Título: El último Elvis
Dirigida por Armando Bo
Extraída de Horizontes Latinos
Sinopsis: Carlos Gutiérrez ha olvidado su
nombre, sólo quiere que lo llamen Elvis. Tiene un trabajo anodido como obrero
metalúrico que le permite malvivir, una ex (a la que llama Priscilla) y una
hija llamada Lisa Marie (of course) con las que no puede conectar ni
comunicarse. Pero Carlos tiene un don excepcional: cantar como Elvis Presley. Su
vida sólo cobra sentido cuando se sube a un escenario para “imitar” al gran rey
del rock.
Crítica:
A través de la genial metáfora de los imitadores musicales, Armando Bo construye
una parábola sobre la insatisfacción vital y la falta de identidad tan comunes
en nuestros días. Cuando no sabes quien eres y/o no te sientes cómodo en tu
propia piel, resulta irresistible escapar por la salida más fácil. En este caso
concreto, abandonar tu piel para habitar en la personalidad y la vida de otra
persona y confiar en que ambas te fagociten.
Para su protagonista, un hombre de mediana edad deprimido, solitario,
frustrado, obeso, prematuramente envejecido y alejado de la realidad, ser
Elvis, haber heredado su voz, no sólo es una forma de rellenar sus huecos
vitales, sino lo único que da sentido al hecho de haber llegado a este mundo.
Uno de los grandes aciertos de El último Elvis, es que Armando Bo
nos muestra la transformación psicológica del personaje sutilmente, sin
recrearse ni enumerar sus síntomas clínicos, únicamente a través de reacciones
y gestos, pero sin juzgarlo ni caer en el ridículo o la parodia.
Sumergiéndote
en un Buenos Aires atemporal que podría estar en cualquier parte, con una
dirección artística muy acertada y una maravillosa banda sonora en crescendo
dramático, llena de temas genialmente interpretados (y capaces de ponerle la
piel de gallina a cualquier espectador, melómano o no), el elemento más
brillante de esta opera prima, sin embargo, es su protagonista, un John
McInermy inmenso, totalmente entregado a un personaje inquietantemente real,
capaz de reflejar, al mismo tiempo, patetismo y brillantez, y provocar en el
espectador, de forma ambivalente, empatía y rechazo.
Como
espectadora, son joyitas semidesconocidas como esta opera prima de Armando Bo las
que dan sentido a un festival. Películas intimistas, aparentemente pequeñas y
nada ambiciosas, pero que nos descubren historias complejas, universales y enormes,
muy bien contadas e interpretadas, y que difícilmente habrías conocido de no
ser por el Zinemaldia.
Anécdota
festivalera: En una entrevista el director confesó que John McInermy, arquitecto
de profesión que tiene como hobby/carrera paralela un show de tributo a Presley,
era, en principio, el coach del actor que iba a interpretar a Elvis. Ante el
abandono del proyecto de este último, justo dos semanas antes de comenzar el
rodaje, una fortuita prueba de cámara cedió el papel a McInermy.
Esta película ganó, muy
merecidamente, el premio Horizontes Latinos de la última edición del festival
de San Sebastián.
Lo que dará: tras su paso
por Sundance, su impulso en Donostia y sus buenas criticas en Argentina, espero
y deseo que esta estupenda película llegue a estrenarse y disfrutarse en todos
los cines posibles.
*
espero que esta película se estrene. tiene esa pintaza de outsiders, de cine hecho desde los arrabales de cualquier sitio.
ReplyDeletede esos estrenos a los que hay que estar atento porque duran una semana y después desaparecen ;)
bss
j
El último Elvis es una de esas pelis que van ganando y madurando a medida que la recuerdas.
DeleteEstaré atenta para anunciarlo machaconamente en cuanto se estrene. Algunas tardan mucho en llegar. The Deep blue sea (la de Rachel Weisz), por ejemplo, ha tardado todo un año.
Y, si no llega, nos quedan los interneses, pero lo important es verla ;)