“Nuestras convicciones más arriesgadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión” decía Ortega y Gasset. Cavando un poco más hondo y trasladándolo al terreno cinéfilo, podríamos deducir que nuestras ideas, introyectos, prejuicios y fobias, no sólo limitan nuestras elecciones cinematográficas, si no también nuestra percepción y apreciación de la historia que se nos muestra. Qué le vamos a hacer.
Esto es lo que me perdí por prejuicios, miedos, o, simplemente, asquerosa mala suerte.
Exit through the gift shop era un film que ya sobre el papel apuntaba maneras. Pero al hacer mi selección de pelis del festival, siempre tengo la (¿mala?) costumbre de buscar las críticas (cuando las haya). La bad fortune hizo que me topara con un crítico que la calificó como “tomadura de pelo”, así que la deseché. Cuál sería my surprise al comprobar que no sólo era la favorita para alzarse con el premio del público de esta edición, si no que los críticos, por su parte, también la adoran.
Esto es lo que me perdí por prejuicios, miedos, o, simplemente, asquerosa mala suerte.
Exit through the gift shop era un film que ya sobre el papel apuntaba maneras. Pero al hacer mi selección de pelis del festival, siempre tengo la (¿mala?) costumbre de buscar las críticas (cuando las haya). La bad fortune hizo que me topara con un crítico que la calificó como “tomadura de pelo”, así que la deseché. Cuál sería my surprise al comprobar que no sólo era la favorita para alzarse con el premio del público de esta edición, si no que los críticos, por su parte, también la adoran.
Cuando leí el argumento de Buried, decidí que nunca querría verla. La espeluznante y agónica historia de un hombre enterrado vivo en algún punto de Irak, que cuenta con la única ayuda de un móvil (sin casi batería) y una linterna (I think) para intentar escapar antes de quedarse sin oxígeno, me parecía una de mis peores pesadillas hecha película. Pero a pesar de la evidente claustrofobia y la angustia que debe dar pasarse 93 minutos contemplando a un tío asfixiándose en un ataud, Buried ha arrasado allá por donde ha ido, Donostia included, y todo apunta a que será una de las películas del año.
Joyitas que disfruté a pesar de mis prejuicios (y los prejuicios de otros)
Fue el oso de plata al mejor guión en Berlín lo que me animó a ver la china Apart Together. Nunca olvidaré la presentación de su protagonista. Aquella anciana de 85 años con el pelo blanco cortado a lo garçon era la viva imagen de la elegancia, la dignidad y la sabiduría. Parecía un oráculo andante, una Yoda que hablaba un inglés pausado pero gramaticalmente correcto. Nos dijo que el 23 de septiembre era el día perfecto para ver el film porque durante esa fecha en China se celebra el Moon Festival. Las familias (o los amantes) que permanecen separados por alguna circunstancia, esa noche miran a la luna y se sienten juntos.
La película tiene momentos brillantes. Resulta emotiva y está bien narrada. Sin embargo, tiene un pero gigante contra el que me cierro en banda como un molusco al sentirse amenazado. Y es que como todo el mundo sabe, una producción oriental que se precie siempre debe incluir comida, preparación de ídem, o una mesa familiar repleta de platos “comunitarios”. Como animalista y vegana, puedo soportar los animales cocinados, pero ver a los protagonistas comprar cangrejos vivos (y echarlos en una olla hirviendo), tortugas o, aún más horripilante, sufrir esos planos de mercadillos llenos de animales de todo tipo y condición, vivos, amarrados, o mantenidos con vida en pequeños barreños, me supera.
Con ese mismo miedo me fui a ver ayer Addicted to love, también china, pero de la sección oficial. Sin embargo, afortunadamente, en esta curiosa y tierna película, lo único que se cocinó en un wok fueron verduras.
Aunque se llevó el oso de oro en Berlin, Bal (Miel), había suscitado alguna furibunda crítica (“acabas del bosque hasta los... ").Mientras hacía cola y escuchaba los comentarios de las marujas de atrás, pensaba “madre de Dios, como realmente sea otro truño a lo Abbas Kiarostami, estamos apañados”. Pero para mi sorpresa, aunque bien es cierto que le habría dado algún que otro tijeretazo, me encantó. Es uno de esos “viajes emocionales” con los que empatizas o no empatizas. Aparentemente, pasa poco, cuando, en realidad, ocurre muchísimo. Psicología y poesía. Era como observar dos paisajes contrapuestos pero complementarios: el externo, con su naturaleza viva, hostil y cambiante y el interno, a través de los enormes ojos de un atormentado chavalín de 6 años. Luego, este niño que observa jugar a sus compañeros a través de la ventana del recreo (un cuatro eneagramático como la copa del mayor pino del film, por cierto), se hace poeta, pero eso se ve en la segunda parte de esta trilogía que, curiosamente está contada al revés.
Un músico guatemalteco, cuya única posesión es una marimba (una especie de xilófono de madera), al descubrir que su instrumento se ha pasado de moda, tiene la curiosa ocurrencia de unirse a una banda de heavy metal que acaba llamándose Las marimbas del infierno.
“Tiene pinta de bodrio” me dijo un amigo cuando leyó el argumento. Pues bien: ha sido la película con la que más me he reído en este festival. Y no me refiero a una carcajada, sino a casi llorar de la risa. Y es que tengo debilidad por las historias dramáticas o de denuncia social que están contadas con un humor negro, absurdo o ambas cosas. Además, hay films que se engrandecen mucho más en del contexto del festival. Si ves una película de este tipo acompañado de gran parte del desinhibido jurado de la juventud, que aplaude y se ríe con esa entrega tan asquerosamente envidiable, la sala entera se contagia de frescura. Y durante 90 minutos, te sacudes los prejuicios y el cansancio y tu mirada, bien sea experta, aficionada o principiante, se vuelve un poco más blanca. Esa es la magia del Zinemaldi...