[Todo lo que escriba puede ser
utilizado en mi contra dentro de 35 años]
2019
(y muchas lágrimas en la lluvia después)
Cuando se estrenó Blade Runner, hace
35 años, un considerable número de crític@s la masacró sin piedad. A este lado
del charco, Diego Galán, crítico de cine y futuro director del Zinemaldia, la
calificó como “historieta pretenciosa”,
y añadió “me parece en ocasiones un spot
televisivo que una película hecha seriamente”. No fue el único en
considerarla pretenciosa y vacía. Sin embargo, hoy día, solo algún/a millennial
pedante se atrevería a ponerle pegas o a despojarla de la etiqueta de “obra
maestra” (yo misma necesité más de un visionado durante mi adolescencia para
enamorarme irremediablemente de ella).
Lejos de mi intención equiparar el
impacto y la trascendencia de la original con su recién estrenada secuela, pero
tras una semana rumiándola (obsesivamente), lo único que tengo claro es que
necesito más visionados y un DeLorean para tener la suficiente perspectiva como
para hacerle justicia. Es imposible ver el film de Villeneuve sin las
expectativas infladas y/o las garras de Wolverine muy afiladas. Al fin y al
cabo, (casi) tod@s la queremos mucho y, a estas alturas, ya hemos visto demasiadas naves en llamas más
allá de Orión.
2049
En esta
reinvención/continuación/evolución de la mitología Blade Runner, nos
encontramos con un planeta ya definitivamente devastado tras los efectos del
calentamiento global + gran apagón digital, en los que la naturaleza y (¿todos?)
sus habitantes no humanos han sido eliminados, mientras que la civilización,
por otra parte, ha sufrido un retroceso a casi todos los niveles y se muestra
irremediablemente condenada. El terrorífico y postapocalíptico panorama la
emparentaría con La Carretera de McCarthy, sino fuera por la aparición de un
gurú (nuevo dueño, además, de la Tyrell Corporation), capaz de crear cosechas
sintéticas y, de este modo, salvar a la humanidad temporalmente de la extinción
(Vemos “granjas de proteínas” o criadores de gusanos, una solución especista e
innecesaria, que parece querer subrayar la humillación antropocentrista de un
ser humano que tiene que rebajarse a comer al único ser que podría sobrevivirle).
Y en este familiar, opresivo y
decadente clima de degradación humana, siguen existiendo nuevas versiones de
ell@s, los nexus, esclav@s cuasi perfect@s diseñad@s para convertirse en
versiones mejoradas de los humanos en (casi) todos los aspectos (que en esta versión adquiere interesantes
matices darwinistas). Ell@s se encargan de todo lo que nosotr@s no queremos
hacer, e incluso, de “retirar”,
paradójicamente, a individuos de su propia especie mediante policías llamad@s blade
runners (Y todo, sin fecha de caducidad). Mediante el viaje emocional y vital de
uno de estos blade runners, el agente K (soberbio Ryan Gosling), encontramos,
casi, la misma ruta filosófico-humanista-existencial del film del 82, pero ampliada,
desarrollada y actualizada (si con acierto o de forma superficial, depende del
criterio de cada espectador/@).
Opinión
Blade Runner 2049 es una delicia sensorial, un
espectáculo visual, artística y técnicamente exquisito y apabullante, eso es
innegable. Por lo tanto, quienes planeen verla en pantalla pequeña, por el
motivo que sea, deberían replantearse esa opción, además de su supuesta cinefilia
(allá vosotr@s si no queréis quedaros sin aliento).
En el plano interpretativo brillan
absolutamente tod@s, especialmente Silvia Hoeks (descubrimiento y el mejor y
más definido personaje femenino, en mi opinión), Ford (ojo a la escena
interrogatorio) y (suspiro) Gosling, cuya elección como replicante deprimido
con crisis de identidad no podría entusiasmarme más.
Los contras no tienen tanto que ver
con el ritmo plomizo (básicamente, igual que el de la primera parte), el
“excesivo” metraje (cuando acabó me quedé clavada con un “¿ya está?” en la
butaca), o con la falta de una soundtrack que haga justicia a su dirección
artística y fotografía prodigiosas (Vangelis,
I miss you!), sino con algún cuestionable y caprichoso giro de guión que no
desvelaré y lo desaprovechado de algún personaje (Hello, Niander Wallace!).
Que este futuro distópico este
profundamente hipersexualizado no es una sorpresa. Sin embargo, llama
poderosamente la atención que se subrayen en los personajes femeninos,
básicamente y de forma insistente, el rol de madre y el de geisha (no, Ana de
Armas está estupenda, pero esa Her/Criada/Chica-para-todo complaciente y
unidimensional no mola nada y solo existe para definir y exteriorizar los
pensamientos/sentimientos de K y ampliar su arco dramático). L.A vende sexo por
todos sus rincones, desde las calles hasta los monumentales hologramas, pero
todas esas ofertas, TODAS, vienen de la mano de mujeres y solo son ellas las
que se desnudan y sexualizan en el film.
Aunque en un primer momento lo
interpreté como un imperdonable muestra de sexismo por parte de su guionista y
director, ahora quiero pensar (¿autoengaño?) que este subrayado de todas las
formas de explotación hacia la mujer tienen una intencionalidad de denuncia
coherente con el discurso del film (Al fin y al cabo, la humanidad ha sufrido
un retroceso brutal y las libertades y derechos sociales no son una excepción).
También llama una atención la
hetero-homogeneidad sexual del film ante la que es difícil no preguntarse: ¿Por qué no hay hologramas de hombres
desnudos? ¿Es que los hombres no pueden ser objetos sexuales en las distopías?
¿dónde están los personajes gays? ¿No se supone que el futuro es bisexual? Una
crítica aseguraba muy lúcidamente que “aún
no hay formas de encajar ciertas narrativas no heterohegemónicas sin que
resulte forzado”. Es una “food for thought” que, enlazada con la hipótesis
anterior, explicaría por qué la mayoría de las historias de ciencia ficción (o
no) que nos llegan parecen dirigidas por Vladimir Putin, pero a mí, personalmente,
me habría encantado conocer, por poner un ejemplo, a un agente K bisexual.
Conclusión
Blade Runner 2049 es un magnético, sugerente, elegante e
imperfecto cuento visual, que prefiere susurrar/introyectar ideas a través de
unas poderosísimas imágenes que ofrecer respuestas claras (imágenes que, posiblemente,
acaben formando parte del inconsciente colectivo). Narrativamente más sutil y
menos lírica que su predecesora (no por ello fría, como he leído en varias
críticas), contiene, a pesar de todo,
suficientes elementos como para poseer entidad y personalidad propias y
justificar su existencia. ¿Se perderá en el tiempo como copos de nieve sobre
los rostros? Yo apuesto que no, pero solo nuestros yo del futuro tienen la
respuesta.
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