El
sexo ya no vende en Hollywood. En parte porque su presencia obliga a subir la
calificación de las películas, perdiendo una jugosísima porción de público y
beneficios, y en parte porque al ciudadano medio le resulta demasiado light y
decepcionante comparándolo con el material bastante más explícito que circula
por la red.
El
erotismo, por otra parte, siempre ha jugado a otro nivel. Obligado a
disfrazarse con trajes mucho más sutiles, creativos e imaginativos, desde que el
cine se convirtió en entretenimiento de masas, fue inspirado y puesto a prueba,
al mismo tiempo, durante la primera mitad del siglo XX, cuando la censura
siempre hacía su trabajo; y, aunque no de forma tan sugerente, nos ha seguido
sorprendiendo, ocasionalmente, hasta la
actualidad.
Tal vez porque ya hemos perdido la “inocencia cinematográfica” y nos sentimos saturados y aburridos como espectadores, agradecemos especialmente cualquier estimulante muestra de creatividad, imaginación e ingenio. Estas once escenas eróticas sin sexo nos recuerdan, por si en ocasiones lo olvidamos, por qué el cine nos gusta tanto.
[No
recomiendo el visionado de ninguna de ellas a menos que se haya visto
previamente la película de la que forman parte. Por si solas, perderían gran
parte de su fuerza y magia]
El lanzamiento de
cuchillos de La chica del puente “La
fille sur le pont” (Patrice
Leconte, 1999)
La
zona del cerebro que se activa cuando sentimos terror es la misma que se
enciende ante una experiencia placentera. Estos dos aparentemente opuestos circuitos
compartidos están impecablemente ejemplificados en la escena más mítica de La fille sur le pont Vanessa Paradis no sólo pasa miedo por voluntad
propia, sino que pone su vida en manos de un lanzador de cuchillos con
orgásmicos resultados. Independientemente de las tendencias masoquistas del
personaje que interpreta la guapa actriz, nadie puede negar que se trata de una
de las escenas eróticas más evocadoras, sutiles e impactantes de la historia
del cine.
Aunque
el multioscarizado film de James Cameron resulta notable como película de catástrofes, su love story, sin embargo, resulta
algo simplona y tontaina. En mi caso concreto, confieso que la pareja Winslet-DiCaprio
siempre me ha rechinado sobremanera y no precisamente por sus cualidades
actorales. La Winslet me parecía demasiado mujer para aquel esmirri con cara de
nena que, por aquel entonces, era Leonardo DiCaprio. Sin embargo, siempre he
aplaudido la osadía de Cameron al incluir una escena tan poco familiar, pero,
al mismo tiempo, tan elegantemente erótica como la del retrato de Rose. Y es
que el hecho de que acaricien por primera vez tu cuerpo con los ojos y lo
plasmen detalladamente sobre un lienzo, tiene su aquel…
(No
he podido encontrar la escena completa. Los enlaces buenos desaparecen a la
velocidad del rayo debido a las reclamaciones de corpyright la Fox. Sorry)
El baile en el
embarcadero de Picnic (Joshua Logan, 1955)
Picnic
derrocha libertad, amor y sexo en un ambiente ultra conservador y represivo (A.K.A
un pueblo perdido de Kansas en plenos años cincuenta). Todos estos elementos se
condensan y magnifican en una inolvidable escena que ya ha pasado a la historia
del cine como uno de los bailes más eróticos de todos los tiempos. Y es que Kim
Novak y William Holden, pareja sexy donde las haya, derrochan sensualidad y
complicidad. Su baile prohibido es todo un liberador soplo de aire fresco en
una América de lo más tradicional y encorsetada. Ambos nos demuestran que para
hacer saltar la alarma de la censura no hace falta ni desabrocharse un botón.
El baño en la fuente de Expiación, más allá de la pasión “Atonement”
(Joe Wright,
2007)
La
tensión sexual no resuelta entre Robbie y Cecilia sale a la luz antes de la
nota, del vestido verde y de la ya antológica escena de la biblioteca. Ella no lo sabía (él siempre lo supo), pero
el día más caluroso del año se convirtió en el último empujón que necesitaban
sus resistencias, alimentadas durante años, para caer y desnudarla por
completo.
Calificada
por algunos como “erotismo de anuncio de perfumes”, el baño de Cecilia resulta
especialmente sugerente y revelador porque de todos sus testigos, incluido el
propio espectador, la más sorprendida de su reacción es la propia Cecilia:
acaba de realizar una locura de lo más desinhibida (¡y en la Gran Bretaña de
los años 40!) que sería incapaz de realizar delante de ningún otro. That
must be real love…
El cruce de miradas de El manantial “The Fountainhead” (King Vidor, 1949)
Confesión:
esta es la elección menos sutil y descaradamente freudiana de la lista. Dominique
Françon, una mañana, paseando por la cantera de papá, se topa con un apuesto
sudoroso taladrando firmemente una pared de roca (¿a alguien se le ocurre un
símbolo más fálico?) y su mundo de deidad griega se derrumba. Lógico y normal
si tenemos en cuenta que la magnética y testosterónea estampa pertenece, nada
más y nada menos, que a Gary Cooper que estás en los cielos manejando con
destreza un black and decker primigenio. A partir de ese encuentro, lleno de
reveladoras miradas en plan “me pones”, “lo sé”, la pobre Dominique, la mujer
que aseguraba que nunca amaría o pertenecería a nadie, sólo tiene cabeza para
taladros, mármoles y rascacielos altísimos…
La canción sobre el
piano de Los fabulosos Baker boys “The
fabulous Baker boys” (Steve
Kloves, 1989)
Cuando
el trío musical de Los fabulosos Baker boys se transforma, temporalmente, en dúo,
resulta evidente para todos que, en esta ocasión concreta, tres son multitud.
Sin el rígido y metódico hermano mayor, la atracción que existe entre Pfeiffer
y Bridges se libera en forma de canción… ¡y sobre un piano! Michelle Pfeiffer nunca
ha estado más sexy y felina que en este momento (ni siquiera como Catwoman).
¿Se habrán olvidado ambos intérpretes del hecho de que hay un público que sigue
todos sus movimientos? Si esta sensualísima complicidad entre cantante y músico
no es la expresión de otro tipo de complicidad, no necesariamente musical, ¿qué
es? ;)
La tormenta de arena de El paciente inglés “The English patient” ( Anthony Minghella, 1996)
Almásy
(Ralph Fiennes) y Katherine (Kristin Scott Thomas) quedan atrapados en un jeep durante
una poderosísima tormenta de arena y la tensa relación amor-odio que mantienen
desde que se conocieron queda temporalmente enterrada, como el propio jeep. Un
lugar tan sólido y seguro contiene, a duras penas, la creciente intimidad y el
eléctrico erotismo de dos seres que están destinados (o condenados) a ser
amantes, a pesar de ellos mismos. Él la acaricia con las mejores armas que
tiene (su voz y sus historias), antes de atreverse a tocarle suavemente el
cabello. Ella, por su parte apoya su mano contra el cristal, dibujando su
rendición y su deseo.
El robo del libro en Lo que queda del día “The remains of the
day” (James
Ivory, 1993)
Es
difícil imaginar a un personaje más estoico, distante, imperturbable y
emocionalmente reprimido que el que interpreta Anthony Hopkins en la estupenda Lo
que queda del día. Nada parece atravesar su manto de hielo hasta
el ama de llaves (Emma Thomson), de quien está secretamente enamorado, irrumpe
en su habitación y le pide que le enseñe el libro que está leyendo. Ante su
negativa, ella imagina que se trata de una novela erótica y se acerca a él para
comprobarlo, multiplicando, a cada paso, la tensión entre ambos. Tras un breve
forcejeo, mientras Thomson logra
arrebatárselo y examinarlo (visiblemente decepcionada), vemos reflejados en los
ojos de Hopkins todo un universo de amor y deseo dolorosamente contenidos. En
un primer visionado puede parecer demasiado sutil, pero durante años Emma
Thompson ha asegurado que se trata de la escena más erótica que ha rodado
jamás. Por algo será.
La pregunta adultera de Take this waltz (Sarah Polley, 2011)
Michelle
Williams es una mujer casada y adicta al enamoramiento (que no al amor), que un
buen/mal día, inesperadamente, se enamora de su vecino. Cuando las grietas de
su matrimonio y la atracción que siente por este otro hombre resultan más que
evidentes, Williams, que hasta ese momento había creído mantener a raya a su
deseo, se tropieza de lleno contra el preguntándole a su potencial amante “qué
le haría”. El chico, solícito, le narra al detalle, con intensidad, sensualidad
y delicadeza, todos y cada uno de los detalles gráficos de su particular
fantasía amatoria. Nosotros, como testigos, casi tan abrumados como ella, no
podemos evitar pensar, no sólo que no deberíamos estar allí, sino que pocas
veces (más bien nunca) nos habían instado a utilizar la imaginación erótica con
tanto detallismo.
[No
he podido encontrar la escena entera. Sorry again]
El erótico duo al
piano de Stoker (Park Chan-wook, 2013)
Es
una verdadera lástima que el guión de este prometedor thriller psicológico no
esté a la altura ni de sus estupendos interpretes ni de su inquietantísima y
claustrofóbicamente incestuosa atmósfera, sin embargo, nos ha regalado algunas
escenas memorables, entre las que destaca el intenso y elegante duelo al piano
entre Matthew Goode y Mia Wasikowska (tío y sobrina en la ficción) que se
arrancan metafóricamente la ropa y "consuman" su censuradísima unión, expresándose a través de las teclas de un piano. En mi modesta opinión, una de las mejores escenas
del año.
El inflamiento de urgencia
de Air Doll “空気人形, Kūki Ningyō” (Hirokazu Koreeda, 2009)
Aunque
resulta demasiado bizarra y poética para contentar a la mayoría de los
paladares, y hay quienes incluso la sitúan entre lo peor (o lo más fallido) de
su cada vez más ilustre director, confieso tener cierta debilidad por la
historia de esta inquieta muñeca hinchable que cobra vida y vive una doble ídem.
Hay una escena, tal vez la más raruna de toda la película, que resulta tan
sugerente y metafórica que no he podido evitar incluirla como broche final. La
muñeca-mujer se pincha en un dedo, cual bella durmiente, y comienza a desinflarse
con peligrosa rapidez. Afortunadamente, el chico del que está enamorada acude a
socorrerla y es su aire lo que la va rellenando… hasta salvarla, finalmente.
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