Cuando leí la versión completa de El Manantial, intuí que, probablemente, en la primera edición, allá por los años 40, habrían eliminado de un plumazo toda referencia de contenido sexual. Y es que, a pesar de nuestra (¿desinhibida?) mentalidad del siglo XXI, en esta filosófica novela de sólidos principios y espíritus inquebrantables, la historia de amor de sus protagonistas, también sorprende y desarma por su palpable e inalterable torridez.
La versión cinematográfica, rodada en 1949, también fue víctima de múltiples mutilaciones y tijeretazos, pero, sorprendentemente, la parte más descaradamente sexual del libro, la del primer encuentro de los amantes, ha permanecido intacta. No hay que ser freudiano para apreciar una de las escenas más erótico-festivas sin sexo de la historia del cine. Y, si no me creen, vean y juzguen ustedes mism@s.
Dominique Françon era una joven virginal física y psicológicamente (oséase, que la chica era la reencarnación en la tierra de las independientes Artemisa y Atenea: una mujer incólume a la necesidad de ser poseída por algo o alguien), pero una mañana, paseando por la cantera de papá, se topa con un apuesto sudoroso taladrando firmemente una pared de roca (¿a alguien se le ocurre un símbolo más fálico?) y su mundo de deidad griega se derrumba. Lógico y normal si tenemos en cuenta que la magnética y testosterónea estampa pertenece, nada más y nada menos, que a Gary Cooper que estás en los cielos manejando con destreza un black and decker primigenio (¿alguien podría resistirse a esa mirada insolente y penetrante, por el amor de God?).
Ella lo observa en plan “me pones”, y él, mientras esboza una irresistible sonrisa socarrona, le devuelve con la mirada un “lo sé”; entonces la joven le vuelve a mirar, como diciendo, "¿realmente sabes que yo sé que me pones?", y la respuesta en los ojos de él, es: si, darling, yo sé que tú sabes que yo sé que te pongo. Y, a partir de ahí, la pobre Dominique, la mujer que aseguraba que nunca amaría o pertenecería a nadie, sólo tiene cabeza para black and deckers, mármoles y rascacielos altísimos.
Y es que el personaje de Cooper estaba inspirado en el celebérrimo arquitecto Frank Lloyd Wright. Como he dicho anteriormente, para esto no necesitamos a Freud...
Nota: en realidad, el de este film ha sido uno de los castings más desacertados de la historia. En el transcurso de la trama, el prota debía pasar de ser un joven pelirrojo de veintipocos para acabar con unos 38 increíblemente bien llevados y Mr Cooper tenía 48 tacos cuando rodó la película.
Patricia Neal, por otra parte, sobreactúa peligrosamente y no es el bellezón etéreo y sofisticado que nos describen en la novela.
Nota dos: No consigo entender cómo la censura que “cribó” este trabajo de King Vidor dejo colarse esta porno-escena y mutiló, casi por completo, una de las declaraciones de amor más hot que se han escrito:
- Si lo desea... – Su voz tenía el sonido de la eficiencia como si estuviera obedeciendo una orden con precisión metálica.- Quiero acostarme con usted. Ahora, esta noche, y en todo momento en que a usted le importe llamarme. Quiero su cuerpo desnudo, su piel, su boca, sus manos. Lo deseo así, no con un deseo histérico, sino fría y conscientemente, sin dignidad y sin remordimientos. Lo deseo, no tengo ningún respeto propio que me haga regatear conmigo misma y dividirme. Lo deseo, lo deseo como un animal, un gato en una cerca, o una puta.
Nota 3: si con todo esto no os convenzo para ver, pero, sobre todo, para leer El Manantial, sólo me queda confiar en la primavera ;)