristeza, la soledad y los huecos que siente buscando “tapones emocionales” en los lugares y personas equivocadas. La seguimos con complicidad durante todo el metraje porque su extraordinaria protagonista femenina (Paulina García, otra de las grandes actrices de una edición festivalera llena de personajes femeninos potentes) es tan querible y creíble desde su primera escena, que no podemos resistirnos ni a su ternura, ni a su valentía, ni a su encanto, ni a su, a veces, patética, dependencia emocional. Y después de reír y emocionarnos con ella durante una hora y media larga, llega el catártico y perfecto final y nos sentimos tan exultantes y llenos de vida, que se nos han olvidado los defectos del film (que los tiene). Simplemente asumimos que jamás podremos volver a escuchar la famosa canción de Umberto Tozzi sin pensar en Gloria.

 

Dallas Buyers Club (Perlas)

1986. Ron Woodroof es un hombre drogadicto, homófobo y mujeriego al que el mismo día en el que le diagnostican SIDA descubre que sólo le quedan 30 días de vida. El medicamento recomendado por aquel entonces (el AZT) resulta ser una bomba tóxica que debilita a los pacientes hasta el borde de la muerte. Woodroof decide entonces negarse a tomar esta droga letal y, en un acto de tenacidad y valentía, planta cara a la industria farmacéutica (y a la institución médica) creando una red de distribución de medicamentos ilegales que ayudaron a muchas vidas a combatir la enfermedad.
Este 2013 está siendo el año de lucimiento interpretativo de actores y actrices que no tenían, precisamente, los favores de la crítica. ¿Habrá alguien que considere que Matthew McConaughey y Jared Leto son malos actores tras verlos brillar en Dallas Buyers Club? Sus actuaciones (y sus escalofriantes transformaciones físicas) eclipsan tanto este resultón biopic que el film ha sido acusado (injustamente, desde mi modesta opinión) de mero vehículo de lucimiento. Sin embargo, sus dos horas pasan en un suspiro y te contagian su inherente alegría. Que nadie espere una Philadelphia 2 u otro Biutiful, el humor y la particular idiosincrasia del personaje de McConaughey marcan el tono de un film que se desinfla un poco en su último tramo, pero que resulta intenso, honesto y de lo más disfrutable.

 


Kaze tachinu (The wind rises) (Perlas)

En una desafortunada coincidencia, la última película de Miyazaki y el Futbolín de Campanella fueron proyectados prácticamente a la misma hora del mismo día. Había que elegir. Teniendo en cuenta la confirmación de la retirada del director japonés y el hecho de que no había visto ninguna de sus películas en pantalla grande (y que nunca más volvería a hacerlo) mi elección estaba clara. Afortunadamente, no me arrepentí.
La historia de Jiro, un niño que sueña con volar aviones y que acaba teniendo que conformarse con diseñarlos a causa  de su miopía (y que fue pieza clave a la hora de crear las flotas japonesas que se utilizarían en la segunda guerra mundial), en su momento, no me sedujo tanto como esperaba. Sin embargo, este melancólico drama histórico al que “le faltaba emotividad y garra” ha ido creciendo en mi recuerdo hasta el punto de que no puedo quitarme de la cabeza algunas de sus más deslumbrantes, dramáticas y bellas escenas. Ya estoy deseando verla de nuevo (está vez bajo los efectos de un número de horas de sueño mínimas). Estoy convencida de que este bello testamento en forma de película podría crecer y crecer con los años hasta convertirse en super perla. 
 
 


 
Jeune et jolie (Joven y bonita) (Perlas)

Pocas películas de esta edición me han resultado más incómodas y, hasta cierto punto, hirientes, que la última y estupenda película de François Ozon. Mi deformación académica me obliga continuamente a buscar respuestas a comportamientos (explicaciones que no siempre encuentro y que no siempre se dan). Además, como mujer, me resulta difícil empatizar con la elección de su protagonista femenina, una chica bellísima sin ninguna patología, trauma o problema aparente que, en su despertar sexual, decide que lo que le realmente le excita es cobrar por acostarse con absolutos desconocidos. Hay que aplaudirle a Ozon su valentía y sutileza. Jeune et jolie no tiene moralina y no se posiciona, no critica a su protagonista, ni intenta victimizarla o lograr que nos caiga bien. Tampoco ofrece respuestas a su “sexualidad alternativa” y su final es abierto y tiene múltiples interpretaciones o lecturas, sin embargo, mientras tratamos de ahogar los inevitables porqués, descubrimos que el film es un canto a la libertad vital. Otras opciones son siempre respetables y posibles, aunque no las compartamos y, emocionalmente, no podamos comprenderlas (la película ganó el premio Otra mirada, un galardón con el que se reconoce a las películas que hablan de temas cercanos a la mujer). Puede que Jeune et jolie pudiera haber sido aún más incisiva, pero, a pesar de todo, resulta bella… y necesaria.

 

 

Pelo malo (Sección oficial)

Para ser justa con la flamante ganadora de la última concha de oro, he de admitir que ya me había ganado desde su sinopsis. Mi intuición me decía que había algo especial en Junior, un niño de 9 años cuya máxima preocupación y aspiración aparente era alisarse el “pelo malo” para parecerse a un cantante de moda. Y es que tras la intrascendente anécdota capilar se esconde una metáfora  de una lucha y un sueño imposibles por mantener la identidad (y la otredad) en un ambiente hostil, represivo e intolerante que solo acepta entre sus miembros a soldados o princesas. Pelo malo viaja brillantemente desde lo personal y concreto a lo general, de adentro a afuera, y la radiografía de una familia uniparental y disfuncional en la que una madre no puede ni sabe aceptar y querer a un hijo “diferente” se extiende a los paupérrimos, chabolistas y abotargados barrios de Caracas. A medida que avanza el metraje, mientras reprimimos el necesario abrazo a su protagonista, descubrimos que a la rebeldía ensortijada del pelo de Junior, a falta de espejos amorosos y cálidos en los que reflejarse, sólo le acaban quedando dos opciones. Ninguna es la que él necesita. Mariana Rondón, su directora, confesó que había hecho esta película para “curarse de tanta intolerancia”. Nosotros se lo agradecemos. Mucho.

 


Quai d’Orsay (Sección oficial)

El problema de la divertidísima y aguda sátira política de Bertrand Tavernier, es que si te despistas un segundo y un pensamiento personal y/o extra cinematográfico cruza tu mente, posiblemente, ya te has perdido alguno de sus corrosivos chistes. Así es la caricaturesca Quai d’Orsay. Tiene un ritmo tan frenético y resulta tan deliciosamente verborreica que acaba agotando al espectador no acostumbrado a tal despliegue de ingenio y elocuencia (o sea, a casi todo el mundo).
Su hilo conductor es el joven Arthur Vlaminck, un recién graduado en administración que ha sido contratado como jefe del departamento de "lenguaje" del ministro de exteriores para que le escriba sus discursos (y que éste, un desternillante Thierry Lhermitte, no pierda real y literalmente los papeles). Rodeado de personajes a cada cual más estrafalario, ignorante, torpe e incompetente, pronto comprobaremos que el personaje más “soso” de todo el inepto gabinete es el propio Vlaminck.

Con su jocosa, delirante, vacilona y necesaria última película, Tavernier apunta el cañón a la política de exteriores de su país y a esa cosa llamada burocracia y acierta de lleno. Merecidísimo premio del jurado al mejor guión.

 



Gravity (Perlas)

Como espectadora, cuando acudo al cine, ante todo, lo que espero es que me conmuevan, me sorprendan, y que, a ser posible, me lleven de la mano por algún atajo o camino que no haya visto ni experimentado antes. Gravity consigue todas estas cosas y recuerda por qué merece la pena seguir teniendo fe en una industria que hace tiempo que perdió el rumbo artístico y que, básicamente, sólo hace refritos en serie.
Cuarón es capaz de convertir a cualquier ateo del 3D en creyente practicante. La sensación de inmersión (y emoción) sumados a la deslumbrante belleza visual que provoca Gravity no se habían experimentado antes. Confieso que no me entusiasma el McGuffin del trauma maternal de Sandra Bullock, pero se lo perdono, es peccata minuta en comparación con todo lo bueno que ofrece esta estupenda película. En la rueda de prensa, con las retinas aún desbordadas de emoción y fascinación por el "pequeño milagro" que acabábamos de presenciar, los periodistas, en lugar de felicitar a Cuarón e hijo, le daban las gracias. Y no es para menos.

Pero tampoco sería justo no atribuir una buena parte del éxito del film a Sandra Bullock, que no sólo está soberbia (y da un zas en toda la boca a todos aquellos que la consideraban una mala actriz), sino que tiene el honor de ser la protagonista total y absoluta en un género “poco femenino” y a una edad “poco cinematográfica”. Hace 15 o 20 años, por ejemplo, habría sido impensable que una mujer de 49 años protagonizase un taquillazo de este estilo. Sí, definitivamente, algo está cambiando en Hollywood. Ya era hora.

 

 
Soshite chichi ni Naru (Like father like son) (Perlas)

Dos familias descubren seis años después del nacimiento de sus respectivos hijos, que ambos niños, nacidos el mismo día en el mismo hospital, fueron intercambiados al nacer. Por lo tanto, ambas se enfrentan al doloroso dilema moral de tener que elegir entre el hijo que quieren y con el que han creado un fuerte vínculo y aquel que realmente lleva su sangre.
Lo más interesante de la última película de Kore-eda, es que el drama y el conflicto que plantea sólo podría ocurrir en Japón, un país apegadísimo a férreas tradiciones culturales y familiares en las que el bien del individuo siempre está supeditado al deber, al bien común. En Occidente, el dilema no sería tan desgarrador y, probablemente, se resolvería de otra manera, pero esto es el país del sol naciente y las decisiones importantes que afectan a ambas familias las toma (incomprensiblemente a nuestros ojos) el padre de mayor estatus social (y el más tradicional).

En manos de otro director, Soshite chichi ni naru podría haber sido un cursi pastelito telefilmil, pero tras las cámaras está Kore-eda, un director inteligente y sensible que, sin caer en ningún momento en la ñoñería, consigue conducir hábilmente la dolorosa historia y poner al espectador, en todo momento, en la piel de sus protagonistas. Tal vez lo mejor que tiene esta maravillosísima película, es que el nudo en la garganta que provoca (acompañada de una sensación de plenitud), no te abandona. No sólo va ganando enteros a medida que la recuerdas, sino que no puedes evitar seguir reflexionando sobre ella e imaginando el futuro de ambas familias, dentro de unos años. Spielberg ya ha comprado los derechos para adaptarla. Esperemos que recapacite.

Mi película favorita de esta última edición zinemaldil. Imprescindible.
 

Pérdidas dolorosas por motivos ajenos a mi voluntad

 
 

The zero theorem (Perlas)

La vie d’Adèle (Proyección especial)

About time (Perlas)

Futbolín (Sección oficial fuera de concurso)
 
 
Perdidas no tan dolorosas

 


 Las brujas de Zugarramurdi (Sección oficial fuera de concurso)

Caníbal (Sección oficial)

 
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