Calvin
Weir-Fields (Paul Dano) es un escritor precoz al que, con apenas 19 añitos, le
colgaron el sambenito de “nuevo Salinger”. Una década más tarde, incapaz de escribir
nada trascendente y escudado en su neurosis, se ha aislado del mundo, no tiene
amigos, viste como un cincuentón y es el único veinteañero del mundo que sigue
utilizando una máquina de escribir. Cuando su sequía creativa alcanza su cota
máxima, Calvin comienza a soñar con una misteriosa chica a la que llama Ruby
Sparks (Zoe Kazan), encontrando, de golpe la inspiración que le falta. Todo
parece ir sobre ruedas hasta que un día, de repente, Ruby se traslada de su
inconsciente a su cocina. ¿Será una alucinación o una mujer de carne y hueso?
Con
esta premisa argumental, confieso que esperaba encontrarme con La
rosa púrpura de El Cairo meets Pigmalion meets 500 days of Summer. Una romántica
dramedy indie con manic pixie dream girl
incluida, bien escrita e interpretada, llena de frases ingeniosas, ácidas e
inteligentes, gags divertidos, y un final con cierto regusto amargo. Sin
embargo, me topé con un film inclasificable, mucho más descarnado, doloroso e
incisivo y bastante menos amable.
Se
nos presenta como la última película de Jonathan Dayton y Valerie Faris, los
directores de la maravillosa Little Miss Sunshine, sin embargo,
tras su visionado y sin quitarle mérito a esta pareja artística y sentimental, no
cabe duda de que la criatura pertenece casi por completo a Zoe Kazan (nieta de
Elia Kazan y novia de Paul Dano en la vida real), todo un talento
multidisciplinar que no sólo la protagoniza, sino que firma ella solita el
guión y es una de sus productoras ejecutivas (¡y todo sin cumplir los 30!).
Y
tal vez porque la guionista es una mujer que escribe sobre un hombre que
escribe sobre una mujer, el film se centra bastante menos en el falocéntrico “chico
conoce chica que le desquicia, enamora y cambia la vida” y bastante más en la
idealización del amor, en la finísima línea que separa el mundo real de la
imaginación y en la incapacidad de ver, aceptar y amar al otro por lo que es,
en lugar de por lo que necesitamos/queremos que sea.
Exhibiendo
una insólita y envidiable madurez, Kazan no sólo se burla del
concepto de manic dream pixie dream y
de algún que otro tópico romántico más a través de su estupendo personaje, sino
que nos habla del machismo implícito en el mito de Pigmalión (una mujer del siglo XXI no desearía, por ejemplo, que su hombre ideal no
tuviera vida propia y estuviera únicamente pendiente de ella), de la ridícula necesidad de crontrol (del otro, del nuestra propia vida), y del egoísmo,
intransigencia y egocentrismo infantil de muchos artistas y creadores, tan
ensimismados en su felicidad y crecimiento, que siempre establecen, incluso inconscientemente, vínculos asimétricos en los que exigen mucho más de lo que dan.
Comenzamos
simpatizando con un neurótico Paul Dano (¡ya era hora de que tuviera un
protagonista este chico!), como hicimos con Joseph Gordon-Levitt en 500
days of Summer, e incluso lo comparamos con un joven Allen, pero a
medida que transcurre el metraje ya no nos cae tan bien. Y es que
(especialmente si tenemos inquietudes creativas) vemos en él demasiados rasgos
y actitudes que detestamos en nosotr@s mism@s.
Aunque
esta Ruby no sea del todo original, pierda fuerza hacia la mitad del metraje y
sus secundarios no nos convenzan del todo, bien por falta de minutos en
pantalla (ese comprensivo psicólogo), por demasiado estereotipados (el
testosteróneo hermano), o por prescindibles y cansinamente excéntricos (los
padres de Dano parecen sacados directamente de Los padres de él), además
de un estupendo guión y dos protagonistas en estado de gracia, hay en Ruby
Sparks una escena atroz, desgarradora, cruelísima (de las más intensas
e impactantes que he visto en mucho tiempo), que no sólo nunca habríamos
previsto al comenzar la película, sino que nos deja emocionalmente K.O. y eleva
en muchos enteros una película lúcida, profunda, honesta y dolorosa, pero, al
mismo tiempo, fresca, mágica y esperanzadora. Imprescindible.
Las
frases:
“Enamorarse es un acto
de magia. Escribir también lo es”
“Todo escritor puede
atestiguar, en su estado más afortunado y feliz, que las palabras no provienen
de uno, sino que pasan a través de uno”.
Canción
de su B.S.O que no me quito de la cabeza
*